Que rara sensación siento en el alma
me parece que yo flotara en el aire
todo mi ser se sume en rara calma
y la vida me parece un desaire
Miro sin ver…ya nada me interesa
aunque pongo mi atención porque no sea
la soledad es cruel y como pesa
sobrevivir contra vientos y mareas
Pero el tiempo que pasa inexorable
te va dando poco a poco el aliciente
y tu sufrir se torna más pasable
pués las horas te parecen diferentes
31/7/10
MI CORAZÓN
Por más que me reproche…por mas que me torture
pienso en vos todas las noches y los días
mi corazón se agita en esta locura
de pensar que desde el cielo tu me espías
Sola quedo con esta ansiedad tan triste
miro a través de la ventana y no te veo
pero en mi mente ansiosa aún persiste
esas ansias locas de verte…y creo
Trato mirarme en tus ojos nuevamente
falsa ilusión que me persigue sin cesar
mi corazón late apresuradamente
y su tic tac me asusta…me quiere abandonar
pienso en vos todas las noches y los días
mi corazón se agita en esta locura
de pensar que desde el cielo tu me espías
Sola quedo con esta ansiedad tan triste
miro a través de la ventana y no te veo
pero en mi mente ansiosa aún persiste
esas ansias locas de verte…y creo
Trato mirarme en tus ojos nuevamente
falsa ilusión que me persigue sin cesar
mi corazón late apresuradamente
y su tic tac me asusta…me quiere abandonar
30/7/10
VEO UNA ESTRELLA
Veo una estrella que en el cielo me ilumina
como si quisiera al fin llamar mi atención
y en mi deseo de verte…mi alma se anima
y no me aparto de ella…y espero la visión
Pero la misma no aparece y me deprime
la noche va pasando y no te puedo ver
que largas son las horas…mi mente se oprime
en esa espera ingrata…pensando que volvés
Y sigo buscándote en ese cielo inmenso
no quiero comprender que ya no volverás
entre las nubes durante el día comienzo
esa rutina diaria…a lo mejor bajas
como si quisiera al fin llamar mi atención
y en mi deseo de verte…mi alma se anima
y no me aparto de ella…y espero la visión
Pero la misma no aparece y me deprime
la noche va pasando y no te puedo ver
que largas son las horas…mi mente se oprime
en esa espera ingrata…pensando que volvés
Y sigo buscándote en ese cielo inmenso
no quiero comprender que ya no volverás
entre las nubes durante el día comienzo
esa rutina diaria…a lo mejor bajas
4/7/10
LA DESESPERACIÓN
Hacía más de un año que Romina y Antonio vivían un noviazgo lleno de amor y comprensión. Era como decir “que habían nacido el uno para el otro”.
Los padres de Romina eran personas muy severas en su forma de pensar y muy estrictas. Esto hacía que Romina no tuviera, con su madre, la confianza necesaria que toda hija ansía tener. Pero, con la llegada a su vida de Antonio, todo había cambiado. El era su amigo y confidente, además de ser su ferviente enamorado.
Esa tarde, Romina había ido a consultar a su doctora y, cuando ésta le confirmó su embarazo, se puso a llorar desconsoladamente. A pesar de que la doctora trataba de hacerle notar el lado bueno y feliz, ella pensaba en sus padres, aterrada.
Esa noche salió a pasear con Antonio y se lo contó. Éste, después de un breve silencio, la tomó entre sus brazos y, con alegría, dijo: -Nos casamos a fin de mes.
Ella lo miró sorprendida por tan inesperada resolución. –Pero… ¿Qué le vamos a decir a mis padres de este casamiento tan apresurado…?
-La palabra “apresurado” no existe. Le diremos que me llegó el nombramiento que estaba esperando y que nos mudamos a E.E.U.U. Allá, por intermedio de mi tío, conseguiré trabajo. Pero, de aquí, de Mar del Plata, desapareceremos antes de que tus padres se enteren y te amarguen la vida.
-Mañana mismo, me ocuparé de nuestros pasaportes y le escribiré a mi tío para adelantarle todo.
Abrazándola fuertemente, le dijo: -No quiero verte sufrir ni quiero que tiembles de miedo.
Cuando llegaron de regreso a la casa, ambos le dieron la noticia a los padres de Romina.
Ellos no podían entender tal decisión, pero Antonio les habló de su trabajo en E.E.U.U., que le había conseguido su tío y de lo bien que vivirían.
Pasaron los días y Romina no lograba conformar a sus padres, pero hacía lo que podía. Si llegaban a saber de su embarazo, muy distintas iban a ser las lamentaciones.
Una mañana, Antonio pasó a Buscar a Romina con su coche, para hacer trámites de pasaportes. Cuando iban llegando a destino, un coche, a toda velocidad, sin respetar los semáforos, se incrustó del lado de Antonio y, en el choque, éste perdió el conocimiento, estrellándose contra un negocio.
Pronto, la gente se agolpó y trató de auxiliar a la pareja que, ensangrentados e inconscientes, yacían en el coche, con sus cinturones de seguridad abrochados.
El hombre del otro coche había fallecido por el fuerte impacto.
Enseguida llegó la policía y la ambulancia. También acudieron los bomberos porque del lado de Antonio, no se podía abrir la puerta pues había quedado hundida por el tremendo golpe.
A Romina, lograron sacarla con sumo cuidado. La transportaron en camilla hasta la ambulancia que partió velozmente.
Los bomberos debieron trabajar con cuidado para rescatar a Antonio. Sus piernas habían quedado atrapadas entre los hierros retorcidos. Después de media hora de trabajo, y con un doctor asistiéndolo, lograron sacarlo y lo transportaron al hospital. Su estado era muy grave y, por desgracia, cuando estaban llegando al hospital, Antonio fallecía, ante la desesperación del doctor que hizo todo lo posible para que llegara con vida.
Los padres de Romina, enterados por la policía de tal desgracia, llegaron al hospital y, al ver a su hija en ese estado, temieron por su vida.
Pero el doctor los tranquilizó y les dijo que sólo tenía afectadas las cervicales y que con ese cuello ortopédico, que debía usar por un tiempo, sus golpes sanarían también.
Romina preguntaba por Antonio, pero no podían decirle, por unos días, que había fallecido.
Cuando habían pasado tres semanas del accidente, y Romina empezaba a caminar, para poder irse del hospital, supo del fallecimiento de Antonio. Un ataque de nervios, de depresión la volvió a la cama, en la cual se abandonó sin querer comer.
El doctor aconsejó que la viera una psicóloga que le ayudara a comprender su drama. Pero ella se había encerrado en un silencio tan grande, que no se le podía ayudar. No quería escuchar…ni hablar…ni comer.
-Algo grave le pasa -dijo el doctor que la atendía. –Mejor, llamemos a su doctora de familia. Ella la conoce bien y, a lo mejor, logra convencerla, para su recuperación.
Cuando Elsa, su doctora, llegó, Romina la abrazó llorando y quiso quedarse a solas con ella.
-¿Qué voy a hacer ahora…Elsa…? ¡Estoy sola! ¡Muy sola!
-¡No estás sola…no! ¡No voy a dejarte sola, te lo prometo!
-¿Y ahora qué hago con mi bebe…? ¡Si mis padres se enteran, me van a decir de todo…! ¡Sé cómo piensan! ¡No quiero volver a casa!
-¡Vamos…! ¡Vamos…! Romina, yo hablaré con ellos y comprenderán.
-¡Pero Elsa, vos no sabés cómo son…! ¡Te van a decir de todo sobre mí!
-¡Dejá que, al menos, lo intente!
-Está bien…Quiero que me traigas ropa y zapatos para poder salir del hospital.
-Bueno, Romina, quedate tranquila, que te la voy a traer. Ahora voy a tu casa para hablar con tus padres. –y, dándole un beso, salió de la habitación.
Ya, en la casa de Romina, Elsa trató de encontrar las palabras adecuadas para informarles que iban a ser abuelos, en lugar de decirles que su hija iba a ser mamá. Por ahí, la palabra abuelos, los enternecía.
Pero…¡Oh! ¡Qué mentes tenían esos padres! Se levantaron furiosos y dijeron que su hija era la vergüenza de la familia, que hubieran preferido llorarla muerta y no como madre soltera.
Ante tales crueles palabras, Elsa se levantó y les recriminó su forma de actuar y, por más que les dijo todo lo que pensaba, fue inútil. Entonces, les pidió la ropa para Romina y se fue al hospital.
Cuando llegó, Elsa trató de ocultar su disgusto, pero Romina se dio cuenta, al verle la cara que traía.
-¿No te dije, Elsa…? Ellos siempre pensaron lo mismo sobre las madres solteras. Todo lo que vos les digas, no sirve para nada.
Elsa colgó la ropa en el ropero y se sentó a su lado, acariciándola tiernamente. –No sufras, yo estaré siempre con vos, para ayudarte… ¿entendés…?
Romina le pidió que se fuera porque era muy tarde y le dijo que mañana hablarían.
Elsa, comprendiendo el estado de ánimo de Romina, le dio un beso y se fue, diciéndole que al día siguiente pasaría a buscarla.
-Gracias. Gracias –dijo Romina.
Cuando había pasado media hora de la partida de Elsa y las enfermeras ya habían apagado las luces, para dejar dormir a los enfermos, Romina se levantó y se vistió apresuradamente. Abrió la puerta y salió sigilosamente rumbo a la calle sin que nadie la viera, aprovechando la salida de dos señoras que se iban.
Ya en la calle, empezó a caminar sin saber qué hacer ni adónde ir. Entonces, lo pensó un momento y se fue hacia la playa.
Tardó más de media en llegar. Por suerte, la noche era cálida, hermosa y daba gusto caminar.
La playa estaba desierta. Eran las tres de la mañana. ¿Quién podía, a esa hora, deambular…? ¡Sólo ella…!
Se sentó frente al mar, hundiendo, con rabia, sus dedos en la arena, viendo cómo las olas rompían en la costa.
Se levantó y comenzó a caminar como si tuviera la mente extraviada. Y llegó hasta el agua, hundiendo sus pies descalzos en el agua fría.
Se detuvo un instante y luego, como quien recapacita, siguió caminando en el agua, hasta que la misma le llegó al cuello. Y, mirando por última vez hacia el cielo, como para despedirse, se hundió voluntariamente, desapareciendo de la superficie.
Pero Dios no quiso que esas dos criaturas se fueran de este mundo. Hizo el milagro de que Gonzalo, que se había quedado en la playa, recostado en la arena, hasta que amaneciera, observó todo el tiempo lo que la joven hacía, pensando: ¡qué ganas de bañarse a esta hora! Pero, cuando vio que no salía a flote, se asustó y se dijo: -¡Es una suicida!.
Corriendo, lo más rápido que pudo, se arrojó al mar y, dando las brazadas más veloces de su vida, alcanzó a rescatar del agua el cuerpo desvanecido de la joven.
La llevó hasta la playa y, acostándola con cuidado, trató de hacerle devolver el agua que había tragado. La chica, a pesar de sus esfuerzos, seguía inconsciente. Desesperado la cargó en su coche y se dirigió rumbo al hospital.
Cuando llegó con Romina, las enfermeras no entendían nada.
Pronto, el doctor, le hizo el tratamiento de rutina. Las enfermeras le aplicaron una inyección para tranquilizarla, la llevaron a su cuarto, le cambiaron las ropas y la acostaron.
Eran las cinco de la mañana. Gonzalo quiso quedarse a cuidarla, hasta que llegaron sus padres. Se fue, pero prometió volver más tarde.
Volvió alrededor de las cuatro de la tarde. Se dirigió a la habitación de la chica que había salvado. Al entrar se encontró con una joven desesperada que, en lugar de agradecerle, le echaba en cara que la hubiera salvado.
Comprendiendo la actitud de la joven, Gonzalo le prometió, sonriendo, que no lo haría más.
-¡Vos no sabes el daño que me hiciste al salvarme! – le dijo Romina, llorando.
-¿Cómo te voy a hacer daño…? ¡Sólo quise que vivieras…! ¿Te parece poco…?
-Además, una joven tan hermosa ¿qué derecho tiene a suicidarse?
-Anoche tuve coraje para hacerlo. –dijo Romina, llorando. –Yo sé que fuiste bueno y que arriesgaste tu vida por la mía. Pero conmigo perdiste el tiempo porque voy a volver a intentarlo.
-¡Oh! No digas esas cosas tan tristes. ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que te quitó las ganas de vivir?
-¡Nada! No puedo decírtelo…!
-¿Por qué? ¿Querés que te confiese algo…?
-¿Qué…? –preguntó Romina.
-Que me gustaste apenas te saqué del agua. Se te veía tan hermosa… que me dije, con rabia: -¿Por qué? Te prometo que voy a devolverte las ganas de vivir. –le dijo Gonzalo, emocionado.
-¡Eso es imposible! -aseguró Romina.
En ese instante se abrió la puerta y apareció la doctora Elsa, quien abrazó fuertemente a Romina y luego a Gonzalo, agradeciéndole su gesto.
La enfermera les pidió que salieran un momento de la habitación. En el pasillo, Gonzalo le preguntó a Elsa si sabía por qué Romina había querido matarse.
Entonces, Elsa, en forma confidencial, le contó la triste historia de Romina: los planes de casamiento para ese fin de mes, para ocultar que estaba embarazada y el accidente en el que había fallecido su novio.
-¡Toda una tragedia y con semejantes padres…! –dijo Gonzalo. –Yo voy a ayudarla…porque… ¿sabe…? La piba me gustó desde que la saqué del agua.
-Algo pasó en mi alma, cuando la tuve entre mis brazos… algo raro…que me hizo sentir un corazón loco, de tanto palpitar.
-Que Dios te bendiga si es que sentís eso. –dijo Elsa, llorando por la emoción. Ella es una buena chica, te lo aseguro y no te arrepentirás de ayudarla y de enamorarla.
Cuando la enfermera salió, entraron los dos a la habitación. Romina se veía muy seria y callada.
-Elsa ¡Quiero irme del Hospital!
-Tenés que quedarte dos días más, mi amor. Estás muy débil y el suero te hace falta. ¡Sé buena…! ¿sí? –le dijo Elsa, tomándole la mano.
Romina miró a Gonzalo y le dijo: -¿Qué estás haciendo aquí…perdiendo el tiempo…?
-Vamos Romina, no seas agresiva con quien menos se lo merece. –dijo Elsa.
-Bueno. Perdoname. Pero ya te agradecí por haberme salvado. ¡Ahora podés irte…!
-¡Romina! –volvió a decir Elsa. -¡Esa no es manera de agradecer a nadie!
-Es que si él no se hubiera metido en el agua, ahora yo estaría donde quería estar, allá arriba.
-Vamos Romina, no debes pensar así. La vida es hermosa, como vos y yo te voy a ayudar a salir de este mal momento.
-¡A mí, nadie puede ayudarme! –respondió Romina, llorando.
Elsa, tomándole la mano, se la palmeó cariñosamente y acercándose a su oído, le susurró: -¡Gonzalo lo sabe todo…pero todo… yo se lo conté!
Romina la miró y no supo qué decirle, se sentía derrotada.
-Bueno, tengo que ir a atender el consultorio. A la noche vuelvo. –y dándole un beso, se fue.
Gonzalo acercó la silla a la cama y se puso a charlar con Romina. Quería darle fuerzas, devolverle las ganas de vivir.
El se sentía poderosamente atraído por la joven. Ninguna mujer le había provocado tal estado de ánimo. ¿Era eso amor?, se preguntaba. -¡Entonces, bendito sea…! –se dijo para sí.
Tomando la mano de Romina, quiso transmitirle sus emociones. Mientras…la tarde iba durmiendo su siesta y los últimos rayitos del sol se iban perdiendo en la oscuridad de la noche.
Quizás, el tiempo ayudara a Romina a sobrellevar tan desgraciado accidente. Y…una nueva ilusión de amor fuera la compensación a tanta pena y desesperación.
Los padres de Romina eran personas muy severas en su forma de pensar y muy estrictas. Esto hacía que Romina no tuviera, con su madre, la confianza necesaria que toda hija ansía tener. Pero, con la llegada a su vida de Antonio, todo había cambiado. El era su amigo y confidente, además de ser su ferviente enamorado.
Esa tarde, Romina había ido a consultar a su doctora y, cuando ésta le confirmó su embarazo, se puso a llorar desconsoladamente. A pesar de que la doctora trataba de hacerle notar el lado bueno y feliz, ella pensaba en sus padres, aterrada.
Esa noche salió a pasear con Antonio y se lo contó. Éste, después de un breve silencio, la tomó entre sus brazos y, con alegría, dijo: -Nos casamos a fin de mes.
Ella lo miró sorprendida por tan inesperada resolución. –Pero… ¿Qué le vamos a decir a mis padres de este casamiento tan apresurado…?
-La palabra “apresurado” no existe. Le diremos que me llegó el nombramiento que estaba esperando y que nos mudamos a E.E.U.U. Allá, por intermedio de mi tío, conseguiré trabajo. Pero, de aquí, de Mar del Plata, desapareceremos antes de que tus padres se enteren y te amarguen la vida.
-Mañana mismo, me ocuparé de nuestros pasaportes y le escribiré a mi tío para adelantarle todo.
Abrazándola fuertemente, le dijo: -No quiero verte sufrir ni quiero que tiembles de miedo.
Cuando llegaron de regreso a la casa, ambos le dieron la noticia a los padres de Romina.
Ellos no podían entender tal decisión, pero Antonio les habló de su trabajo en E.E.U.U., que le había conseguido su tío y de lo bien que vivirían.
Pasaron los días y Romina no lograba conformar a sus padres, pero hacía lo que podía. Si llegaban a saber de su embarazo, muy distintas iban a ser las lamentaciones.
Una mañana, Antonio pasó a Buscar a Romina con su coche, para hacer trámites de pasaportes. Cuando iban llegando a destino, un coche, a toda velocidad, sin respetar los semáforos, se incrustó del lado de Antonio y, en el choque, éste perdió el conocimiento, estrellándose contra un negocio.
Pronto, la gente se agolpó y trató de auxiliar a la pareja que, ensangrentados e inconscientes, yacían en el coche, con sus cinturones de seguridad abrochados.
El hombre del otro coche había fallecido por el fuerte impacto.
Enseguida llegó la policía y la ambulancia. También acudieron los bomberos porque del lado de Antonio, no se podía abrir la puerta pues había quedado hundida por el tremendo golpe.
A Romina, lograron sacarla con sumo cuidado. La transportaron en camilla hasta la ambulancia que partió velozmente.
Los bomberos debieron trabajar con cuidado para rescatar a Antonio. Sus piernas habían quedado atrapadas entre los hierros retorcidos. Después de media hora de trabajo, y con un doctor asistiéndolo, lograron sacarlo y lo transportaron al hospital. Su estado era muy grave y, por desgracia, cuando estaban llegando al hospital, Antonio fallecía, ante la desesperación del doctor que hizo todo lo posible para que llegara con vida.
Los padres de Romina, enterados por la policía de tal desgracia, llegaron al hospital y, al ver a su hija en ese estado, temieron por su vida.
Pero el doctor los tranquilizó y les dijo que sólo tenía afectadas las cervicales y que con ese cuello ortopédico, que debía usar por un tiempo, sus golpes sanarían también.
Romina preguntaba por Antonio, pero no podían decirle, por unos días, que había fallecido.
Cuando habían pasado tres semanas del accidente, y Romina empezaba a caminar, para poder irse del hospital, supo del fallecimiento de Antonio. Un ataque de nervios, de depresión la volvió a la cama, en la cual se abandonó sin querer comer.
El doctor aconsejó que la viera una psicóloga que le ayudara a comprender su drama. Pero ella se había encerrado en un silencio tan grande, que no se le podía ayudar. No quería escuchar…ni hablar…ni comer.
-Algo grave le pasa -dijo el doctor que la atendía. –Mejor, llamemos a su doctora de familia. Ella la conoce bien y, a lo mejor, logra convencerla, para su recuperación.
Cuando Elsa, su doctora, llegó, Romina la abrazó llorando y quiso quedarse a solas con ella.
-¿Qué voy a hacer ahora…Elsa…? ¡Estoy sola! ¡Muy sola!
-¡No estás sola…no! ¡No voy a dejarte sola, te lo prometo!
-¿Y ahora qué hago con mi bebe…? ¡Si mis padres se enteran, me van a decir de todo…! ¡Sé cómo piensan! ¡No quiero volver a casa!
-¡Vamos…! ¡Vamos…! Romina, yo hablaré con ellos y comprenderán.
-¡Pero Elsa, vos no sabés cómo son…! ¡Te van a decir de todo sobre mí!
-¡Dejá que, al menos, lo intente!
-Está bien…Quiero que me traigas ropa y zapatos para poder salir del hospital.
-Bueno, Romina, quedate tranquila, que te la voy a traer. Ahora voy a tu casa para hablar con tus padres. –y, dándole un beso, salió de la habitación.
Ya, en la casa de Romina, Elsa trató de encontrar las palabras adecuadas para informarles que iban a ser abuelos, en lugar de decirles que su hija iba a ser mamá. Por ahí, la palabra abuelos, los enternecía.
Pero…¡Oh! ¡Qué mentes tenían esos padres! Se levantaron furiosos y dijeron que su hija era la vergüenza de la familia, que hubieran preferido llorarla muerta y no como madre soltera.
Ante tales crueles palabras, Elsa se levantó y les recriminó su forma de actuar y, por más que les dijo todo lo que pensaba, fue inútil. Entonces, les pidió la ropa para Romina y se fue al hospital.
Cuando llegó, Elsa trató de ocultar su disgusto, pero Romina se dio cuenta, al verle la cara que traía.
-¿No te dije, Elsa…? Ellos siempre pensaron lo mismo sobre las madres solteras. Todo lo que vos les digas, no sirve para nada.
Elsa colgó la ropa en el ropero y se sentó a su lado, acariciándola tiernamente. –No sufras, yo estaré siempre con vos, para ayudarte… ¿entendés…?
Romina le pidió que se fuera porque era muy tarde y le dijo que mañana hablarían.
Elsa, comprendiendo el estado de ánimo de Romina, le dio un beso y se fue, diciéndole que al día siguiente pasaría a buscarla.
-Gracias. Gracias –dijo Romina.
Cuando había pasado media hora de la partida de Elsa y las enfermeras ya habían apagado las luces, para dejar dormir a los enfermos, Romina se levantó y se vistió apresuradamente. Abrió la puerta y salió sigilosamente rumbo a la calle sin que nadie la viera, aprovechando la salida de dos señoras que se iban.
Ya en la calle, empezó a caminar sin saber qué hacer ni adónde ir. Entonces, lo pensó un momento y se fue hacia la playa.
Tardó más de media en llegar. Por suerte, la noche era cálida, hermosa y daba gusto caminar.
La playa estaba desierta. Eran las tres de la mañana. ¿Quién podía, a esa hora, deambular…? ¡Sólo ella…!
Se sentó frente al mar, hundiendo, con rabia, sus dedos en la arena, viendo cómo las olas rompían en la costa.
Se levantó y comenzó a caminar como si tuviera la mente extraviada. Y llegó hasta el agua, hundiendo sus pies descalzos en el agua fría.
Se detuvo un instante y luego, como quien recapacita, siguió caminando en el agua, hasta que la misma le llegó al cuello. Y, mirando por última vez hacia el cielo, como para despedirse, se hundió voluntariamente, desapareciendo de la superficie.
Pero Dios no quiso que esas dos criaturas se fueran de este mundo. Hizo el milagro de que Gonzalo, que se había quedado en la playa, recostado en la arena, hasta que amaneciera, observó todo el tiempo lo que la joven hacía, pensando: ¡qué ganas de bañarse a esta hora! Pero, cuando vio que no salía a flote, se asustó y se dijo: -¡Es una suicida!.
Corriendo, lo más rápido que pudo, se arrojó al mar y, dando las brazadas más veloces de su vida, alcanzó a rescatar del agua el cuerpo desvanecido de la joven.
La llevó hasta la playa y, acostándola con cuidado, trató de hacerle devolver el agua que había tragado. La chica, a pesar de sus esfuerzos, seguía inconsciente. Desesperado la cargó en su coche y se dirigió rumbo al hospital.
Cuando llegó con Romina, las enfermeras no entendían nada.
Pronto, el doctor, le hizo el tratamiento de rutina. Las enfermeras le aplicaron una inyección para tranquilizarla, la llevaron a su cuarto, le cambiaron las ropas y la acostaron.
Eran las cinco de la mañana. Gonzalo quiso quedarse a cuidarla, hasta que llegaron sus padres. Se fue, pero prometió volver más tarde.
Volvió alrededor de las cuatro de la tarde. Se dirigió a la habitación de la chica que había salvado. Al entrar se encontró con una joven desesperada que, en lugar de agradecerle, le echaba en cara que la hubiera salvado.
Comprendiendo la actitud de la joven, Gonzalo le prometió, sonriendo, que no lo haría más.
-¡Vos no sabes el daño que me hiciste al salvarme! – le dijo Romina, llorando.
-¿Cómo te voy a hacer daño…? ¡Sólo quise que vivieras…! ¿Te parece poco…?
-Además, una joven tan hermosa ¿qué derecho tiene a suicidarse?
-Anoche tuve coraje para hacerlo. –dijo Romina, llorando. –Yo sé que fuiste bueno y que arriesgaste tu vida por la mía. Pero conmigo perdiste el tiempo porque voy a volver a intentarlo.
-¡Oh! No digas esas cosas tan tristes. ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que te quitó las ganas de vivir?
-¡Nada! No puedo decírtelo…!
-¿Por qué? ¿Querés que te confiese algo…?
-¿Qué…? –preguntó Romina.
-Que me gustaste apenas te saqué del agua. Se te veía tan hermosa… que me dije, con rabia: -¿Por qué? Te prometo que voy a devolverte las ganas de vivir. –le dijo Gonzalo, emocionado.
-¡Eso es imposible! -aseguró Romina.
En ese instante se abrió la puerta y apareció la doctora Elsa, quien abrazó fuertemente a Romina y luego a Gonzalo, agradeciéndole su gesto.
La enfermera les pidió que salieran un momento de la habitación. En el pasillo, Gonzalo le preguntó a Elsa si sabía por qué Romina había querido matarse.
Entonces, Elsa, en forma confidencial, le contó la triste historia de Romina: los planes de casamiento para ese fin de mes, para ocultar que estaba embarazada y el accidente en el que había fallecido su novio.
-¡Toda una tragedia y con semejantes padres…! –dijo Gonzalo. –Yo voy a ayudarla…porque… ¿sabe…? La piba me gustó desde que la saqué del agua.
-Algo pasó en mi alma, cuando la tuve entre mis brazos… algo raro…que me hizo sentir un corazón loco, de tanto palpitar.
-Que Dios te bendiga si es que sentís eso. –dijo Elsa, llorando por la emoción. Ella es una buena chica, te lo aseguro y no te arrepentirás de ayudarla y de enamorarla.
Cuando la enfermera salió, entraron los dos a la habitación. Romina se veía muy seria y callada.
-Elsa ¡Quiero irme del Hospital!
-Tenés que quedarte dos días más, mi amor. Estás muy débil y el suero te hace falta. ¡Sé buena…! ¿sí? –le dijo Elsa, tomándole la mano.
Romina miró a Gonzalo y le dijo: -¿Qué estás haciendo aquí…perdiendo el tiempo…?
-Vamos Romina, no seas agresiva con quien menos se lo merece. –dijo Elsa.
-Bueno. Perdoname. Pero ya te agradecí por haberme salvado. ¡Ahora podés irte…!
-¡Romina! –volvió a decir Elsa. -¡Esa no es manera de agradecer a nadie!
-Es que si él no se hubiera metido en el agua, ahora yo estaría donde quería estar, allá arriba.
-Vamos Romina, no debes pensar así. La vida es hermosa, como vos y yo te voy a ayudar a salir de este mal momento.
-¡A mí, nadie puede ayudarme! –respondió Romina, llorando.
Elsa, tomándole la mano, se la palmeó cariñosamente y acercándose a su oído, le susurró: -¡Gonzalo lo sabe todo…pero todo… yo se lo conté!
Romina la miró y no supo qué decirle, se sentía derrotada.
-Bueno, tengo que ir a atender el consultorio. A la noche vuelvo. –y dándole un beso, se fue.
Gonzalo acercó la silla a la cama y se puso a charlar con Romina. Quería darle fuerzas, devolverle las ganas de vivir.
El se sentía poderosamente atraído por la joven. Ninguna mujer le había provocado tal estado de ánimo. ¿Era eso amor?, se preguntaba. -¡Entonces, bendito sea…! –se dijo para sí.
Tomando la mano de Romina, quiso transmitirle sus emociones. Mientras…la tarde iba durmiendo su siesta y los últimos rayitos del sol se iban perdiendo en la oscuridad de la noche.
Quizás, el tiempo ayudara a Romina a sobrellevar tan desgraciado accidente. Y…una nueva ilusión de amor fuera la compensación a tanta pena y desesperación.
3/7/10
EL IMPACTO
Después que papá sufriera ese derrame cerebral, nos parecía imposible su lenta y efectiva recuperación. Pensar que estuvimos toda aquella noche esperando su deceso y Dios quiso dejarlo con nosotros.
Luego, su recuperación fue lenta, pero, de a poco, fue mejorando. Desgraciadamente era asmático y esa enfermedad lo tenía a mal traer. El médico nos aconsejó que nos mudáramos a un lugar más abierto, con terreno, de modo que el aire puro le diera las fuerzas que no tenía.
Nosotros vivíamos en un departamento y la plaza, aunque quedaba a dos cuadras, de nada le servía a papá porque no podía caminarlas por su enfermedad.
Le comentamos esto a un amigo que vivía en un hermoso barrio, cerca del aeropuerto de Ezeiza, donde el verde y el aire puro lo iban a restablecer ampliamente. Sería como tener una plaza en la casa, para nuestro uso.
Nuestro amigo nos consiguió un chalet que era de un matrimonio con un bebe de un año, que ya no podía pagar ese alto alquiler. El chalet tenía living comedor, cuatro dormitorios, baño completo, toilette, una gran cocina, con alacenas, dependencias de servicio y lavadero y un terreno de mil metros cuadrados.
-¡Cómo! –pensaba yo -¿Esta pobre familia vive en semejante chalet con un bebe?
-Y la política es así. –nos comentó nuestro amigo. –Distribuye mal las cosas.
-Ellos quieren permutar por algo en la capital. –nos dijo.
Y… ahí nomás se hicieron las presentaciones del caso. Nosotros nos quedamos maravillados con el chalet y ellos encontraron en nuestro departamento lo que necesitaban: poco alquiler y vivir en la Capital Federal.
Pero todo no terminaba ahí. El barrio pertenecía al Ministerio de Hacienda y había que hacer trámites para conseguir que se otorgara la permuta..
Con el certificado médico de papá y todos los antecedentes sobre su precaria salud, me dirigí, esa mañana, al Ministerio de Hacienda, a pedir una entrevista con el Ministro, ya que esa era la única forma de acceder a ese barrio.
Viajé en colectivo y luego en subte, hasta Plaza de Mayo.
En el subte estaba tan absorta pensando cómo iba a conseguir esa entrevista, que no miraba a nadie.
Pero, en un momento en que levanté mi vista, me sorprendió la mirada fija de un joven sentado frente a mí.
Turbada por el hecho, bajé rápidamente mis ojos hacia el piso, pero, cada vez que los levantaba, estaban los de él mirándome dulcemente.
Era un joven buen mozo y elegante, con su impecable traje y su sobria corbata.
Por suerte, llegamos a Plaza de Mayo y, luego de mirarme nuevamente, se levantó y desapareció de mi vista, entre la gente.
Notó que yo no correspondía a sus gestos. ¡Cómo iba a hacerlo si era casada…!
Pero, en mi apuro por llegar al Ministerio, me olvidé por completo del incipiente galán y me dediqué a lo mío, que era bastante importante.
Subí al piso indicado y, cuando estaba llegando a la Secretaría, para pedir al secretario la entrevista con el Ministro, un temblor me invadió de repente y tuve que aspirar un rato, para seguir mi camino.
Los nervios de pensar a lo que iba, me traicionaron de golpe. Serenándome, me dije: -pensá en tu papá. El miedo desapareció pensando en él.
Llegué a la puerta indicada y golpeé, ya, más serena. Cuando vi la sombra de alguien, que se acercaba a abrirla, tragué aire y me dije –“fuerza”.
Cuando la puerta de la secretaría se abrió, me quedé paralizada y los colores subieron a mis mejillas. El joven Secretario del Ministro era el muchacho del subte quien, al verme, sonrió complacido y me invitó a pasar.
-Pero, qué casualidad.¡Siéntese…siéntese! –me dijo amablemente.
Yo me senté frente a él y, al verlo, me serené. Era como si él hubiera sido un conocido. Eso me alentó a contarle el problema por el cual yo había ido a solicitar la entrevista.
Me escuchó atentamente, hasta cuando yo le aseguraba que en la permuta no había dinero de por medio, sino necesidades perentorias de ambas partes.
Le expliqué que el señor del chalet ya no podía pagar más el alquiler, que ya debía tres meses y que no tenía trabajo. Y, también le dije que mi papá necesitaba cambiar de aire urgente, por su delicada salud.
Me escuchó atentamente y, con una agradable expresión de sus ojos, dijo: -Hoy las entrevistas están completas, pero voy a hacer algo por ud.. Siéntese. –agregó, acompañándome a un hall, entre la secretaría y la oficina del Ministro. –No sé dentro de cuanto tiempo la voy a hacer pasar, pero voy a intentarlo. Voy a ver a cual de los que entrevistará el Ministro hoy, puedo pasarlo para otro día.
Me quedé emocionada por su gesto. ¿Tanto le había impactado, para que él hiciera esto por mí? –pensé, mientras esperaba sentada en el hall.
Creo que estuve más de una hora esperando. Cuando él me dijo que pasara, mis piernas estaban duras, acalambradas de tanto estar sentada. Creí que no podría caminar…Haciendo un esfuerzo, me levanté y fui hacia el despacho del Ministro, que estaba parado al lado de su escritorio.
Me invitó a sentarme y, como quien tiene poco tiempo para atender, me preguntó cuál era mi problema.
Entonces le conté, en forma breve y concisa, aunque sin omitir detalles, aclarando absolutamente que, en tal permuta, no corría dinero de por medio –ya que ese detalle era primordial. Las casas no podía ser vendidas, así lo establecía una cláusula del otorgamiento de las viviendas y debía ser respetada.
Concluida la entrevista, me saludó, dándome la mano y me retiré.
El Secretario me estaba esperando y le conté cómo había sido la conversación.
-Bueno, quédese tranquila. Me ocuparé de que el Ministro permita que la sección Viviendas del Estado atienda su pedido.
Me pidió mi teléfono, mi dirección y la dirección del chalet del barrio, que yo solicitaba.
Me estrechó la mano, con una agradable sonrisa en sus labios y me despidió hasta su llamado. Nada me dijo de la casualidad del encuentro, en ese momento, tal vez porque yo le había dicho que era casada, pero… me dio su tarjeta personal.
Me fui a casa enseguida. Deseaba contarle a mi esposo todo lo sucedido. Mientras viajaba, le agradecía a Dios por ese encuentro con el joven del subte. ¡Eso era como un milagro...!
Pasaban los días y yo, ansiosa esperando el llamado. Recién el día jueves sonó el teléfono y la voz de él me informó que el día lunes tendría una entrevista con el jefe de la Sección Viviendas del Estado.
Mi alegría era tan grande, que le agradecí varias veces su ayuda y acordamos que él me esperaría el día lunes a las 13.00, en el 2do. Piso del Ministerio para presentarme al Jefe de Viviendas.
La semana me pareció más larga que otras, no llegaba nunca el lunes. Los días me parecían interminables por la ansiedad que yo tenía.
Por fin, el lunes a las 13.00 estaba yo, en el 2do. Piso del Ministerio y, ahí, estaba él, esperándome.
-Hola –me dijo, acercándose. -¿Qué tal, sra. Graciela?
-¡Bien… bien nerviosa, digo…!
-No se ponga así, ya hablé con el Jefe, le dije que ud. es conocida mía, de modo que debemos tutearnos. Yo me llamo Andrés.
-Sí, ya lo leí en su tarjeta.
-Bueno, tratá de familiarizarte con el tuteo porque, si me decís Ud., va a desconfiar de que somos amigos.
-Tenés razón. –y luego de charlar un rato, me llevó a la oficina del Jefe, con quien tuve una extensa conversación. Me pidió que compareciera con el inquilino del chalet, con todos los papeles del mismo.
Además, me dijo que no se podía permutar una casa del Estado por una particular. Sentí que mis ilusiones se iban al suelo, pero Andrés, después de despedirnos del Jefe, me dijo: -Dejá Graciela, de eso me ocupo yo.
Salimos y fuimos hasta su despacho, ahí conversamos largamente.
Me dijo que yo le había impactado profundamente el día que me conoció y que, desde ese día, no podía sacarme de su pensamiento.
-Te agradezco tus palabras -le contesté. –Pero soy casada, bien casada y tengo dos hijos.
Él se levantó y yo hice lo mismo. Me acompañó hasta la puerta y me saludó sonriendo.
-Andá tranquila. De algún modo, voy a solucionar este problema. Dejame pensar cómo, yo te vuelvo a llamar. Y, dándome un beso en la mano, me despidió.
Salí temblando de nervios, por lo que él me había confesado.
-Qué mala suerte –me dije –mezclar las cosas justo ahora. ¿Por qué me habrá confesado sus sentimientos justo ahora?
Cuando llegué a casa, le conté todo a Rolando, mi esposo. El sabía muy bien cómo era yo, de modo que como si fuéramos dos amigos charlando, hablamos profundamente sobre el tema. El sabía que yo saldría bien del problema. Pero lo angustiante era el otro inconveniente, el de la prohibición de la permuta.
Además, para mi desgracia, mi departamento era propiedad del entonces Ministro de Trabajo y no permitía la permuta.
¡Más problemas no podía tener!
A la semana siguiente fui al Ministerio con el dueño del chalet. Él hizo la declaración jurada, en la que declaraba que sólo permutaba su casa por la mía por necesidad, ya que no tenía trabajo y en la capital su situación cambiaría para bien.
Lo mismo declaré yo y salimos de la oficina. Me despedí del señor y fui rápidamente a la Cámara de Alquileres, dónde presenté una nota gestionando la permuta de una vivienda del Estado por otra particular.
El Ministro de Trabajo había dado su negativa a dicha permuta porque él pensaba vender el edificio y, ante tal hecho, fui a ver a Andrés, quien me recibió enseguida.
Cuando le conté que mi esposo había ido a ver al dueño de nuestro departamento y que su secretario se limitó a transmitirle su negativa a tal permuta, Andrés se puso a pensar y, luego, me tranquilizó.
-Deja esto por mi cuenta, dame las fotocopias de los papeles que presentaste en la solicitud de la permuta, en la Cámara de Alquileres.
-Los tengo aquí, en mi carpeta –le dije.
-Bueno. Dámelos –y mandó a su empleado a fotocopiarlos.
Luego, cuando el empleado regresó, me dio los míos y él armó una carpeta. –Bueno, ahora me voy a ocupar. Andá tranquila. Apenas tenga noticias, te llamo.
Traté de irme enseguida para evitar que él volviera a hablarme y, saludándolo, me fui.
Pasó una semana interminable. Tenía miedo del dictamen de la Cámara de Alquileres. Seguramente iban a favorecer a un Ministro de Trabajo y no a una desconocida como yo.
El día lunes amaneció hermoso, con fresca temperatura. A eso de las 10.00 de la mañana sonó el teléfono, corrí para atenderlo y, tratando de disimular mi ansiedad, atendí. Era Andrés, que me pedía que fuera al Ministerio con la carpeta completa del chalet y de mi departamento.
Tomé un remis, para llegar lo antes posible y lo logré. Subí a su oficina y, ahí, me recibió con una amplia sonrisa y gesto triunfador.
-¡Ganamos…! –me dijo. –La permuta está otorgada. Este es el primer antecedente de una permuta de una casa del Estado por otra casa particular.
Yo tapé mi boca con mis manos, en un gesto de estupor… no podía creerlo… Él lo había conseguido. Mi otro yo lo habría abrazado de agradecimiento, pero me contuve y estreché sus manos, emocionada, mientras caían lágrimas de mis ojos.
-¿Cómo… llorando…? ¡No…No! El premio a mi buena noticia debe ser una sonrisa.
Y Juntos fuimos a la Oficina de Inmuebles del Estado, donde Andrés completó el trámite final de la permuta.
El Jefe de Inmuebles era un hombre fastidioso. Trataba de encontrar algo en el expediente, como para entorpecer el trámite.
Andrés, luego de decirle algo que yo no escuché, me tomó del brazo y salimos de la oficina.
-Ahora, te invito a almorzar y no acepto negativas –me dijo, sonriendo.
Pensé rápidamente que no podía decirle gracias y chau. Lo que él había hecho para conseguir tal permuta, sabiendo que mi departamento era propiedad de un ministro, lo sabía sólo él. Yo no quise preguntarle. Entonces, conociéndome cómo era, acepté la invitación, como quien acepta la de un gran amigo.
Fuimos a un restaurante. Él eligió una mesa al lado de la ventana, desde donde se apreciaba ampliamente la Plaza de Mayo, que, con su verde arboleda, recreaba la vista.
Fui sabiendo que él me iba a volver a hablar de sus sentimientos, pero yo tenía que ingeniármela para zafar, sin ofenderlo.
Y así fue, me dijo cosas muy lindas, con respeto. Me contó que, durante este mes y medio que había durado el trámite, él se había hecho ilusiones conmigo porque yo era la clase de chica que a él le gustaba. Y elogió mis ojos, mi rostro… mi cuerpo…
Yo me sentía mal por tener que decirle que no podía tener una relación con él porque estaba casada y mi vida matrimonial andaba sobre rieles. ¡En ese momento deseaba haber sido soltera para no herirlo, no se lo merecía!
Como pude, con buenas y sabias palabras, que dicta la conciencia, traté de llegar a su corazón, de modo tal que mi negativa no lo lastimara.
Después de un almuerzo, que duró dos horas, nos fuimos, como amigos, sintiendo que algo que él quiso que fuera, no pudo ser.
Nos despedimos hasta el miércoles, día que el jefe de Inmuebles había previsto para la adjudicación de la vivienda.
Andrés me dijo que si ese día yo tenía algún problema, fuera a buscarlo inmediatamente. Y me dio un beso en la mejilla, como despedida.
Subí a un taxi y me perdí por las calles de Buenos Aires, mientras él me miraba partir.
Cuando llegué, le conté todo a mi marido. El aprobó mi comportamiento.
Llegó el miércoles. Ese día me acompañó mi esposo. De común acuerdo, compramos un juego de lápiz y lapicera Parker, de oro, para regalarle a Andrés, en agradecimiento por todo lo que había hecho por nosotros, o mejor dicho por mí.
Al llegar al piso de Inmuebles, nos encontramos con el jefe, quien había estado hablando con el inquilino del chalet. Nos dijo que no confiaba en que la permuta se hiciera sin dinero, poniendo, de este modo, nuevamente, una traba en la operación.
Mi esposo le aseguró que no eran ciertas sus sospechas y, mientras ellos hablaban, yo fui a buscar a Andrés.
Apenas vio mi cara, se dio cuenta de que algo pasaba.
-¿Y, ahora qué pasa…? –preguntó, extrañado, luego de saludarme con un beso de amigo.
Cuando le conté la historia que estaba haciendo el Jefe y su desconfianza, bajó conmigo, con verdadero fastidio.
Llegamos a la oficina, él entró solo. Yo no sé qué habrá dicho ahí adentro, pero, luego de diez minutos, el Jefe salió con los papeles y nos dijo: -Ahora pueden pasar por la caja 2, pagar lo adeudado del chalet porque ya está a nombre de ustedes dicha propiedad.
Yo miré a Andrés y sentí ganas de abrazarlo, pero, simplemente, le entregamos, con mi esposo el regalo. Cuando él lo vio, no quiso aceptarlo. Pero mi esposo le insistió de tal manera que lo recibió.
Nos acompañó hasta abajo, hasta la Caja 2, para concluir el trámite.
Mientras mi esposo efectuaba el pago, en la caja, Andrés me dijo que nunca me olvidaría y que, realmente, se había enamorado de mí.
-¡Qué suerte tiene tu esposo de que vos lo quieras! Te agradezco el regalo y cuando escriba, pensaré que tengo mis dedos entrelazados en los tuyos y que en algo quedamos unidos, sin que nadie nos separe. ¡Hasta siempre, mi amor! – me dijo, alejándose de mí.
Luego, su recuperación fue lenta, pero, de a poco, fue mejorando. Desgraciadamente era asmático y esa enfermedad lo tenía a mal traer. El médico nos aconsejó que nos mudáramos a un lugar más abierto, con terreno, de modo que el aire puro le diera las fuerzas que no tenía.
Nosotros vivíamos en un departamento y la plaza, aunque quedaba a dos cuadras, de nada le servía a papá porque no podía caminarlas por su enfermedad.
Le comentamos esto a un amigo que vivía en un hermoso barrio, cerca del aeropuerto de Ezeiza, donde el verde y el aire puro lo iban a restablecer ampliamente. Sería como tener una plaza en la casa, para nuestro uso.
Nuestro amigo nos consiguió un chalet que era de un matrimonio con un bebe de un año, que ya no podía pagar ese alto alquiler. El chalet tenía living comedor, cuatro dormitorios, baño completo, toilette, una gran cocina, con alacenas, dependencias de servicio y lavadero y un terreno de mil metros cuadrados.
-¡Cómo! –pensaba yo -¿Esta pobre familia vive en semejante chalet con un bebe?
-Y la política es así. –nos comentó nuestro amigo. –Distribuye mal las cosas.
-Ellos quieren permutar por algo en la capital. –nos dijo.
Y… ahí nomás se hicieron las presentaciones del caso. Nosotros nos quedamos maravillados con el chalet y ellos encontraron en nuestro departamento lo que necesitaban: poco alquiler y vivir en la Capital Federal.
Pero todo no terminaba ahí. El barrio pertenecía al Ministerio de Hacienda y había que hacer trámites para conseguir que se otorgara la permuta..
Con el certificado médico de papá y todos los antecedentes sobre su precaria salud, me dirigí, esa mañana, al Ministerio de Hacienda, a pedir una entrevista con el Ministro, ya que esa era la única forma de acceder a ese barrio.
Viajé en colectivo y luego en subte, hasta Plaza de Mayo.
En el subte estaba tan absorta pensando cómo iba a conseguir esa entrevista, que no miraba a nadie.
Pero, en un momento en que levanté mi vista, me sorprendió la mirada fija de un joven sentado frente a mí.
Turbada por el hecho, bajé rápidamente mis ojos hacia el piso, pero, cada vez que los levantaba, estaban los de él mirándome dulcemente.
Era un joven buen mozo y elegante, con su impecable traje y su sobria corbata.
Por suerte, llegamos a Plaza de Mayo y, luego de mirarme nuevamente, se levantó y desapareció de mi vista, entre la gente.
Notó que yo no correspondía a sus gestos. ¡Cómo iba a hacerlo si era casada…!
Pero, en mi apuro por llegar al Ministerio, me olvidé por completo del incipiente galán y me dediqué a lo mío, que era bastante importante.
Subí al piso indicado y, cuando estaba llegando a la Secretaría, para pedir al secretario la entrevista con el Ministro, un temblor me invadió de repente y tuve que aspirar un rato, para seguir mi camino.
Los nervios de pensar a lo que iba, me traicionaron de golpe. Serenándome, me dije: -pensá en tu papá. El miedo desapareció pensando en él.
Llegué a la puerta indicada y golpeé, ya, más serena. Cuando vi la sombra de alguien, que se acercaba a abrirla, tragué aire y me dije –“fuerza”.
Cuando la puerta de la secretaría se abrió, me quedé paralizada y los colores subieron a mis mejillas. El joven Secretario del Ministro era el muchacho del subte quien, al verme, sonrió complacido y me invitó a pasar.
-Pero, qué casualidad.¡Siéntese…siéntese! –me dijo amablemente.
Yo me senté frente a él y, al verlo, me serené. Era como si él hubiera sido un conocido. Eso me alentó a contarle el problema por el cual yo había ido a solicitar la entrevista.
Me escuchó atentamente, hasta cuando yo le aseguraba que en la permuta no había dinero de por medio, sino necesidades perentorias de ambas partes.
Le expliqué que el señor del chalet ya no podía pagar más el alquiler, que ya debía tres meses y que no tenía trabajo. Y, también le dije que mi papá necesitaba cambiar de aire urgente, por su delicada salud.
Me escuchó atentamente y, con una agradable expresión de sus ojos, dijo: -Hoy las entrevistas están completas, pero voy a hacer algo por ud.. Siéntese. –agregó, acompañándome a un hall, entre la secretaría y la oficina del Ministro. –No sé dentro de cuanto tiempo la voy a hacer pasar, pero voy a intentarlo. Voy a ver a cual de los que entrevistará el Ministro hoy, puedo pasarlo para otro día.
Me quedé emocionada por su gesto. ¿Tanto le había impactado, para que él hiciera esto por mí? –pensé, mientras esperaba sentada en el hall.
Creo que estuve más de una hora esperando. Cuando él me dijo que pasara, mis piernas estaban duras, acalambradas de tanto estar sentada. Creí que no podría caminar…Haciendo un esfuerzo, me levanté y fui hacia el despacho del Ministro, que estaba parado al lado de su escritorio.
Me invitó a sentarme y, como quien tiene poco tiempo para atender, me preguntó cuál era mi problema.
Entonces le conté, en forma breve y concisa, aunque sin omitir detalles, aclarando absolutamente que, en tal permuta, no corría dinero de por medio –ya que ese detalle era primordial. Las casas no podía ser vendidas, así lo establecía una cláusula del otorgamiento de las viviendas y debía ser respetada.
Concluida la entrevista, me saludó, dándome la mano y me retiré.
El Secretario me estaba esperando y le conté cómo había sido la conversación.
-Bueno, quédese tranquila. Me ocuparé de que el Ministro permita que la sección Viviendas del Estado atienda su pedido.
Me pidió mi teléfono, mi dirección y la dirección del chalet del barrio, que yo solicitaba.
Me estrechó la mano, con una agradable sonrisa en sus labios y me despidió hasta su llamado. Nada me dijo de la casualidad del encuentro, en ese momento, tal vez porque yo le había dicho que era casada, pero… me dio su tarjeta personal.
Me fui a casa enseguida. Deseaba contarle a mi esposo todo lo sucedido. Mientras viajaba, le agradecía a Dios por ese encuentro con el joven del subte. ¡Eso era como un milagro...!
Pasaban los días y yo, ansiosa esperando el llamado. Recién el día jueves sonó el teléfono y la voz de él me informó que el día lunes tendría una entrevista con el jefe de la Sección Viviendas del Estado.
Mi alegría era tan grande, que le agradecí varias veces su ayuda y acordamos que él me esperaría el día lunes a las 13.00, en el 2do. Piso del Ministerio para presentarme al Jefe de Viviendas.
La semana me pareció más larga que otras, no llegaba nunca el lunes. Los días me parecían interminables por la ansiedad que yo tenía.
Por fin, el lunes a las 13.00 estaba yo, en el 2do. Piso del Ministerio y, ahí, estaba él, esperándome.
-Hola –me dijo, acercándose. -¿Qué tal, sra. Graciela?
-¡Bien… bien nerviosa, digo…!
-No se ponga así, ya hablé con el Jefe, le dije que ud. es conocida mía, de modo que debemos tutearnos. Yo me llamo Andrés.
-Sí, ya lo leí en su tarjeta.
-Bueno, tratá de familiarizarte con el tuteo porque, si me decís Ud., va a desconfiar de que somos amigos.
-Tenés razón. –y luego de charlar un rato, me llevó a la oficina del Jefe, con quien tuve una extensa conversación. Me pidió que compareciera con el inquilino del chalet, con todos los papeles del mismo.
Además, me dijo que no se podía permutar una casa del Estado por una particular. Sentí que mis ilusiones se iban al suelo, pero Andrés, después de despedirnos del Jefe, me dijo: -Dejá Graciela, de eso me ocupo yo.
Salimos y fuimos hasta su despacho, ahí conversamos largamente.
Me dijo que yo le había impactado profundamente el día que me conoció y que, desde ese día, no podía sacarme de su pensamiento.
-Te agradezco tus palabras -le contesté. –Pero soy casada, bien casada y tengo dos hijos.
Él se levantó y yo hice lo mismo. Me acompañó hasta la puerta y me saludó sonriendo.
-Andá tranquila. De algún modo, voy a solucionar este problema. Dejame pensar cómo, yo te vuelvo a llamar. Y, dándome un beso en la mano, me despidió.
Salí temblando de nervios, por lo que él me había confesado.
-Qué mala suerte –me dije –mezclar las cosas justo ahora. ¿Por qué me habrá confesado sus sentimientos justo ahora?
Cuando llegué a casa, le conté todo a Rolando, mi esposo. El sabía muy bien cómo era yo, de modo que como si fuéramos dos amigos charlando, hablamos profundamente sobre el tema. El sabía que yo saldría bien del problema. Pero lo angustiante era el otro inconveniente, el de la prohibición de la permuta.
Además, para mi desgracia, mi departamento era propiedad del entonces Ministro de Trabajo y no permitía la permuta.
¡Más problemas no podía tener!
A la semana siguiente fui al Ministerio con el dueño del chalet. Él hizo la declaración jurada, en la que declaraba que sólo permutaba su casa por la mía por necesidad, ya que no tenía trabajo y en la capital su situación cambiaría para bien.
Lo mismo declaré yo y salimos de la oficina. Me despedí del señor y fui rápidamente a la Cámara de Alquileres, dónde presenté una nota gestionando la permuta de una vivienda del Estado por otra particular.
El Ministro de Trabajo había dado su negativa a dicha permuta porque él pensaba vender el edificio y, ante tal hecho, fui a ver a Andrés, quien me recibió enseguida.
Cuando le conté que mi esposo había ido a ver al dueño de nuestro departamento y que su secretario se limitó a transmitirle su negativa a tal permuta, Andrés se puso a pensar y, luego, me tranquilizó.
-Deja esto por mi cuenta, dame las fotocopias de los papeles que presentaste en la solicitud de la permuta, en la Cámara de Alquileres.
-Los tengo aquí, en mi carpeta –le dije.
-Bueno. Dámelos –y mandó a su empleado a fotocopiarlos.
Luego, cuando el empleado regresó, me dio los míos y él armó una carpeta. –Bueno, ahora me voy a ocupar. Andá tranquila. Apenas tenga noticias, te llamo.
Traté de irme enseguida para evitar que él volviera a hablarme y, saludándolo, me fui.
Pasó una semana interminable. Tenía miedo del dictamen de la Cámara de Alquileres. Seguramente iban a favorecer a un Ministro de Trabajo y no a una desconocida como yo.
El día lunes amaneció hermoso, con fresca temperatura. A eso de las 10.00 de la mañana sonó el teléfono, corrí para atenderlo y, tratando de disimular mi ansiedad, atendí. Era Andrés, que me pedía que fuera al Ministerio con la carpeta completa del chalet y de mi departamento.
Tomé un remis, para llegar lo antes posible y lo logré. Subí a su oficina y, ahí, me recibió con una amplia sonrisa y gesto triunfador.
-¡Ganamos…! –me dijo. –La permuta está otorgada. Este es el primer antecedente de una permuta de una casa del Estado por otra casa particular.
Yo tapé mi boca con mis manos, en un gesto de estupor… no podía creerlo… Él lo había conseguido. Mi otro yo lo habría abrazado de agradecimiento, pero me contuve y estreché sus manos, emocionada, mientras caían lágrimas de mis ojos.
-¿Cómo… llorando…? ¡No…No! El premio a mi buena noticia debe ser una sonrisa.
Y Juntos fuimos a la Oficina de Inmuebles del Estado, donde Andrés completó el trámite final de la permuta.
El Jefe de Inmuebles era un hombre fastidioso. Trataba de encontrar algo en el expediente, como para entorpecer el trámite.
Andrés, luego de decirle algo que yo no escuché, me tomó del brazo y salimos de la oficina.
-Ahora, te invito a almorzar y no acepto negativas –me dijo, sonriendo.
Pensé rápidamente que no podía decirle gracias y chau. Lo que él había hecho para conseguir tal permuta, sabiendo que mi departamento era propiedad de un ministro, lo sabía sólo él. Yo no quise preguntarle. Entonces, conociéndome cómo era, acepté la invitación, como quien acepta la de un gran amigo.
Fuimos a un restaurante. Él eligió una mesa al lado de la ventana, desde donde se apreciaba ampliamente la Plaza de Mayo, que, con su verde arboleda, recreaba la vista.
Fui sabiendo que él me iba a volver a hablar de sus sentimientos, pero yo tenía que ingeniármela para zafar, sin ofenderlo.
Y así fue, me dijo cosas muy lindas, con respeto. Me contó que, durante este mes y medio que había durado el trámite, él se había hecho ilusiones conmigo porque yo era la clase de chica que a él le gustaba. Y elogió mis ojos, mi rostro… mi cuerpo…
Yo me sentía mal por tener que decirle que no podía tener una relación con él porque estaba casada y mi vida matrimonial andaba sobre rieles. ¡En ese momento deseaba haber sido soltera para no herirlo, no se lo merecía!
Como pude, con buenas y sabias palabras, que dicta la conciencia, traté de llegar a su corazón, de modo tal que mi negativa no lo lastimara.
Después de un almuerzo, que duró dos horas, nos fuimos, como amigos, sintiendo que algo que él quiso que fuera, no pudo ser.
Nos despedimos hasta el miércoles, día que el jefe de Inmuebles había previsto para la adjudicación de la vivienda.
Andrés me dijo que si ese día yo tenía algún problema, fuera a buscarlo inmediatamente. Y me dio un beso en la mejilla, como despedida.
Subí a un taxi y me perdí por las calles de Buenos Aires, mientras él me miraba partir.
Cuando llegué, le conté todo a mi marido. El aprobó mi comportamiento.
Llegó el miércoles. Ese día me acompañó mi esposo. De común acuerdo, compramos un juego de lápiz y lapicera Parker, de oro, para regalarle a Andrés, en agradecimiento por todo lo que había hecho por nosotros, o mejor dicho por mí.
Al llegar al piso de Inmuebles, nos encontramos con el jefe, quien había estado hablando con el inquilino del chalet. Nos dijo que no confiaba en que la permuta se hiciera sin dinero, poniendo, de este modo, nuevamente, una traba en la operación.
Mi esposo le aseguró que no eran ciertas sus sospechas y, mientras ellos hablaban, yo fui a buscar a Andrés.
Apenas vio mi cara, se dio cuenta de que algo pasaba.
-¿Y, ahora qué pasa…? –preguntó, extrañado, luego de saludarme con un beso de amigo.
Cuando le conté la historia que estaba haciendo el Jefe y su desconfianza, bajó conmigo, con verdadero fastidio.
Llegamos a la oficina, él entró solo. Yo no sé qué habrá dicho ahí adentro, pero, luego de diez minutos, el Jefe salió con los papeles y nos dijo: -Ahora pueden pasar por la caja 2, pagar lo adeudado del chalet porque ya está a nombre de ustedes dicha propiedad.
Yo miré a Andrés y sentí ganas de abrazarlo, pero, simplemente, le entregamos, con mi esposo el regalo. Cuando él lo vio, no quiso aceptarlo. Pero mi esposo le insistió de tal manera que lo recibió.
Nos acompañó hasta abajo, hasta la Caja 2, para concluir el trámite.
Mientras mi esposo efectuaba el pago, en la caja, Andrés me dijo que nunca me olvidaría y que, realmente, se había enamorado de mí.
-¡Qué suerte tiene tu esposo de que vos lo quieras! Te agradezco el regalo y cuando escriba, pensaré que tengo mis dedos entrelazados en los tuyos y que en algo quedamos unidos, sin que nadie nos separe. ¡Hasta siempre, mi amor! – me dijo, alejándose de mí.
¡ TE EXTRAÑO...!
¡Te extraño, dulce bien… te extraño inmensamente!
¡No puedo soportar los días de tu ausencia!
Tu vives en mi alma… en mi espíritu y mi mente
¡No estés lejos de mí…! ¡Retorna a mi presencia!
Extraño tus manos… tus ojos y tu boca
las dulces confidencias que el alma así engendró!
¡Extraño ya tus mimos y tengo un ansia loca
de estar entre tus brazos… muy juntos así los dos!
¡Me ahoga la tristeza… sin ti no soy feliz!
¡Mustios están mis labios! ¡La savia de tus besos
de tus divinos besos… no llegan hasta mí!
¡Devuélveme mi Amor la luz de mi embeleso
que brille en mis pupilas las ansias de vivir
después que de tus labios haya bebido un beso!
¡No puedo soportar los días de tu ausencia!
Tu vives en mi alma… en mi espíritu y mi mente
¡No estés lejos de mí…! ¡Retorna a mi presencia!
Extraño tus manos… tus ojos y tu boca
las dulces confidencias que el alma así engendró!
¡Extraño ya tus mimos y tengo un ansia loca
de estar entre tus brazos… muy juntos así los dos!
¡Me ahoga la tristeza… sin ti no soy feliz!
¡Mustios están mis labios! ¡La savia de tus besos
de tus divinos besos… no llegan hasta mí!
¡Devuélveme mi Amor la luz de mi embeleso
que brille en mis pupilas las ansias de vivir
después que de tus labios haya bebido un beso!
LA MENDIGA
Viajando en un tren yo estaba
cuando una voz dulce y triste
con un canto que aún persiste
desde un rincón me llegaba.
Con la mirada indagaba
presurosa por encontrar
al ser que se puso a cantar
las décimas tan hermosas
como una nota armoniosa
que de emoción me hizo temblar.
Era mujer y cantaba
con un penar tan profundo
su ceguera, en este mundo
¡Ciega nací! nos contaba
mientras su voz desgranaba
al compás de una guitarra
cantó “La vida desgarra
a este pobre e inocente ser
y la castiga con no ver
mientras un bastón agarra.
Es que yo quisiera ganar
el pan… como otros pueden
yo sé que a muchos le duelen
que diga mi angustia al cantar!
¡Es mi forma de trabajar
con mi guitarra querida
que es parte ya de mi vida
y me ayuda a sobrevivir
lo que aún me resta servir
sin sentirme una mendiga!
cuando una voz dulce y triste
con un canto que aún persiste
desde un rincón me llegaba.
Con la mirada indagaba
presurosa por encontrar
al ser que se puso a cantar
las décimas tan hermosas
como una nota armoniosa
que de emoción me hizo temblar.
Era mujer y cantaba
con un penar tan profundo
su ceguera, en este mundo
¡Ciega nací! nos contaba
mientras su voz desgranaba
al compás de una guitarra
cantó “La vida desgarra
a este pobre e inocente ser
y la castiga con no ver
mientras un bastón agarra.
Es que yo quisiera ganar
el pan… como otros pueden
yo sé que a muchos le duelen
que diga mi angustia al cantar!
¡Es mi forma de trabajar
con mi guitarra querida
que es parte ya de mi vida
y me ayuda a sobrevivir
lo que aún me resta servir
sin sentirme una mendiga!
SI ME PIERDES
¡No quiero que llores… ni quiero que rías!
¡No quiero que sueñes… si no piensas en mí!
¡Que sufras mi pena, que no haya en tus días
más horas serenas, si no vivo yo en ti!
¡No quiero que tengas momentos felices
si fueran ajenos a mi amor dulce bien!
¡Que toda tu vida en mí sintetices
aún cuando las canas te surquen la sien!
En fin… quiero ser de tu alma la esencia
que perfume el jardín de tu noble saber.
Por eso te digo que ansío en mi ausencia
Que no rías, ni sueñes… si no me has de querer
Que sufras… que añores y que pidas clemencia
Que agotes tus fuerzas… hasta a mi lado volver!
¡No quiero que sueñes… si no piensas en mí!
¡Que sufras mi pena, que no haya en tus días
más horas serenas, si no vivo yo en ti!
¡No quiero que tengas momentos felices
si fueran ajenos a mi amor dulce bien!
¡Que toda tu vida en mí sintetices
aún cuando las canas te surquen la sien!
En fin… quiero ser de tu alma la esencia
que perfume el jardín de tu noble saber.
Por eso te digo que ansío en mi ausencia
Que no rías, ni sueñes… si no me has de querer
Que sufras… que añores y que pidas clemencia
Que agotes tus fuerzas… hasta a mi lado volver!
SOY PÁJARO HERIDO
¡Soy pájaro herido que bate sus alas
en busca de un nido donde poder morir
y en vuelo forzoso… buscando una rama
planeo en el aire sin saber donde ir!
¡La noche se allega y extiende su manto
y en él ya me envuelve como agorando mi fin.
Los trinos se apagan y de tanto en tanto
el eco se oye de mi triste gemir!
¡De pronto se quiebran mis alas al golpe
de una rama gruesa que no pude ver
y en largo gemido… desciendo tan torpe
que rozo con plantas que me hacen doler
y hundido en el fango ya nadie me acoge
muriendo de pena…no puedo volver…!
1/7/10
TU TRISTEZA
Hoy que estaba triste tu alma
sin saber por qué motivo
quise darte un lenitivo
por brindarte paz y calma
Pero la mente desarma
el ingenio más profundo
y me quedé sin un rumbo
para llegar a tu pena
Cuando el alma no está en vena
es inútil trotar mundo.
Fue tu pena compañía
en esta tarde lluviosa
Y no pensé en otra cosa
que en tu falta de alegría.
Mientras la gota plañía
al rodar… su nota fugaz
ya otras marcaban compás
al par que el viento gemía.
Cae la tarde… muere el día
¿Aún con tu pena estarás?
Vaya mi alma en un mensaje
cual paloma mensajera
para dejar a tu vera
en tan breve y dulce viaje
la ilusión cual hospedaje
de tu pena transitoria.
¡El alma escribe su historia
las penas son sus reflejos
y en el fondo queda un dejo
que se fija en mi memoria!
sin saber por qué motivo
quise darte un lenitivo
por brindarte paz y calma
Pero la mente desarma
el ingenio más profundo
y me quedé sin un rumbo
para llegar a tu pena
Cuando el alma no está en vena
es inútil trotar mundo.
Fue tu pena compañía
en esta tarde lluviosa
Y no pensé en otra cosa
que en tu falta de alegría.
Mientras la gota plañía
al rodar… su nota fugaz
ya otras marcaban compás
al par que el viento gemía.
Cae la tarde… muere el día
¿Aún con tu pena estarás?
Vaya mi alma en un mensaje
cual paloma mensajera
para dejar a tu vera
en tan breve y dulce viaje
la ilusión cual hospedaje
de tu pena transitoria.
¡El alma escribe su historia
las penas son sus reflejos
y en el fondo queda un dejo
que se fija en mi memoria!
PLENAMENTE
Te rindo plenamente mi pleitesía
mezcla rara y misteriosa de no se qué
Todos los días pienso y en mi fantasía
te invento un mundo divino…que no se vé…!
Y siento ya en mi pecho la paz que calma
comprendiendo día a día…mi soledad
y entre las cosas que pienso, siento tu alma
que me acompaña, mitigando mi ansiedad…!
Y se pasan los días rápidamente
uno no comprende…tanta velocidad
Cuantas…cuantas ideas que surcan la mente
y como las devora …no tiene piedad…!
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