3/7/10

EL IMPACTO

Después que papá sufriera ese derrame cerebral, nos parecía imposible su lenta y efectiva recuperación. Pensar que estuvimos toda aquella noche esperando su deceso y Dios quiso dejarlo con nosotros.
Luego, su recuperación fue lenta, pero, de a poco, fue mejorando. Desgraciadamente era asmático y esa enfermedad lo tenía a mal traer. El médico nos aconsejó que nos mudáramos a un lugar más abierto, con terreno, de modo que el aire puro le diera las fuerzas que no tenía.
Nosotros vivíamos en un departamento y la plaza, aunque quedaba a dos cuadras, de nada le servía a papá porque no podía caminarlas por su enfermedad.
Le comentamos esto a un amigo que vivía en un hermoso barrio, cerca del aeropuerto de Ezeiza, donde el verde y el aire puro lo iban a restablecer ampliamente. Sería como tener una plaza en la casa, para nuestro uso.
Nuestro amigo nos consiguió un chalet que era de un matrimonio con un bebe de un año, que ya no podía pagar ese alto alquiler. El chalet tenía living comedor, cuatro dormitorios, baño completo, toilette, una gran cocina, con alacenas, dependencias de servicio y lavadero y un terreno de mil metros cuadrados.
-¡Cómo! –pensaba yo -¿Esta pobre familia vive en semejante chalet con un bebe?
-Y la política es así. –nos comentó nuestro amigo. –Distribuye mal las cosas.
-Ellos quieren permutar por algo en la capital. –nos dijo.
Y… ahí nomás se hicieron las presentaciones del caso. Nosotros nos quedamos maravillados con el chalet y ellos encontraron en nuestro departamento lo que necesitaban: poco alquiler y vivir en la Capital Federal.
Pero todo no terminaba ahí. El barrio pertenecía al Ministerio de Hacienda y había que hacer trámites para conseguir que se otorgara la permuta..
Con el certificado médico de papá y todos los antecedentes sobre su precaria salud, me dirigí, esa mañana, al Ministerio de Hacienda, a pedir una entrevista con el Ministro, ya que esa era la única forma de acceder a ese barrio.
Viajé en colectivo y luego en subte, hasta Plaza de Mayo.
En el subte estaba tan absorta pensando cómo iba a conseguir esa entrevista, que no miraba a nadie.
Pero, en un momento en que levanté mi vista, me sorprendió la mirada fija de un joven sentado frente a mí.
Turbada por el hecho, bajé rápidamente mis ojos hacia el piso, pero, cada vez que los levantaba, estaban los de él mirándome dulcemente.
Era un joven buen mozo y elegante, con su impecable traje y su sobria corbata.
Por suerte, llegamos a Plaza de Mayo y, luego de mirarme nuevamente, se levantó y desapareció de mi vista, entre la gente.
Notó que yo no correspondía a sus gestos. ¡Cómo iba a hacerlo si era casada…!
Pero, en mi apuro por llegar al Ministerio, me olvidé por completo del incipiente galán y me dediqué a lo mío, que era bastante importante.
Subí al piso indicado y, cuando estaba llegando a la Secretaría, para pedir al secretario la entrevista con el Ministro, un temblor me invadió de repente y tuve que aspirar un rato, para seguir mi camino.
Los nervios de pensar a lo que iba, me traicionaron de golpe. Serenándome, me dije: -pensá en tu papá. El miedo desapareció pensando en él.
Llegué a la puerta indicada y golpeé, ya, más serena. Cuando vi la sombra de alguien, que se acercaba a abrirla, tragué aire y me dije –“fuerza”.
Cuando la puerta de la secretaría se abrió, me quedé paralizada y los colores subieron a mis mejillas. El joven Secretario del Ministro era el muchacho del subte quien, al verme, sonrió complacido y me invitó a pasar.
-Pero, qué casualidad.¡Siéntese…siéntese! –me dijo amablemente.
Yo me senté frente a él y, al verlo, me serené. Era como si él hubiera sido un conocido. Eso me alentó a contarle el problema por el cual yo había ido a solicitar la entrevista.
Me escuchó atentamente, hasta cuando yo le aseguraba que en la permuta no había dinero de por medio, sino necesidades perentorias de ambas partes.
Le expliqué que el señor del chalet ya no podía pagar más el alquiler, que ya debía tres meses y que no tenía trabajo. Y, también le dije que mi papá necesitaba cambiar de aire urgente, por su delicada salud.
Me escuchó atentamente y, con una agradable expresión de sus ojos, dijo: -Hoy las entrevistas están completas, pero voy a hacer algo por ud.. Siéntese. –agregó, acompañándome a un hall, entre la secretaría y la oficina del Ministro. –No sé dentro de cuanto tiempo la voy a hacer pasar, pero voy a intentarlo. Voy a ver a cual de los que entrevistará el Ministro hoy, puedo pasarlo para otro día.
Me quedé emocionada por su gesto. ¿Tanto le había impactado, para que él hiciera esto por mí? –pensé, mientras esperaba sentada en el hall.
Creo que estuve más de una hora esperando. Cuando él me dijo que pasara, mis piernas estaban duras, acalambradas de tanto estar sentada. Creí que no podría caminar…Haciendo un esfuerzo, me levanté y fui hacia el despacho del Ministro, que estaba parado al lado de su escritorio.
Me invitó a sentarme y, como quien tiene poco tiempo para atender, me preguntó cuál era mi problema.
Entonces le conté, en forma breve y concisa, aunque sin omitir detalles, aclarando absolutamente que, en tal permuta, no corría dinero de por medio –ya que ese detalle era primordial. Las casas no podía ser vendidas, así lo establecía una cláusula del otorgamiento de las viviendas y debía ser respetada.
Concluida la entrevista, me saludó, dándome la mano y me retiré.
El Secretario me estaba esperando y le conté cómo había sido la conversación.
-Bueno, quédese tranquila. Me ocuparé de que el Ministro permita que la sección Viviendas del Estado atienda su pedido.
Me pidió mi teléfono, mi dirección y la dirección del chalet del barrio, que yo solicitaba.
Me estrechó la mano, con una agradable sonrisa en sus labios y me despidió hasta su llamado. Nada me dijo de la casualidad del encuentro, en ese momento, tal vez porque yo le había dicho que era casada, pero… me dio su tarjeta personal.
Me fui a casa enseguida. Deseaba contarle a mi esposo todo lo sucedido. Mientras viajaba, le agradecía a Dios por ese encuentro con el joven del subte. ¡Eso era como un milagro...!
Pasaban los días y yo, ansiosa esperando el llamado. Recién el día jueves sonó el teléfono y la voz de él me informó que el día lunes tendría una entrevista con el jefe de la Sección Viviendas del Estado.
Mi alegría era tan grande, que le agradecí varias veces su ayuda y acordamos que él me esperaría el día lunes a las 13.00, en el 2do. Piso del Ministerio para presentarme al Jefe de Viviendas.
La semana me pareció más larga que otras, no llegaba nunca el lunes. Los días me parecían interminables por la ansiedad que yo tenía.
Por fin, el lunes a las 13.00 estaba yo, en el 2do. Piso del Ministerio y, ahí, estaba él, esperándome.
-Hola –me dijo, acercándose. -¿Qué tal, sra. Graciela?
-¡Bien… bien nerviosa, digo…!
-No se ponga así, ya hablé con el Jefe, le dije que ud. es conocida mía, de modo que debemos tutearnos. Yo me llamo Andrés.
-Sí, ya lo leí en su tarjeta.
-Bueno, tratá de familiarizarte con el tuteo porque, si me decís Ud., va a desconfiar de que somos amigos.
-Tenés razón. –y luego de charlar un rato, me llevó a la oficina del Jefe, con quien tuve una extensa conversación. Me pidió que compareciera con el inquilino del chalet, con todos los papeles del mismo.
Además, me dijo que no se podía permutar una casa del Estado por una particular. Sentí que mis ilusiones se iban al suelo, pero Andrés, después de despedirnos del Jefe, me dijo: -Dejá Graciela, de eso me ocupo yo.
Salimos y fuimos hasta su despacho, ahí conversamos largamente.
Me dijo que yo le había impactado profundamente el día que me conoció y que, desde ese día, no podía sacarme de su pensamiento.
-Te agradezco tus palabras -le contesté. –Pero soy casada, bien casada y tengo dos hijos.
Él se levantó y yo hice lo mismo. Me acompañó hasta la puerta y me saludó sonriendo.
-Andá tranquila. De algún modo, voy a solucionar este problema. Dejame pensar cómo, yo te vuelvo a llamar. Y, dándome un beso en la mano, me despidió.
Salí temblando de nervios, por lo que él me había confesado.
-Qué mala suerte –me dije –mezclar las cosas justo ahora. ¿Por qué me habrá confesado sus sentimientos justo ahora?
Cuando llegué a casa, le conté todo a Rolando, mi esposo. El sabía muy bien cómo era yo, de modo que como si fuéramos dos amigos charlando, hablamos profundamente sobre el tema. El sabía que yo saldría bien del problema. Pero lo angustiante era el otro inconveniente, el de la prohibición de la permuta.
Además, para mi desgracia, mi departamento era propiedad del entonces Ministro de Trabajo y no permitía la permuta.
¡Más problemas no podía tener!
A la semana siguiente fui al Ministerio con el dueño del chalet. Él hizo la declaración jurada, en la que declaraba que sólo permutaba su casa por la mía por necesidad, ya que no tenía trabajo y en la capital su situación cambiaría para bien.
Lo mismo declaré yo y salimos de la oficina. Me despedí del señor y fui rápidamente a la Cámara de Alquileres, dónde presenté una nota gestionando la permuta de una vivienda del Estado por otra particular.
El Ministro de Trabajo había dado su negativa a dicha permuta porque él pensaba vender el edificio y, ante tal hecho, fui a ver a Andrés, quien me recibió enseguida.
Cuando le conté que mi esposo había ido a ver al dueño de nuestro departamento y que su secretario se limitó a transmitirle su negativa a tal permuta, Andrés se puso a pensar y, luego, me tranquilizó.
-Deja esto por mi cuenta, dame las fotocopias de los papeles que presentaste en la solicitud de la permuta, en la Cámara de Alquileres.
-Los tengo aquí, en mi carpeta –le dije.
-Bueno. Dámelos –y mandó a su empleado a fotocopiarlos.
Luego, cuando el empleado regresó, me dio los míos y él armó una carpeta. –Bueno, ahora me voy a ocupar. Andá tranquila. Apenas tenga noticias, te llamo.
Traté de irme enseguida para evitar que él volviera a hablarme y, saludándolo, me fui.
Pasó una semana interminable. Tenía miedo del dictamen de la Cámara de Alquileres. Seguramente iban a favorecer a un Ministro de Trabajo y no a una desconocida como yo.
El día lunes amaneció hermoso, con fresca temperatura. A eso de las 10.00 de la mañana sonó el teléfono, corrí para atenderlo y, tratando de disimular mi ansiedad, atendí. Era Andrés, que me pedía que fuera al Ministerio con la carpeta completa del chalet y de mi departamento.
Tomé un remis, para llegar lo antes posible y lo logré. Subí a su oficina y, ahí, me recibió con una amplia sonrisa y gesto triunfador.
-¡Ganamos…! –me dijo. –La permuta está otorgada. Este es el primer antecedente de una permuta de una casa del Estado por otra casa particular.
Yo tapé mi boca con mis manos, en un gesto de estupor… no podía creerlo… Él lo había conseguido. Mi otro yo lo habría abrazado de agradecimiento, pero me contuve y estreché sus manos, emocionada, mientras caían lágrimas de mis ojos.
-¿Cómo… llorando…? ¡No…No! El premio a mi buena noticia debe ser una sonrisa.
Y Juntos fuimos a la Oficina de Inmuebles del Estado, donde Andrés completó el trámite final de la permuta.
El Jefe de Inmuebles era un hombre fastidioso. Trataba de encontrar algo en el expediente, como para entorpecer el trámite.
Andrés, luego de decirle algo que yo no escuché, me tomó del brazo y salimos de la oficina.
-Ahora, te invito a almorzar y no acepto negativas –me dijo, sonriendo.
Pensé rápidamente que no podía decirle gracias y chau. Lo que él había hecho para conseguir tal permuta, sabiendo que mi departamento era propiedad de un ministro, lo sabía sólo él. Yo no quise preguntarle. Entonces, conociéndome cómo era, acepté la invitación, como quien acepta la de un gran amigo.
Fuimos a un restaurante. Él eligió una mesa al lado de la ventana, desde donde se apreciaba ampliamente la Plaza de Mayo, que, con su verde arboleda, recreaba la vista.
Fui sabiendo que él me iba a volver a hablar de sus sentimientos, pero yo tenía que ingeniármela para zafar, sin ofenderlo.
Y así fue, me dijo cosas muy lindas, con respeto. Me contó que, durante este mes y medio que había durado el trámite, él se había hecho ilusiones conmigo porque yo era la clase de chica que a él le gustaba. Y elogió mis ojos, mi rostro… mi cuerpo…
Yo me sentía mal por tener que decirle que no podía tener una relación con él porque estaba casada y mi vida matrimonial andaba sobre rieles. ¡En ese momento deseaba haber sido soltera para no herirlo, no se lo merecía!
Como pude, con buenas y sabias palabras, que dicta la conciencia, traté de llegar a su corazón, de modo tal que mi negativa no lo lastimara.
Después de un almuerzo, que duró dos horas, nos fuimos, como amigos, sintiendo que algo que él quiso que fuera, no pudo ser.
Nos despedimos hasta el miércoles, día que el jefe de Inmuebles había previsto para la adjudicación de la vivienda.
Andrés me dijo que si ese día yo tenía algún problema, fuera a buscarlo inmediatamente. Y me dio un beso en la mejilla, como despedida.
Subí a un taxi y me perdí por las calles de Buenos Aires, mientras él me miraba partir.
Cuando llegué, le conté todo a mi marido. El aprobó mi comportamiento.
Llegó el miércoles. Ese día me acompañó mi esposo. De común acuerdo, compramos un juego de lápiz y lapicera Parker, de oro, para regalarle a Andrés, en agradecimiento por todo lo que había hecho por nosotros, o mejor dicho por mí.
Al llegar al piso de Inmuebles, nos encontramos con el jefe, quien había estado hablando con el inquilino del chalet. Nos dijo que no confiaba en que la permuta se hiciera sin dinero, poniendo, de este modo, nuevamente, una traba en la operación.
Mi esposo le aseguró que no eran ciertas sus sospechas y, mientras ellos hablaban, yo fui a buscar a Andrés.
Apenas vio mi cara, se dio cuenta de que algo pasaba.
-¿Y, ahora qué pasa…? –preguntó, extrañado, luego de saludarme con un beso de amigo.
Cuando le conté la historia que estaba haciendo el Jefe y su desconfianza, bajó conmigo, con verdadero fastidio.
Llegamos a la oficina, él entró solo. Yo no sé qué habrá dicho ahí adentro, pero, luego de diez minutos, el Jefe salió con los papeles y nos dijo: -Ahora pueden pasar por la caja 2, pagar lo adeudado del chalet porque ya está a nombre de ustedes dicha propiedad.
Yo miré a Andrés y sentí ganas de abrazarlo, pero, simplemente, le entregamos, con mi esposo el regalo. Cuando él lo vio, no quiso aceptarlo. Pero mi esposo le insistió de tal manera que lo recibió.
Nos acompañó hasta abajo, hasta la Caja 2, para concluir el trámite.
Mientras mi esposo efectuaba el pago, en la caja, Andrés me dijo que nunca me olvidaría y que, realmente, se había enamorado de mí.
-¡Qué suerte tiene tu esposo de que vos lo quieras! Te agradezco el regalo y cuando escriba, pensaré que tengo mis dedos entrelazados en los tuyos y que en algo quedamos unidos, sin que nadie nos separe. ¡Hasta siempre, mi amor! – me dijo, alejándose de mí.

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