Andaba sola y triste en el camino, perdida la mirada en el vacío, quebradas mis más grandes ambiciones, sintiendo que ya todo había perdido.-
Andaba casi a oscuras, era de noche, mas una estrella en su fulgor ya mortecino, a mi alma en sus tinieblas alumbraba.-
Seguí arrastrando mis cansados pies por la vereda fría, y pisaba con desdén cuanto bajo ellos yo sentía, más rozaron de pronto un algo blando, que trocó mi pobre ira en espanto.-
Me quedé quieta y muda, que a mis labios no asomaba queja alguna, mas luego, casi a tientas con las manos extendidas… mis dedos se alargaban ya nerviosos, buscando en el vacío de la noche, un algo extraño en que mis pies se habían hundido.-
No tardé mucho en aplacar mi sed de mira, hacia ese algo que al fin había encontrado, y tomándolo en mis manos di unos pasos, hacia un claro que la noche me brindaba.-
La miré enmudecida de tristeza, la volví… la acaricié… y no lloraba….!
La abracé contra mi pecho dolorido y apretando sus bracitos y besando su carita, la volví sentándola en mis rodillas.-
¡Me miraba sin decirme una palabra y en sus labios la sonrisa persistía...!
¡No tenía ropas… ni zapatos…!
La habían abandonado en un charco de agua y yo la recogí, pues comprendí que en su almita abandonada, la amargura y el llanto brotaba en gemidos imperceptibles, que se perdían en el vacío incomprensible de la noche, que solo yo lo escuchaba.-
Y no quise dejarla nuevamente… ¡era una pobre muñequita de trapo! y ella al igual que yo, estaba olvidada y triste, y hermanadas en la misma pena, la tomé entre mis brazos, perdiéndome en las sombras…!
¡Mientras... la luna traviesa dibujaba en un claro, dos sombras abrazadas, que poco a poco se iban perdiendo en el caprichoso monólogo de la noche…!
MARGARITA DIMARTINO de PAOLI
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