15/4/10

EL ACCIDENTE

Ella había cometido el error más triste de su vida: ¡Confundir deseo… con amor! Es tal el apuro que tienen las jovencitas de enamorarse, que no piensan en la edad que tienen ni escuchan lo que sus madres les dicen.
-Hoy lo saben todo -rezongaba Carmen, la mamá de Jimena, ante la confesión de su hija, de que iba a ser madre.
-¡Tan sólo dieciséis años!... ¿Qué va a ser de tu vida?
Y la pobre Carmen sollozaba, ante los reproches justificados de su esposo, quien recriminaba a su hija lo que había hecho sin pensar.
Jimena tenía la cabeza entre sus manos, en un gesto de impotencia.
-¿Y el padre de tu futuro hijo… dónde está?... –preguntaba Carmen.
-¡Nos enojamos! -contestó Jimena.
-¿Cómo? ¿Sabiendo que vas a tener un hijo de él, se enojó?...Pero si no llevaban más de seis meses de noviazgo.
-Bueno, él me dijo que yo era la culpable de esta situación… que él ya me había dicho que, con sus dieciocho años, era muy joven para tener un hijo… que tenía que estudiar y que todavía le faltaban muchos años para hacer una carrera.
-¿Por qué no lo pensó también él? ¿Dónde está el amor que te tenía? ¡Decime! ¿Dónde?... ¿Dónde?...
Jimena, llorando, les decía a sus padres que ella lo quería mucho, que era su primer novio y que jamás había pensado en llegar a eso.
-Lo primero que voy a hacer –dijo Sebastián, el padre de Jimena -es ir a la casa de ese jovencito y poner las cartas sobre la mesa. Un hijo no es cualquier cosa, es lo más hermoso que puede crear el ser humano y nadie tiene el derecho de traerlo a este mundo, despojado de amor de padres –continuó diciendo.
Se fue, conteniendo su rabia, hacia la casa de Federico. Cuando llegó, encontró a la familia reunida, en una agradable tertulia. Tuvo que morderse los labios para no gritar un disparate.
Apenas lo vio, Federico trató de irse, pero él, con buen modo, le pidió que se quedara pues quería hablar con él y con sus padres.
-¿Qué ocurre? -preguntaron los padres de Federico.
-Bueno…¿Federico no les dijo nada?...
-¡No!... ¿Qué tenía que decirnos?
-¿Por qué no hablás vos, Federico? Creo que es tu obligación -dijo Sebastián.
-¡Oh!... pero… ¿Qué pasa?... –dijo Betty, la madre de Federico, nerviosa por tantas insinuaciones.
Federico se levantó y, estrujándose las manos, les confesó a sus padres lo que ocurría.
-¿Por qué lo ocultaste? –le dijo Oscar, su padre, enojado. –Esto no es algo que sucede y se pueda disimular.
-Es que soy muy joven para vivir este momento -dijo Federico.
-Pero Jimena no tiene la culpa de que vos te des cuenta recién ahora de que sos demasiado joven -continuó su padre.
-Es que… yo no pienso casarme a esta edad… tengo que estudiar para tener una carrera y defenderme en la vida.
Sebastián se levantó de improviso y, tomando, fuertemente, del brazo a Federico, le dijo: -Vos de mi hija no te vas a burlar y, tampoco, de tu hijo. ¿Me entendés?...
Los padres de Federico trataron de calmar a Sebastián, que temblaba de los nervios y que se contenía para no darle una paliza al joven. Lo acompañaron hasta la puerta y le prometieron conversar, tranquilamente, con su hijo. Le aseguraron que ellos no iban a desconocer a su primer nieto.
Sebastián se retiró disgustado. Esperaba una actitud distinta de parte de Federico… otra reacción… otras palabras. Pero no le gustó esa referencia fría y calculadora, pensando exclusivamente en su porvenir. Y el de su hija ¿no tenía valor para él?
Llegó a su casa. Su hija había salido en el coche, con su amiga Rula y otras dos chicas. Habían ido a conocer un negocio que recién se había inaugurado, en la avenida y tenía ropa muy linda. Su esposa, Carmen, lo esperaba ansiosa -¿Qué habría pasado?... –se preguntaba.
Se sentaron en el jardín, tomados de la mano, como para darse fuerzas, uno al otro. Sebastián le contó todo. Con amargura, le dijo: -Ese desgraciado no la quiere a la nena… Fijate que ni le emocionó el hecho de ser padre. ¿Esa basura iba a ser el marido de mi hija?...
-Tal vez su juventud no lo ubica en el verdadero tiempo de las cosas. Cuando sus padres le hablen, quizás entienda y se dé cuenta de que lo que trae al mundo es otro ser humano, un hijo… un hijo suyo…-dijo Betty, esperanzada.
En eso, la voz de la vecina, que los llamaba a gritos, los sacó de su intimidad. Fueron hacia la puerta. Allí se enteraron de la mala noticia: el coche de Rula había chocado contra otro, que venía de contramano. A raíz de ello, las cuatro chicas estaban internadas en el hospital.
Enloquecidos, salieron con la vecina, quien los llevó en su coche al hospital y los acompañó hasta la sala en la que estaban las chicas.
Rula y Jimena habían sido las más golpeadas. Rula tenía fuertes golpes en la cabeza y fractura de costillas.
Cuando los padres de Jimena preguntaron al médico, que la había atendido, por el estado de su hija, éste, con pena, les informó que la jovencita había perdido el bebe y que tenía fractura de brazo y pierna derecha, debido al impacto del choque.
Sebastián y Carmen se dejaron caer en un banco. No tenían consuelo. ¡Tanta amargura en un solo día!...
Carmen se quedó toda la noche junto a su pobre hija, que no sabía aún su desgracia ¿Cómo se lo diría?
A la mañana siguiente, el médico entró en la habitación a ver a Jimena. Carmen le pidió que le dijera lo del bebe porque ella no se animaba.
-Bueno… Váyase por un momento porque ya está por despertar –le indicó el médico. Carmen salió de la sala.
En eso, Jimena abrió los ojos y preguntó qué había pasado.
-Tuviste un accidente, ayer, querida –le dijo el doctor, cariñosamente.
-¿Qué me pasó?...-preguntó, llorando.
-Tenés fractura de brazo y de pierna.
-¿Y… el bebe?
-Lo perdiste… lo perdiste –dijo, tomándola de la mano.
Jimena lloró como nunca. El médico tuvo que darle una pastilla de inmediato, para tranquilizarla.
Cuando Carmen regresó a la sala, su hija llorando aún, le dijo: -¡Lo perdí!...¡Mamá!... ¡Lo perdí!
Carmen la abrazó fuertemente. Jimena, por los efectos del tranquilizante, entró en un estado de sopor, que la alejó de la realidad por un rato.
Sebastián no encontraba consuelo y lloraba como un chico. Se preguntaba ¿qué mal había hecho su pequeña hija en la vida, con sus tan sólo dieciséis años, para recibir ese castigo? Abrazado con su esposa, los dos junto a su hija, daban la impresión de que estaban ante algo irremediable.
El doctor, inducido por las enfermeras, se acercó a la pareja y los hizo salir de la habitación. Los condujo hasta un consultorio. Allí, les habló como pudo y lo mejor que pudo, haciéndoles notar que en ese estado, ellos no eran ninguna ayuda para su hija. Ambos comprendieron y trataron de ayudar a Jimena y no ser una carga.
Jimena fue recuperándose lentamente. Lo mismo su amiga, Rula. Las habían ubicado juntas, en la misma habitación y ambas se alentaban, mutuamente.
Una tarde las sorprendió la llegada de un matrimonio, que pasó a visitarlas. ¿Quiénes serán?, se preguntaron ambas. No los conocían. El hombre se presentó, diciendo: -Somos los padres del joven que las atropelló hace dos semanas. Venimos a conocerlas y decirles que sentimos una gran amargura por ese desgraciado accidente.
Jimena se puso a llorar de tal forma, que el matrimonio se asustó. Rula intervino para salir de esa difícil situación. Agradeció, a esos pobres padres, el gesto de nobleza, al venir a verlas e interesarse por ellas.
-Y…su hijo ¿cómo está? –preguntó Rula.
-Tiene para más de un mes de recuperación. También sufrió fracturas. Eso lleva tiempo, hay que esperar. Pero son jóvenes y la recuperación es más fácil.
Luego de una cordial conversación, las visitas se retiraron, prometiendo, a ambas amigas, mantenerse en contacto para saber de la evolución de la recuperación.
En eso, sorpresivamente, entró Federico y Jimena lo miró muy seria.
-¿No me vas a echar a mí la culpa de la pérdida del bebe…verdad, Jimena? –preguntó, atajándose, Federico. –Vine a verte. Por favor, no discutamos.
-¡Vos no lo querías al bebe! –dijo, entre sollozos, Jimena. –Y me ibas a dejar…
-Bueno, esas cosas se dicen por inexperiencia no porque uno las sienta. Pero vos sabés que yo te quiero mucho.
-Ahora lo decís porque la preocupación del bebe ya no existe… porque te sentís liberado de esa carga.
-Vamos, Jimena. No vine a pelear, vine a verte, a estar un rato juntos, a decirte que te quiero… no te pongas así… no me rechaces…
-Prefiero no verte hasta que me recupere y tenga mis ideas bien claras.
-¿De qué estás hablando?
-Que quiero dejar de verte por un tiempo… analizar que queda dentro de mi corazón, después de tu actitud de rechazo al bebe. Eso no se olvida fácilmente, así que te deseo todo el bien posible, pero olvidate de que, por desgracia, fuimos novios.
Federico se retiró disgustado por la actitud de Jimena. En cambio, Rula, sonriendo, felicitó a su amiga. –Estuviste bien…muy bien. Ahora vuelve porque ya no hay problemas que resolver, pero, cuando los hubo, te dejó sola. ¡Lindo marido ibas a tener!
–Lamento lo de mi bebe, pero él no lo quería. Era muy joven para ser papá. Y yo ¿qué era, con mis dieciséis años?...¿una vieja? Él sólo pensaba en sí mismo y, eso, no se lo voy a perdonar. Despreció mi maternidad… despreció a su propio hijo…y eso, no se lo perdonaré jamás. –Jimena se sentía muy herida.
-Me hizo sentir la mujer más amada del mundo, la más protegida y, cuando llegó el momento de demostrarlo, fijate lo que hizo, ¡Para mí se terminó! ¡No quiero verlo más! ¡Es un falso, un simple conquistador! –siguió, desahogándose, Jimena.
El tiempo fue pasando velozmente. Jimena comenzó a caminar con muletas y su recuperación era muy buena. Rula se curó más rápido y acompañó a Jimena, apoyándola espiritualmente.
Una tarde, mientras Jimena caminaba, con sus muletas y acompañada por su amiga, vieron que paraba un coche en la puerta de su casa. Bajó un matrimonio que se acercó a la puerta, para llamar. Rula reconoció, de lejos, al matrimonio que las había visitado en el hospital. -¡Son los padres del muchacho que nos chocó!¡ Vamos…vamos a tu casa!...
Como pudo, Jimena apuró el paso, con sus muletas y entraron a la casa.
-¡Hola!... ¿cómo les va? –dijo Rula, reconociéndolos. Jimena se acercó para saludarlos, también.
Carmen y Sebastián se apresuraron a invitarlos a sentarse. Éstos aceptaron. Venían de lejos para saber el estado de salud de las jovencitas.
-Por suerte, todo anda bien. Mi hija, pronto, podrá dejar las muletas. La recuperación toma su tiempo. –dijo Carmen.
-Mi hijo también camina con muletas. Él sufrió una fractura en una pierna, que lo tuvo a mal traer, además de varios golpes –contó la madre del muchacho.
-Fue una desgracia con suerte, pero pudo haber sido peor. Los coches quedaron destrozados. No se puede creer que hayan salido con vida. –agregó el esposo.
-Mi hijo desconocía esta ciudad; sus manos y contra manos. Fue una imprudencia lamentable. –dijo, en tono de disculpa, la señora.
-Y… ¿cómo está su hijo, señora? -preguntó Carmen.
-En el coche -respondió ella, tímidamente.
-¡Pero!...¡Que baje!... no sabíamos que estaba allí… ¡Que baje!...-les dijo, enfáticamente, Sebastián.
El padre del muchacho salió a la calle y ayudó a su hijo a salir del coche. Juntos entraron a la casa. Y cuando, el joven se encontró, frente a frente, con Jimena, le dijo, tímidamente: -¿Yo te hice esto?...
-Bueno… no lo hiciste a propósito. Vos también estás lastimado.
Julio, se presentó a los padres de Jimena y les dijo que el Seguro pagaría todos los daños ocasionados y cualquier tratamiento de recuperación, que necesitara su hija.
Agradecidos por tanta preocupación, los dueños de casa se mostraron muy cordiales con las visitas. Se entabló, entre todos, una larga y amena conversación, que se prolongó con una agradable cena.
Pasaron varios meses, después del accidente, y las muletas se convirtieron en, sólo, un mal recuerdo.
Julio y sus padres pasaban, a menudo, a saludar a Jimena y a su familia. Muchas veces lo hacia Julio solo.
Julio se sentía atraído por Jimena y no podía disimularlo. Le habían impactado sus hermosos ojos verdes y su larga cabellera renegrida.
Y el tiempo fue testigo del comienzo de un romance, que nació con la desgracia y el sufrimiento.
Julio era un joven de veintidós años, abogado, con unos padres maravillosos, que no escatimaron en demostrar su preocupación por Jimena.
Y todo sucedió como Dios manda. Jimena, muy resentida aún por lo que la había hecho Federico, se dio cuenta, al fin, que no todos los hombres son iguales y que no hay que perder nunca la fe.
Y… en una hermosa tarde, de primavera, Jimena le dio el sí a Julio, a esa persona maravillosa que aprendió a conocer y a querer.
Tan enamorada estaba, que sólo veía por los ojos de él. El amor era, en su alma, como una llama votiva… jamás se apagaría.

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