11/4/10

ULTIMA NOCHE DE CARNAVAL

En el café, tres hombres casados conversan animadamente sobre la escapada que harán en esa última noche de carnaval. Tienen ganas de hacer una salida a solas, una travesura, como ellos le dicen.

Raúl se adelanta diciendo: -Yo propongo decirles a nuestras esposas que debemos trabajar esta noche sobre un negocio imposible de despreciar.

- ¿Sabés que tenés razón? -acota José. -¡Pero hay que pensar, ahora, adónde iremos a bailar!

- ¡Ah…! Eso es lo de menos, yo conozco un regio club, uno de los mejores, que nos brindará una noche inolvidable.

-Bueno, entonces no se hable más -dijo Raúl. -¿A qué hora nos encontramos…?

Rubén, un poco pensativo, agregó: -yo creo que lo mejor, para despistar a nuestras esposas, es no salir muy temprano, así al menos ellas tendrán tiempo de hacerse a la idea de que hoy no saldrán.

-¿Sabés que sos inteligente?,-agregó José. -¿Pero, qué hora es? ¡Apurémonos…!

-Bueno. -y levantándose, Raúl se despidió: -A las 23hs. en la puerta del Regial Club, muchachos.

Raúl y Jorge, al unísono, contestaron sonrientes: -¡Convenido…! Y hasta luego.

Rubén entró en su casa y, luego de saludar a su esposa con zalamería, se sentó junto a ella con gesto preocupado. Mirna lo miró como no reparando en él y abrazándolo le dijo: -¡Estoy triste!

- ¿Por qué, tesoro?

-¡Porque hoy es la última noche de carnaval y vos ni te acordaste…!

-¿Hoy…? –se hizo Rubén el extrañado. -¡No puede ser…!

-¿Cómo que no puede ser… Tanto trabajás que no mirás el almanaque?

-¡Oh! ¡Pero qué mala suerte! –dijo Rubén.

-¿Mala suerte…? ¿Por qué? ¿Acaso no te gusta que vayamos a bailar como las otras noches? Recuerda cómo nos divertimos, -agregó mimosa Mirna.

-¡Sí…! ¡Sí…! ¡Pero………no puedo!

-¡Es que te preparé una sorpresa con mi nuevo disfraz!

-Yo lo lamento, pero justo hoy se me presentó un negocio y no lo puedo despreciar.

-¿Pero en día de fiesta con negocios?

-Querida, no te olvides que en días de fiesta también me pedís dinero…

-¿Y con eso…qué querés decir?

-¡Que sin negocios, no hay dinero!

-Tú siempre ganas. ¡Qué lástima! y con el disfraz tan lindo que me iba a estrenar.

-No te aflijas, ya lo estrenarás el año que viene.

-¡Claro! Como vos no te lo ponés, no te importa.

-Sé comprensiva querida…No te pongas así porque me voy a ir nervioso y todo me saldrá mal.

-Está bien…No te diré nada más. Uds. los hombres, con la cuestión de ganar dinero, salen siempre con la suya.

-No seas regañona… Y ¿qué vas a hacer en mi ausencia?

-Dormir… o morder la almohada… o mirar mi disfraz colgado en la percha.

-Vamos tesoro… ¿a ver esa boquita…? ¡Hum! ¡Qué fruncida está! No… No… yo quiero una sonrisa, si no… no me voy.

-¡Sos un comprador…! –dijo sonriendo Mirna.

Rubén se fue, muy tranquilo con su buena suerte, a reunirse con sus amigos. Estaba tan alegre, que tenía la sensación de que era libre… de que no estaba casado. Y en ese tren de aventura, entró al club con sus cómplices amigos.

Mientras tanto, Mirna se decía:

-El se cree que a mí me va a engañar así nomás… ¡Ja! ¡Ja!... Si supiera que lo han delatado, no estaría tan tranquilo. Le voy a dar ¡negocios en una noche de carnaval…! Si supiera que su jefe llamó y dijo que hasta el lunes no vuelve…

Corrió a su ropero y sacó un hermoso disfraz de bailarina hindú y se lo puso con gran esmero. Luego de colocarse el velo verde sobre el rostro, dejando al descubierto nada más que sus hermosos ojos, se miró al espejo, para dar su opinión.

-¡Hum…! ¡Qué bien que estás…! –se dijo a sí misma. –Pareces una verdadera bailarina… Este velo te da un encanto de irresistible atracción.

Luego de coquetear ante el espejo, Mirna salió sonriendo de su casa, diciendo: ¡y ahora… a la reunión de mi pobre maridito…! -Había encontrado en sus bolsillos la propaganda del club.

Cuando Mirna llegó al salón, estaba colmado de alegres mascaritas, que bailaban al compás de una movida rumba.

Entre risas, ruidos de cornetas y serpentinas, se ubicó, un poco mareada, entre la gente. Miró como distraída, buscando a su esposo y no tardó mucho en hallarlo. Se arregló la túnica y, adoptando un aire de misterio, pasó delante de él, sin mirarlo, en el preciso instante en que él reparaba en ella, con sus amigos.

-Se fijaron ¡qué churro! –dijo Rubén a sus amigos. -¡Yo no me la pierdo! ¡Eso es lo que yo esperaba! ¡Chau muchachos, antes de que me la roben… corro tras ella…!

-No te olvides de sacarte el anillo comprometedor… -dijo Raúl con sorna.

-Gracias…, pero no soy como vos, que todavía lo tenés puesto…-contestó riendo Rubén.

-¿De veras…? ¡Qué tonto soy! –contestó Raúl, sacándose la alianza.

Rubén se arregló la corbata, el saco y se dirigió, con ademán decidido, hacia la bella mascarita. Esta se arreglaba distraídamente su velo, cuando él la invitó a bailar.

-¿Bailamos, dama embrujadora? –dijo Rubén.

Mirna, soportando la risa, contestó: -¡No es para tanto, piropeador…!

-¡Tiene razón…es para mucho más! –dijo.

Rubén la tenía entre sus brazos, gracias al compás de aquella rumba y se sentía embelesado y feliz. Al concluir la pieza, la invitó a salir al jardín, maravilloso rincón lleno de flores, que mojaban sus pétalos en la cristalina agua, de una gran fuente de colores.

La luna bañaba el rostro oculto tras el velo, dándole un encanto mayor, que ella aprovechaba con gracia. El la miraba embelesado… Ella sonreía y, tras el velo, él adivinaba una boca encantadora.

Mirna, rompiendo el silencio, dijo: -Hermosa noche…¿verdad?.

-Sí, parece que está más estrellada que nunca, como si hubiese querido reunir su cuadriga de estrellitas parpadeantes como ojos soñadores, para formar un cortejo que nos ilumine a los dos.

-¿Poeta…? –dijo con sorna, Mirna.

-Cuando estoy al lado de una mujer como Ud., me siento poeta.

-¡Mentiroso…! –sonrió Mirna.

-Usted no se imagina la sensación extraña que experimenté al verla. –acotó Rubén. –Algo, aquí dentro de mí, pareció reavivar cenizas de años y años,

-¿Lo dice porque es casado?

-¡No… no quise decir eso…! Soy soltero y en busca de una linda noviecita.

-¡Ah!, pero…¿cuántos años tiene Ud.?

-Yo… 30 años –dijo Rubén, al mismo tiempo que se arreglaba el cuello y la corbata, que parecían querer estrangularlo.

-¿Y a los 30 años permanece Ud. soltero…? –sonrió Mirna.

-¡Es que jamás tuve la dicha de encontrar un pimpollo tan bello, en el jardín de mi ilusión!

-¡Qué romántico! –dijo Mirna.

-Debe ser Ud….y la noche… que me hacen volver romántico… debe saber que todo corazón joven vibra ante el amor, en forma poética y romántica.

-Tiene razón… -dijo Mirna, conteniendo la risa.

-¿Y Ud….es casada?

-¿Yo…? ¡No! ¡También soltera! ¡Aún nadie se ha fijado en mí!

-¡No puede ser…!

-¡Pero es así…!

-¡No sabe cuánto me alegra! –dijo Rubén.

-No veo la razón -fingió Mirna.

-Yo me entiendo… Y, ahora a otra cosa, mi linda mascarita… Si yo le pidiera algo… algo que me está tentando desde que está al lado mío… ¿me lo concedería?

-Depende de lo que sea…

-¿Se sacaría el velo? ¿Me dejaría completar la bella imagen que de Ud. me he formado ya…?

-¡Ah…! ¡No…! ¡Se llevaría una tremenda sorpresa…! –sonrió Mirna.

-¡No…! Estoy seguro de que Ud. es hermosa.

-¡Exagera…! Pero de lo que estoy segura yo -dijo con sorna –es de la sorpresa que se llevará al verme.

-¡No me intrigues mascarita… sacate el velo… por Dios!

-Me gusta que me tutees… -dijo Mirna.

-¿Verdad que es más agradable?

-No…lo digo porque me resulta más familiar… -agregó, conteniendo la risa.

-Bueno… -dijo, impaciente Rubén. -¿Te sacas el velo?

-Yo sola no puedo.

-¿Por qué…? ¿Es que quieres que te lo saque yo?

-¿Sabes lo que dice la tradición de este velo…?

-¡No…! ¿Qué dice?

-Que el hombre que sacare el velo del rostro a una mujer, deberá contraer enlace con ella.

-¡Maravilloso…! –dijo Rubén. -¿Dejás que te lo saque…?

-Ya que insistís y aceptás la tradición.

-¡Claro que sí…! ¿A ver…? -y, acercándosele lentamente, Rubén apoyó sus temblorosas manos sobre las blancas manos de su mascarita y, luego de besarlas, dirigió las suyas a la altura del velo.

La miró profundamente y, al ver que esbozaba una sonrisa conquistadora, a la par que bajaba sus párpados con un mohín lleno de gracia –pensó Rubén- que él iba a rozar con sus manos ese rostro y esas mejillas, que adivinaba rosadas.

El iba a descubrirlas con un solo ademán…, sólo con correr ese velo oscuro que cubría esa boca tan bien delineada, en la cual él iba a hundir sus sedientos labios.

Y se sintió libre y se olvidó de todos y de todo… Ya ni recordaba a su esposa…, a su ingenua esposa, la cual estaría durmiendo profundamente. Con sólo pensarlo, sentía unos deseos enormes de echarse a reír… pero, al escuchar de nuevo la invitación de su interesante mascarita, volvió a la realidad.

-¿No te animas a sacarme el velo…? ¿Querés que lo haga yo…? –dijo Mirna.

-¡No…! ¡Lo haré enseguida!

Y tomando, Rubén, ambos costados, deslizó el velo sobre el rostro de ella y al mirarla, sus ojos se abrieron muy grandes y se llenaron de asombro. Un sudor frío corrió por su frente y el corazón pareció querer salírsele del pecho. Sus labios pronunciaron algo extraño e imperceptible… hasta que, haciendo un gran esfuerzo, exclamó con un grito ahogado:

-¡Tú…! ¡Pero si eres mi esposa!

Mirna, riendo a carcajadas, le dijo: -¡Ahora tendrás que cumplir la tradición del velo…!

Rubén, completamente nervioso, le dijo: -¡Y yo que creí haberte engañado! ¡Qué dirán los muchachos!

-Que todo salió como el refrán: ¡”El burlador… burlado”!

-¿Y cómo supiste que yo venía aquí? ¡Pícara!

-Se dice el pecado y no el pecador. Además, no olvides que en todo amor en peligro, hay un presentimiento.

-¡Y ahora a bailar, mi enamorado galán. Quiero escuchar de nuevo esas cosas tan lindas que le dijiste a la mascarita… sobre todo, esas palabras tan hermosas sobre la luna y la noche!

Rubén, profundamente emocionado por la reacción de Mirna, le dijo: -¡Mi muñeca! ¡Hoy te quiero más que nunca!

-¡Mi poeta! -le susurró al oído Mirna.

Y juntos volvieron a bailar al compás de la rumba que los uniera, mezclándose con la alegría de todas esas bulliciosas mascaritas.

Bailando y bailando, pasaron cerca de los dos amigos de Rubén, quienes estaban aún sentados. Al verlos pasar se pusieron de pie de un salto.

-¡Es ella…! –dijo Raúl.

-¡Es la esposa…! -agregó Jorge.

Y, juntos, los vieron desaparecer, bailando y embebidos en mutua contemplación y echándose a reír, dijeron: -Vámonos…

-Antes de que lleguen nuestras esposas porque estoy seguro de que no terminaríamos como él… bailando una rumba… -dijo Jorge.

No hay comentarios:

Publicar un comentario