11/4/10

LA OBSCURIDAD

Guillermo Brandsen estaba sentado con el auricular pegado al oído mientras que el tono de llamada se repetía, sin respuesta.

Nerviosamente, estrujaba el papel con el número anotado, cuando al cabo de oír como diez veces el ring…ring…monótono, una dulce voz, muy suave, atendió del otro lado, preguntando quién hablaba. Al oír esa voz, Guillermo no podía articular palabra, por la emoción que le embargaba.

-¡Hable…! ¿Hola…? –seguía diciendo, del otro lado, esa dulce voz.

-¿Hola? ¿Habla la Srta. Hunter…? –preguntó Guillermo, después de un gran esfuerzo.

-Sí señor…¿Con quién tengo el gusto de hablar?

-Este…habla con el señor Guillermo Brandsen.

-¿Cómo…? ¿Guillermo Brandsen? Perdone Sr., pero o no lo recuerdo o no lo conozco.

-¿Cómo se llama Ud. de nombre Srta.? –dijo atropelladamente, sin responder a las preguntas de ella.

-¿Yo…? Marlin…Marlin.

-¡Oh! Srta. Marlin…perdone Ud….y escúcheme, le suplico que no cuelgue el receptor antes de oirme.

-Está bien Sr…. Hable… le escucho.

-¡Oh! Gracias Srta., muchas gracias…Yo…Yo la he visto esta mañana en el jardín de su casa. Es la primera vez que la veo…y, no se enoje…, pero he quedado prendado de Ud…Yo quisiera hablarle personalmente…comprenda…¡el teléfono no ayuda nada…!

-¡Oh…! Eso es imposible… imposible, señor.

-¿Es que la he ofendido al pedírselo tan rápido…?

-No… no es eso… más adelante… ¿entiende?, más adelante…, pero ahora me es imposible.

-¿Al menos me permitirá Ud. que la llame por teléfono?

-Bueno…eso es más aceptable, por el momento.

-¡Oh! ¡Gracias!

-Perdone señor, pero debo cortar ya...- agregó la dulce voz, del otro lado.

-¿La puedo llamar luego…Srta. Marlín?

-Sí…Sí…cómo no.

-¿A qué hora?

-¿Qué hora es…?- preguntó Marlín.

-Recién dan las 17.00.

-Bueno… llame a las 20.00.

-Dios la bendiga Srta. por la felicidad que me proporciona al permitir que vuelva a oír su armoniosa voz.

-¡Oh! … no es para tanto Sr..

-Dígame Guillermo, por favor, y yo le diré Marlín, es menos ceremonioso y nos deja hablar con más confianza.

-Entonces, hasta luego Guillermo.

-Hasta luego Marlín –dijo, colgando el tubo, después de retener en sus oídos, como quien retiene una música hermosa, la dulce voz de la jovencita.

Luego, levantándose, Guillermo corrió en busca de su íntimo amigo Mario, para contarle su alegría.

Mientras tanto la mamá de Marlín apareció de repente y preguntó a su hija con quién hablaba.

-¿Yo…mamá? Con nadie… era un número equivocado…sí… un equivocado.

-Marlín… Marlín… ¿Por qué le mientes a tu madre…?

-Mamá… Mamá… -y echándose en sus brazos, comenzó a llorar desesperadamente.

-¡Hija mía…! ¡Hija de mi alma…! Te lo digo por tu bien… tú no puedes tener novio… no puedes. Es cruel decírtelo… y más cruel es aún saberlo.

-Pero mamá… déjame al menos hablar por teléfono. Eso no es malo… déjame. Llamará a las 20.00.

-No hija mía, no puedo permitírtelo. No te dejaré hablar porque sería dañarte aún más; porque sería dejarte ilusionar con un imposible y eso no puede ser.

-¿Crees que necesito algo para ilusionarme? ¿Crees que no pienso y no sueño con algo que no veré nunca? ¿Crees que no sufro? ¡Pues te engañas, mamá! A pesar de mis sombras interminables, lo distingo… lo forjo en mis sueños, converso con él en mis noches de insomnio y ahora, que llega por medio del destino, tú lo apartas de mí, cual si fuera una desgracia. ¡No…! ¡No…! –gritó enojada.

-¡Luisa! ¡Luisa! –llamó enérgica la madre.

-¿Señora… me necesita?

-Acompañe a mi hija a su habitación y hágale compañía hasta la hora de la cena.

-¡Mamá no me hagas esto…, te lo suplico!

-He dicho que la acompañe, Luisa y que no la deje sola. ¿Entendido?

-Sí, señora… sí..¡Vamos, mi niña…no se ponga así!

-Sí –dijo Marlín, llorando. –Vamos Luisa, tú me comprendes mejor que mi propia madre.

Y se alejaron, tomadas de la mano, una llorando y la otra pensando en el por qué de esa tristeza.

Cuando llegaron al dormitorio, Luisa acomodó a Marlín en un sillón y, sentándose a su lado, le preguntó por qué lloraba. Mas, ésta, fingiéndose dormida, no respondió a los inútiles llamados de Luisa. Convencida de que Marlín se había dormido, Luisa salió sin hacer ruido.

Marlín, al saberse sola, comenzó a llorar nuevamente, pensando en lo injusto de su situación. ¿Por qué Dios la había hecho tan desdichada? ¿Por qué la había dejado a un lado de su misericordia?

No podía pensar cuánto tiempo había estado ahí, reflexionando sobre lo inútil de su existencia, cuando sonó el teléfono, al dar el reloj las 20.00.

Levantándose bruscamente, tropezó con cuanto había delante de sí y, al llegar a la puerta, la abrió y escuchó a su madre cómo decía que estaba acostada ya, durmiendo.

Entonces, gritó, sollozando: -¡No mamá! ¿Por qué…? ¿Por qué…?

Al oír a su hija gritar, subió corriendo las escaleras y, acercándose, la miró asustada.

Marlín estaba aferrada a la baranda de la escalera, con un gesto desesperado y sus ojos, sin vida, se dirigían como extraviados de un lado a otro.

-Vamos a cenar, hija -le dijo dulcemente, pero su hija no hablaba ya y, con gesto de rabia, se volvió a su habitación.

Su madre no pudo contenerse y abrazó fuertemente a su hija y, mientras le ayudaba a acostarse, acarició sus negros cabellos, que caían sobre el rostro, en hermosos rizos.

Al día siguiente, Luisa, acercándose a la cama de su niña, la despertó suavemente, diciéndole que ya era tarde.

Marlín al escuchar esas palabras, se sentó sobresaltada y preguntó la hora.

-Son las 10.00 de la mañana, mi niña.

-¡Oh! ¡Qué tarde es! Pronto…Pronto…traeme el vestido más hermoso que tenga… pronto, mi querida Luisa.

-Aquí lo tienes, mi ángel. Tú no puedes verlo, pero te aseguro que este vestido realza tu belleza.

-¿Cómo soy, Luisa? ¿Soy muy linda de verdad, como siempre me decís?

-¡Sí, mi amor…! ¡Eres preciosa!

Abrazando a Luisa, Marlín le contó sobre el llamado telefónico, lo que habían hablado y que él quería charlar personalmente.

-No le cuentes a mamá nada sobre lo que hablamos…¿Me lo prometes, Luisa?

-Sí, mi niña. Te lo prometo.

-Bueno, vestime pronto y decime cómo es el vestido…de qué color es…

-¡Ay1 Marlín, deja que te conteste una pregunta por vez. El vestido es blanco y te hace parecer aún más hermosa.

-¿Tengo lindo cuerpo?

-Sí, mi ángel. ¿Cómo crees que si no fueras linda, ese muchacho hubiera reparado en vos?

-Quedate quieta, si querés que te peine –dijo, sonriendo, Luisa.

-Bueno, ya estás preciosa.

-¡Oh! ¡Qué buena eres, Luisa! Si pudiera verte…¡qué feliz sería!

-Vamos…vamos… que no me perdonarías el susto que te llevarías.

-Mentirosa –sonrió Marlín. -¿Qué esperas para llevarme al jardín?

-¿Y el desayuno? Tu madre te va a llamar para que lo tomes. Entonces, primero desayunas y luego salimos, sin que tu madre se dé cuenta de lo que vamos a hacer.

-Tienes razón, Luisa. Vamos al comedor.

Marlín tomó su desayuno y, luego, le pidió a Luisa que la llevara al jardín y la sentara cerca de la reja.

-¿Cómo son mis ojos, Luisa?

-¡Hermosos, mi vida. No se nota para nada que miran sin ver.

-Gracias Luisa. Ahora vamos al jardín.

-¿Sabes una cosa, Marlín? Ahí, enfrente, hay un muchacho que mira insistentemente.

-¿Cómo es?

-Muy buen mozo. Es alto, delgado, pelo negro, como el tuyo y tiene lindas facciones.

-¿Cómo está vestido?

-Tiene vaquero azul y camisa blanca

-¡Debe ser él! –Marlín, nerviosa, se acercaba al banco para sentarse. Moro, su perro adiestrado, estaba junto a ella.

-Te dejo aquí, Marlín. Yo estaré espiando…, por cualquier cosa. No te pongas nerviosa.

Luisa la dejó con su fiel perro. Desde el postigón vio cómo el muchacho cruzaba la calle y se acercaba a la reja y llamaba a Marlín.

Esta, con soltura, se levantó al llamado de él y se acercó despacio hasta la reja, presa de una fuerte emoción.

-Hola Marlín… -dijo Guillermo. –¡Qué suerte que puedo verla…!¡Qué linda está hoy!

Marlín, tomándose de la reja, sonrió, diciéndole que era un adulador y, bajando sus ojos, trató de no mostrar su desdicha.

-Anoche llamé puntualmente a las 20.00, pero me dijeron que Ud. ya se había acostado. Temí por su salud y me prometí que hoy llegaría hasta estas rejas… aunque sin esperanza de verla. Pero…¿por qué tiene Ud. la mirada esquiva? ¿Por qué no me mira?

De pronto las lágrimas brotaron de sus hermosos ojos. Guillermo, asustado, le preguntó qué había dicho de malo.

-Lloro por algo que Ud. no puede comprender.

-Yo no puedo ver llorar a ojos tan hermosos…¿Jamás nadie le ha dicho que son tan lindos?

Pero Marlín, sin contestarle, huyó con su perro hacia la casa, llevándose en sus oídos el llamado suplicante de Guillermo.

Al Llegar, tropezó con Luisa, quien se acercaba pensando que algo le había pasado.

-No puedo más, Luisa. No me animo a contarle sobre mi ceguera. No me animo… Prefiero que piense que no me interesa. –dijo, llorando.

Mientras tanto Guillermo se fue a la casa de su amigo Mario. Al preguntarle éste de dónde venía, Guillermo respondió: -¡De verla!

-¿Y traes esa cara? No entiendo…

-¡El que no entiende, soy yo! Estaba feliz, hablando conmigo y, de pronto, no sé qué dije, pero empezó a llorar en una forma, que me dejó petrificado.

-¿No le dijiste nada? ¿No le preguntaste en qué la habías molestado?

-Yo estaba elogiándole sus hermosos ojos, cuando, de pronto, huyó con su perro, sin darme una explicación. Por más que la llamé, no se dio vuelta. Estoy desconcertado y ¡me gusta tanto!

-¿Cómo es ella…? –preguntó Mario.

-Te diré… Es extraña… No sé… Cuando la llamé, desde la calle, estaba sentada de espaldas a mí y, cuando me oyó, en lugar de acercarse a mí, se levantó y se tomó de las rejas. Parecía como perdida… y no me miraba.

-Esperaría que te acercaras primero, Guillermo. Pensá que a ninguna mujer le gusta demostrar, de golpe, que un hombre le agrada. Además, eso de bajar los ojos, lo habrá hecho por timidez.

-Quizás, pero me llamó la atención que no me mirara.

-Pero, dejate de tonterías… Cómo no te va a mirar…

-Te digo que no me miraba… Sus pupilas no se detenían en las mías… vagaban… Te digo que sus pupilas vagaban como buscando algo… No sé… no sé qué -dijo, extrañado, Guillermo.

-Dejate de pensar y escuchame. –agregó Mario.

-¡Oh!... no tengo ganas de escuchar nada. Dejame –y salió de la casa sin rumbo fijo.



Los padres de Marlín, hacía ya unos meses, estaban en tratativas con un excelente oftalmólogo, que había revisado a la joven y les había dado esperanzas de una operación satisfactoria. Su afección a la vista databa de los seis años de edad y, hasta ese momento, ningún médico había conseguido solucionarle su mal.

Esa tarde, después de hablar con el doctor, volvían a la casa esperanzados y le iban a dar la noticia a Marlín.

Mientras tanto, Marlín preguntaba a Luisa dónde estarían sus padres, que aún no habían vuelto.

-Salieron y pronto volverán, mi niña.

-¿Adónde fueron?

-Me pidieron que no te lo dijera.

-No me importa… Vos sos mi amiga y me lo vas a decir. Yo te prometo que no voy a repetir nada.

-Fueron a ver a ese gran especialista que te vio hace unos meses y que te dio un tratamiento con gotas… ¿Te acuerdas?. Bueno, a lo mejor estás en condiciones de operarte ya.

-¿Crees que eso sea posible, Luisa? ¿Piensas que podré recuperar la vista?

-Si todo sale bien, como dijo el doctor, ver será para vos la más maravillosa realidad.

En ese momento, llegaron sus padres y, abrazando a Marlín, le contaron lo que les había dicho el cirujano y que quería verla al día siguiente. Marlín lloró de alegría. Al final, los cuatro terminaron llorando.

Llegó el día de la operación. Salieron los cuatro de la casa, llenos de ilusiones. Por fin se realizaría el sueño de Marlín.

Fue operada satisfactoriamente y, después de unos días, llegó el momento de sacarle las vendas.

La emoción de todos era inenarrable. Al fin conocería el rostro de sus padres y de Luisa. Y cuando, en la semipenumbra, el doctor le quitó las vendas, un grito de alegría brotó de sus labios.

Empezó a ver algo borroso, hasta que fue aclarándose la imagen de su madre, a la que se abrazó, fuertemente emocionada. Luego vio a su padre y a Luisa.

El doctor volvió a tapar los ojos pues el esfuerzo no era bueno, explicó. Lo importante era saber que había recuperado la visión y que de ahí en más, con cuidado, todo quedaría normalizado.

Marlín abrazó al doctor, en agradecimiento por haberle devuelto la vista. Tantos años sin ver, a causa de la ignorancia de otros médicos, que no vieron la posibilidad de operar y le dieron por perdida su visión.

Esa noche, Guillermo, escondido detrás de un árbol, cosa que venía haciendo sin saber de la internación y operación de Marlín, esperó la llegada de Luisa y se acercó sin asustarla:

-¡Sra…! ¡Sra…! –la llamó, temeroso de no ser atendido.

Luisa se dio vuelta y al verlo, sonrió complacida.

-Perdone Ud., pero yo soy el muchacho que vive enfrente y, como hace unos cuantos días que no veo a Marlín y nadie atiende el teléfono, pensé que se habían ido de vacaciones.

-Bueno, no precisamente de vacaciones, pero dentro de una semana Marlín vuelve a casa y podrás charlar con ella.

-¿De veras lo dice…?

-¿Y por qué habría de mentirte?

-¡Oh…! Perdone. Tiene razón.

Y, saludándolo, Luisa entró a la casa, muy contenta por la sorpresa que tendría Marlín cuando le contara lo ocurrido.

El día ansiado por Guillermo llegó y esa tarde vio desde su ventana cómo bajaba del coche Marlín con sus padres, detrás de unos anteojos negros, que ocultaban sus lindos ojos. Le extrañó ver que Marlín seguía con sus anteojos, aunque el sol ya había desaparecido.

Al día siguiente llamó por teléfono. Luisa atendió y, saludándolo, le pasó el teléfono a Marlín.

Guillermo, al oír esa dulce voz, se estremeció y sólo atinó a decirle: -¿Cómo estás?

-¡Bien Guillermo, muy bien…!

-¿Puedo verte mañana, Marlín…?

-¡Oh!...sí…claro, no hay problema. –dijo Marlín emocionada.

-¿A qué hora…? –preguntó Guillermo.

-Mejor… a la tardecita, a eso de las 18.00. ¿Qué te parece?

-Lo que vos digas, Marlín. A esa hora estaré en la puerta de tu casa.

Cuando cortaron, Marlín se abrazó a sus padres y a Luisa, sumamente contenta.

Recorrió la casa y fue recordando, poco a poco, los lugares de su infancia. No todo había quedado en el olvido.

Esa noche, abrazó fuertemente la almohada, como si abrazara a Dios, para agradecerle, íntimamente, la inmensa dicha de volver a ver.

Y dejó prendida la luz del velador. No quiso sumirse otra vez en la oscuridad y el sueño fue venciendo, lentamente, a sus párpados, que no quería cerrarse, mientras su corazón temblaba de emoción, al saber que al día siguiente se encontraría con Guillermo y lo vería por primera vez, aunque ya tenía bien presente su rostro en la imaginación, por la descripción de Luisa.

Una noche larga, donde el sueño se negaba a llegar. Una noche maravillosa, nacida para soñar despierta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario