21/4/10

¡POR CELOS..!

Era una tarde espléndida. El sol brillaba ufano, dando su tibio calor, sin oprimir, dejando disfrutar la naturaleza.
Yo me había sentado en el jardín y leía una novela atrapante. Era una de esas novelas que no quisieras interrumpir por nada, hasta terminar de leerla completamente. Pero eso era un imposible. Yo leía cuando podía tener tiempo para hacerlo.
Tan embebida estaba en la lectura, que no oí a mi hija Cristina, que me llamaba.
-¡Mamá…! ¡Qué te pasa que no me contestás?
-Hola, mi amor. –le dije, dejando el libro al verla. Venía acompañada por una amiga.
-Te presento a Hortensia, la miga de la cual tanto te hablé.
-¡Ah! Mucho gusto. –le dije, dándole un beso.
-Pasen que vamos a tomar un té… con alfajores.
-¡Qué rico! –dijeron ambas y se ubicaron en el comedor, mientras yo preparaba la merienda, en la cocina.
Nos acomodamos en la mesa y, pronto, el té humeante y los alfajores desaparecieron, entre charla y charla.
Hortensia, a pedido de mi hija, me fue contando su triste vida. Y tan solo tiene 18 años, pensaba yo.
-Yo nací de madre soltera. –dijo tímidamente Hortensia. –Y tuve la suerte de que mi mamá, en ese tiempo, trabajaba en la casa de una familia muy buena, que la quería mucho.
-Mi mamá comenzó a trabajar con la señora Agueda cuando tenía 16 años y cuando tenía 20, conoció a un muchacho que la engañó con falsas promesas. Este, cuando se enteró de que ella esperaba un hijo, desapareció.
-Pero la sra. Agueda la protegió y la ayudó hasta que nací yo, que resulté ser la alegría de la casa.
-Cuando yo tenía un año, mi mamá enfermó y, al darse cuenta de su gravedad, le pidió a la sra. Agueda que no me abandonara en un instituto, que se quedara conmigo, que me adoptara. Ya que ella no podía tener hijos y como me quería de verdad, yo sería la hija que Dios no le había dado.
-Y eso fue lo que hizo Agueda. Cuando mi mamá falleció yo ya tenía dos años y algo comprendía, a pesar de mi inocencia.
-Agueda me amó… y me cuidó… Pero quiso mi mala suerte que, cuando cumplí los trece años, ella enfermara y se fuera de este mundo, dejándome sola con mi papá. Él era un buen hombre, un buen padre, pero estaba tan mal de salud que, al poco tiempo, Dios se lo llevó también.
-Yo tenía 14 años y no sabía qué hacer. Entonces, una hermana de Águeda se compadeció de mí, porque me quería mucho, y me llevó a vivir con ella.
-Para mí era mi tía, así lo sentía. Y sus hijas eran mis primas.
-Viví un año feliz con Rosalía, la hermana de Águeda, hasta que una tarde, en que yo había salido a buscar trabajo, al cruzar la calle, un coche me atropelló, estrellándome contra su parabrisas, quedando inconsciente, tirada en la calle.
-Fue la peor tragedia de mi vida. Estuve muy grave por los tremendos golpes y por las fracturas que sufrí, en tan desgraciado accidente.
-Pasé un año en el hospital, hasta lograr mi recuperación total. Mi tía Rosalía no me abandonó nunca, pero yo estuve tres meses sin reconocerla.
-Mis fracturas de piernas y de brazos me dejaron hecha un despojo en la cama. Pero el tiempo y el amor de Rosalía fueron curando mi cuerpo enfermo. Yo creí que no volvería a caminar, pero tanto me ayudó la kinesióloga del hospital, que a ella le debo mi cura total.
-Cuando salí del hospital ya tenía 16 años. Un año perdido entre el dolor y la desesperación… Y Rosalía, siempre a mi lado, me alentaba con amor.
-Volví a la casa de mi tía, pero mis primas se sentían molestas conmigo. En lo que podían, me lo demostraban. Por más que Rosalía las retaba, ellas no me querían más en la casa. Y eso no era vivir en paz.
-Estaba angustiada por todo eso y salí a buscar trabajo.
-Y un día… uno de esos días en que pareciera que Dios se apiada de tanto dolor, conseguí un buen trabajo, con un buen sueldo, en una compañía de seguros. Y apenas pasó un tiempo prudencial, lo suficiente como para ambientarme en mi trabajo y en mi nuevo círculo re relaciones, me fui, con profunda pena, de la casa de mi querida tía Rosalía. Fui a vivir con una compañera de trabajo que vivía sola.
-Retomé mis estudios, en la escuela nocturna y allí conocí a su hija Cristina, y nos hicimos muy amigas.
-¿Sabés una cosa Hortensia? Mi hija me habla todo el tiempo de vos… te quiere mucho. –le dije, conmovida.
-Sí, para mí es la hermana que no tuve. –agregó emocionada Hortensia.
En ese momento llegó mi hijo Esteban, de 19 años, y nos hizo recordar que la tarde había desaparecido, lentamente, y que era hora de ir a preparar la cena.
Cristina y Hortensia prepararon sus útiles y se fueron a la escuela. Aunque mi hija era un año menor que su amiga, las dos cursaban el mismo año.
Cuando se fueron, me quedé como acongojada por todo lo que me había contado Hortensia. ¡Parecía una novela de terror…! -¿Tanta mala suerte para una sola persona? –me dije.
Y, a pesar de que sentía una fuerte opresión de tristeza, en mi pecho, traté de salir de mi pozo emotivo. Me aboqué a preparar la cena y la charla con mi hijo me fue tranquilizando, poco a poco.
Esa noche, cuando nos fuimos a dormir, no pude dejar de contarle a mi esposo Germán, todo lo que había sufrido esa pobre chica y que tanto me apenaba aún.
Pasó el tiempo y mi hija empezó a interesarse demasiado en Hortensia. Todos los días me hablaba de ella, hasta que un día me dijo:
-Mamá… ¿A vos te gustaría adoptar a Hortensia?
Yo la miré extrañada. Jamás pensé que a Cristina se le ocurriría tal cosa. Ni a mí se me ocurrió, en ningún momento pensarlo.
-¿Estás segura de lo que me pedís? ¡La chica ya tiene 18 años, ya es grande…!
-Pero para mí es la hermana que no tuve y la quiero mucho…
-Cristina, vos tenés que entender que esto lo tengo que hablar con tu padre y con tu hermano. ¡No es fácil resolverlo así… como así!
-Sí, ya sé, mamá, pero yo la quiero mucho y con ella no me sentiría tan sola. Tendría una hermana y una amiga.
-Vos sabés que yo siempre quise adoptar, tu padre también… pero… Hortensia tiene 18 años… ¿ella se adaptará? ¿vos te adaptarás? ¿Todos nos adaptaremos?
-¡OH! Mamá, sé buena… hablalo con papá y con Esteban.
Yo me quedé completamente anonadada y, a la noche, en la mesa, toda la familia reunida, lo hablamos lentamente.
Cristina nos miraba, esperando una respuesta. Luego de analizarlo, todos estuvimos de acuerdo con darle un hogar a esa chica.
Compré una cama, haciendo juego con la que tenía Cristina y arreglé el dormitorio, coquetamente, para dos personas.
El sábado llegó Cristina con Hortensia. Nos reunimos todos, mi esposo, mis hijos y yo y charlamos con ella, ampliamente.
Hortensia lloraba y me abrazaba emocionada, al saber que nosotros le brindábamos nuestro hogar, siendo ella tan grande.
-No sos tan grande, Hortensia. Sos una jovencita que necesita protección y cuidado, como mis hijos. –le dije.
Cristina abrazaba a Hortensia y, juntas, se fueron al dormitorio.
Charlaron mucho y, esa noche, se quedó a dormir. Al día siguiente volvería con sus cosas.
Yo me sentía rara. Tener otra hija de 18 años me hacía sentir extraña, pero la idea de hacer una obra de bien, me daba fuerza para emprender esta aventura maternal.
El domingo fuimos en nuestro coche a buscar las cosas de Hortensia. Volvimos contentos, al ver lo bien que se llevaban las chicas.
Ya instalada en casa, Hortensia era una más de la familia. Su presencia era agradable y su comportamiento, excelente.
Hacía un mes que Hortensia vivía con nosotros y ya estudiábamos, con Gerardo, la posibilidad de adoptarla como una hija más, dándole el apellido.
Era muy cariñosa y trataba de darme a mí, el amor de madre que ella no tenía.
Cuando yo llegaba a casa, Hortensia corría para abrirme la puerta y abrazarme y besarme, dejando a Cristina en segundo plano.
Empecé a notar a mi hija de mal genio. Entonces, la llamé a mi dormitorio, mientras Hortensia se bañaba y no podía oírnos
-¿Se puede saber qué te pasa, Cristina? –le pregunté.
-¡No la quiero más a Hortensia en casa…!
-¿Cómo? ¡Qué estás diciendo? Vos la trajiste… vos quisiste que ella fuera tu hermana… y ahora… ¿Qué pasa…?
-¿Sabés qué pasa… mamá…? Antes, cuando vos llegabas, yo te abría la puerta y te daba un beso, pero ahora, ella corre antes de que yo pueda llegar a recibirte. Siempre está primero y yo no voy a permitir que me quite mi lugar de hija.
-No digas eso, mi amor, estás celosa, pero comprendé que ella se siente como si yo fuera su madre y quiere demostrármelo.
-A mí no me importa lo que ella piense. Yo sólo sé que, desde que ella está en esta casa, no sé cómo hace para oírte, no me deja ser la primera en recibirte.
-¡Yo parezco la hija adoptiva y eso no lo voy a permitir!
-¡Tenés celos! ¡Eso es lo que pasa! ¡Tranquilizate, mi amor!
-No mamá. Ya hace un mes que vive en esta casa y me ha quitado mi lugar. Eso no lo voy a permitir… ¡quiero que se vaya!
-¿Cómo, Cristina? ¿Qué se vaya? ¡Es un ser humano… no se lo puede echar a la calle porque sí!
-¿Cómo le digo que se vaya… y por qué?
-Yo te aviso, mamá, que desde hoy, no le hablo más. Le retiro la palabra. Ella se dará cuenta sola.
-¡OH!... por favor, Cristina, pensalo bien.
-¡Ya lo pensé! ¡No le hablo más! –y se fue, dándome un beso, cuando vio que Hortensia salía del baño.
Yo me quedé sumamente angustiada. ¿Cómo iba a decirle que se fuera?
Al verme, Hortensia se acercó y me dio un beso y un abrazo. Luego se puso a charlar de cualquier cosa. Siempre tenía tema y palabras para agradecerme que la quisiera y que la dejara vivir como otra hija.
Esa noche le conté a mi esposo lo que pasaba.
-¡Pero, cómo vamos a echarla…! ¡Qué va a decir la pobre! –acotó afligido.
-Es que Cristina dice que no le hablará más. ¡Será una guerra de silencio, imposible de soportar! Cristina está tan celosa, que piensa que a ella le gusta su lugar de hija. ¿Cómo la convenzo?
-Y… bueno… Hortensia tendría que darse cuenta de que, en su afán por demostrarte cariño, le está sacando el lugar a Cristina. –dijo Germán.
-Estoy angustiada y esto hay que resolverlo enseguida. –agregué, desorientada.
En los días siguientes, Hortensia disimulaba no percibir el silencio de Cristina, como si no se diera cuenta. Y yo notaba a mi hija cada día peor.
Entonces, fui a hablar con mi vecina, una mujer separada, con dos hijos y le pregunté si quería alquilarle una pieza a Hortensia. Como a ella le hacía falta plata para sostener a sus hijos, aceptó enseguida.
Volví a mi casa y me puse a pensar cómo haría para decirle a Hortensia lo que ocurría.
Le pedí a mi hija que se fuera a la casa de mi hermana, hasta tanto yo pudiera arreglar el problema.
Y ese mismo día, llamé a Hortensia y, tomándole las manos, la miré a los ojos y le dije:
-¡Vos sabés que yo te quiero! ¿Verdad?
-¡Sí mamá! –me contestó.
-Entonces quiero que trates de comprender lo que ha pasado entre vos y Cristina.
-¿Qué ha pasado? –preguntó inocentemente. –No me habla desde hace una semana y no quiere decirme por qué
-Escuchá, mi amor. Ha pasado algo imprevisto. Mi hija está celosa de tu cariño hacia mí, de que vos sos siempre la primera en recibirme y en besarme, dejándola a ella en segundo plano, habiendo sido siempre ella la primera en todo.
-Pero yo no lo hago con maldad –dijo Hortensia llorando.
-¡Yo te entiendo mi amor…! Pero la que no entiende es mi hija. Y los celos la enceguecen al punto de rechazarte.
-¿Qué querés decirme con rechazarme?
-Lo más triste que puedas escuchar. –le dije.
-¿Qué cosa? –preguntó Hortensia.
-Que quiere que te vayas de casa. Ya no quiere ser tu hermana… ¿Sabés cuánto me dolió escuchar esto?
Hortensia se puso a llorar desconsoladamente… -Y ahora… ¿adónde iré?
-Yo no te voy a abandonar querida. Te alquilé una pieza en la casa de al lado, para que estés cerca de nosotros. A lo mejor así mejora tu relación con Cristina.
-Gracias mamá por esta acción tuya. Yo sé que vos me querés. Lástima que no sea así con Cristina.
-Vamos a llevar tus cosas al lado, así, cuando vuelva Cristina, no estarás para que te hiera con su silencio.
Llorando amargamente, Hortensia embaló sus pocas pertenencias y salimos de la casa.
La acompañé a la casa de al lado. Le ayudé a poner todo en orden. Entonces, me senté junto a ella, en la cama. Con cariño, le tomé las manos y, mirándola a los ojos, le dije que yo la quería como a una hija y que siempre iba a poder volver a casa, cuando quisiera.
-Pero ya no es lo mismo. Mañana trataré de hablar con mi amiga y, si no tiene otra compañera de cuarto, me mudaré con ella otra vez.
-Me parece que es o mejor que podés hacer para no sufrir esta equivocada reacción de mi hija. –le dije.
-No sé, mamá, si es equivocada. A lo mejor no me di cuenta de que yo pasaba sobre ella, en mi afán de tener una mamá.
-Dichosa de ella que te tiene y que te ama tanto, como para no querer compartirte. Entiendo sus celos y le doy la razón. –agregó Hortensia.
Volví a mi casa y llamé a mi hija por teléfono para decirle que ya podía volver.
-¿Cómo hiciste para que se fuera? -preguntó Cristina.
-No voy a contártelo por teléfono. –le dije. –Cuando vuelvas, hablaremos. –y corté
Me sentía muy triste por Hortensia. Había logrado tener un hogar, con padres y hermanos, y, de golpe, lo había perdido.
Pero yo tuve que elegir, entre mi hija y Hortensia. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Y me senté en el sofá, abandonándome a mis pensamientos. Quería pensar… pensar.
El silencio que reinaba en la casa me hacía sufrir más. Pensaba qué habría pasado si hubiera adoptado a Hortensia antes de que se desatara este problema.
La verdad es que mi hija no midió el alcance de su idea, de traerla a casa. A lo mejor, no se le ocurrió pensar que a ella pudiera pasarle lo que le pasó.
¡Pero la vida es implacable y sigue su curso, arrasando con todo!
¡Pobre Hortensia! Un sueño de amor familiar, trunco para siempre.
-Hortensia, yo te tendré en mi corazón, con el amor de la hija que pudo ser y no fue. Y vos, mi querida Hortensia, pensarás que yo te di el amor de madre, que vos hubieras querido tener…
La noche se hizo dueña de mis pensamientos y la oscuridad del living le puso ese toque de misterio y de ausencia al sufrimiento de un alma, que quiso dar ternura a una criatura huérfana. ¡Un gran gesto de amor que quedó en la nada por CELOS!

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