25/4/10

LAS HERMANAS

Cecilia y Marisol eran dos hermanas tan diferentes en cuanto a su aspecto y a su personalidad, que no parecían ser hijas de una misma madre.
Rosaura, la madre, era alta, delgada y de pelo renegrido. En cambio Juan, el padre, era rubio, de ojos celestes y muy buen mozo. Formaban los dos una linda pareja.
Como si hubiera sido algo premeditado, Cecilia era igual a su madre y Marisol se parecía a su padre y, como ambos tenían diferentes formas de reaccionar, ellas habían heredado sus defectos y sus cualidades.
Rosaura era enérgica, de carácter decidido y rápida en sus decisiones, en cambio, Juan pensaba mucho antes de tomar cualquier resolución.
Las hermanas no se tenían profundo afecto, siempre estaban discutiendo y tenían ideas tan diferentes, que terminaban distanciadas.
Cecilia ya había cumplido veinte años y Marisol, veintidós y Rosaura no había conseguido que ambas se quisieran como deben quererse dos buenas hermanas, que se pelean y se reconcilian como si nada hubiera pasado.
Pero las cosas iban mal, ninguna de las dos ponía nada de su parte que las tranquilizara, a tal punto que Rosaura tuvo que separarlas de dormitorio. Lo que a una le gustaba aquí, a la otra le gustaba allá. Era una eterna y aburrida discusión diaria, a la que ella quiso poner fin, dándole a cada una su lugar íntimo.
Marisol era muy celosa de Cecilia y la controlaba en todo, de modo que al tener ahora cada una su lugar propio, se calmarían los ánimos.
Un día apareció Cecilia con la noticia de que hablaba con un joven, al que pretendía presentar a sus padres. Entonces, Marisol le reprochó el no haberle comentado que lo había conocido.
-¿Cómo voy a contarte algo, si cuando dormíamos en la misma habitación te molestaba hasta que te hablara? Bueno… ahora que estás sola ¿te molesta también que no te hable…? –dijo Cecilia.
-¿Sabés una cosa Marisol…? -agregó Cecilia -Como hermana no tenés el más mínimo sentimiento afectivo, ¿qué querés entonces que me induzca a decirte nada…?
Rosaura, al entrar, escuchó lo que decía Cecilia a Marisol y se entristeció al ver que sus hijas se distanciaban cada día más y que ella nada podía hacer para remediarlo.
-Mamá –exclamó Cecilia al verla- ¿mañana, que es domingo, puedo traer a mi novio para presentártelo…?
-Pero sí, hija mía, si ya lo considerás tu novio, claro que quiero conocerlo. –le respondió.
-Entonces avisale a papá que no salga porque esta noche voy a bailar y volveré tarde para decírselo yo.
-Bueno mi amor, andá a pasear que mañana será un gran día. –y al ver que Marisol salía de la habitación enojada, se acercó a Cecilia y abrazándola, le preguntó con ternura: -¿Qué pasa entre ustedes, Cecilia?
-Contra ella no tengo nada, pero todo le fastidia, todo lo que hago y digo. Dormíamos juntas y quiso tener habitación aparte, no quería charlar conmigo cuando nos acostábamos, como lo hacen mis amigas con sus hermanas, y todo lo que yo hacía le molestaba.
-Es cierto, tu hermana está cada día peor y no puedo llegar a su alma porque ella no admite la confidencia y me aleja diciéndome “mamá no te metas”.
-¡Ya ves, no es culpa mía, mamá! Además no es capaz de tener una amiga mucho tiempo, siempre se pelea. A mí me hizo sufrir mucho, pero ya no se lo voy a permitir más. Lo malo es que ella me busca para discutir.
-Bueno, ahora pensemos en vos y en tu novio… ¿cómo se llama?
-Andrés, mamá. Y te va a gustar porque es muy buena persona, de buenos sentimientos y respetuoso de la familia.
¡Ah!... eso me gusta -dijo sonriendo Rosaura -son los valores más importantes de una persona.
Cecilia se despidió de su madre y fue a encontrarse con Andrés.
Rosaura subió a la habitación de Marisol y la encontró acostada.
-¡Pero hija! ¿Qué hacés acostada? ¿No vas a salir a pasear?
-¿Mamá a qué viniste? ¿A molestarme?
-¡Cómo me decís semejante cosa Marisol!
-Es que estoy de mal humor y vos venís a ponérmelo peor.
-Estás equivocada hija mía. Yo vengo a entender qué te pasa… vengo a ayudarte a que te sientas mejor.
-Mamá, yo no necesito tu ayuda ni la de nadie. –acotó Marisol despectivamente.
-¡Linda forma de contestar! –agregó Rosaura. –Pero soy tu madre y te perdono tus malas contestaciones. Pero con ese carácter agresivo, no vas a conquistar a ningún muchacho.
-Claro… como Cecilia, que es menor que yo, ya tiene novio, vos venís a molestarme con eso ¿verdad mamá?
-¡Oh! ¡Qué disparate! –Agregó Rosaura -¿Cómo decís eso? ¿Cómo podés pensar que me acerco tan sólo para molestarte? ¿En qué cabeza cabe tal idea?
-En la mía -dijo Marisol. –Y andate que quiero dormir.
Amargada, Rosaura salió de la habitación, sin ganas de seguir hablando con su hija. Pensó que Cecilia tenía razón, que Marisol sólo abría la boca para lastimar.
Por suerte, en ese momento llegaba su esposo y se sentó con él en el living.
Ellos eran felices y se llevaban muy bien. No entendía a quién había salido su hija.
El domingo llegó pleno de sol y con buen tiempo. Cecilia presentó, emocionada, a su novio.
La mesa estaba servida y Marisol no bajaba Entonces empezaron a comer sin ella.
Cuando apareció, Cecilia le presentó a Andrés y la invitó a compartir la merienda.
Todo transcurrió en paz, por suerte. Pero cuando Andrés se retiró, Marisol no pudo con su genio.
-Está bastante bien tu novio, es muy buen mozo y agradable, a éste te lo roban enseguida. –dijo riendo a carcajadas.
Cecilia la miró disimulando su fastidio, por respeto a sus padres y le contestó sonriendo irónicamente:
-Al menos yo tengo algo en qué preocuparme… ¿vos no te aburrís por no tener nada?
Cecilia salió un rato a la calle, le asfixiaba la conversación con Marisol.
Rosaura y Juan retaron a su hija y trataron de hacerle entender que con su agresividad, no iría a ninguna parte y que de esa forma, estaba perdiendo el cariño de su hermana.
Marisol se levantó fastidiada, dijo que tenía que salir, tomó su cartera y se fue.
Al salir, vio que su hermana estaba charlando con una vecina, en la vereda de enfrente, pero hizo como que no la vio y paró un taxi.
Cecilia se despidió de la vecina y entró a su casa. Sus padres seguían aún sentados en el sofá, charlando animadamente, y se sentó frente a ellos, con la felicidad de una hija que tiene los padres que ama.
Pasaron dos años. Cecilia estaba preparando los detalles de la boda. Andrés había comprado un coqueto departamento y ya tenían todos los muebles. Sólo faltaba la boda y disfrutarlo con amor.
Y llegó el momento tan esperado por los novios. La boda fue hermosa e inolvidable. Y luego, partieron embelesados en viaje de luna de miel.
Marisol disfrutó la fiesta de casamiento. Y quiso, la varita mágica que Dios desde el cielo dirige, que conociera un muchacho.
Rosaura y Juan vivieron ese momento con felicidad, pero nada le comentaron de sus sentimientos a Marisol. Sabían del mal carácter de su hija y pensaron, acertadamente, que a veces es mejor callar y esperar.
Tomados del brazo, Rosaura y Juan salieron a pasear y en su ir y venir, por esas calles tan caminadas, pensaron en sus hijas y, con cierta tristeza, en esas dos hermanas, de las cuales una ponía lo bueno y la otra, lo malo.
-¿Cambiaría el amor a Marisol? -pensaron Rosaura y Juan, mientras se perdían en la distancia, disfrutando de la calidez de la noche.

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