18/4/10

RETORNO A LA FELICIDAD

Cae la tarde, un último rayo de sol que parpadea en el horizonte da a Beatriz la pauta de que se aproxima la noche.
Silenciosa y con pasos lentos, atraviesa las bulliciosas calles de la ciudad, como si fuera una autómata, como si lo que a su alrededor sucede, no le llamase la atención. Así camina largo rato, hasta llegar a su departamento.
Abre la puerta y cerrándola luego, bruscamente, se sienta en un sillón del vestíbulo y comienza a llorar desesperadamente, hundiendo el rostro en sus crispadas manos. Su tía Elena, al oír el portazo y el llanto, va al vestíbulo y, acercándose alarmada, le pregunta:
-¿Beatriz, qué te pasa…? ¡Por Dios, hablá! -Y alzándole el rostro suavemente, le enjuga las lágrimas.
Beatriz, que seguía sollozando, tomó coraje y, secando la última lágrima que de sus hermosos ojos brotaba, acarició a su tía al tiempo que le decía:
-Tía querida, no quisiera proporcionarte este dolor, pero como vos sos como una madre para mí, te seré franca.
-¿Te acordás de Rosita, mi compañera de estudios y ahora de trabajo… esa muchacha tímida? Bien…pues no sé de que artes se ha valido para hacer creer al jefe, mi cortejante, que yo flirteo con otro y no sé que otros cuentos más y, fijate qué embaucadora, hasta tiene cartas escritas por mí… no sé a que sujeto.
-¿Y cómo tiene cartas escritas por vos? -preguntó extrañada su tía.
-Es que hace un tiempo, me pidió que le escribiera unas cartas a un joven que a ella le interesaba, pues pensaba que yo las escribiría mejor.
-¡Pero hija… qué maldad…! ¡Dejá eso por mi cuenta…!
-¡Oh…! De nada valdrán tus razones, tía querida, pues…pues…
-¿Qué…? ¡hablá por favor!
-El jefe ya me despidió.
-¿Qué…despedida? Yo estoy soñando hija… no puede ser…
-Sí, tía. Para justificar mi despido, me dijo que se veía obligado a tomar esa decisión porque el negocio no iba bien y tenía que disminuir el personal. De modo que me indemnizó y, como si nada hubiera entre nosotros, me deseó buena suerte y se fue a su oficina.
Y arrojándose en los brazos de su tía, prorrumpió en desesperado llanto.
¿Oh…qué desgracia…qué desgracia…!
-Tía, no te aflijas así…¿para qué estudié tanto… no será para morirme de hambre…no? -dijo Beatriz, recuperándose de su angustia.
-Yo voy a volver a trabajar. ¿Te acordás de ese amigo tuyo que me ofreció un cargo de maestra, si quería irme de Buenos Aires? Bueno quizás, si le hablo ahora, lo pueda conseguir.
-Ya no me importa irme de Buenos Aires. Mañana le hablaré y si me dice que sí, con la plata de la indemnización, podremos mudarnos y alquilar algo allá –dijo Beatriz.
-No te preocupes, ese señor era muy amigo de tu tío y, aunque mi pobre Roque ya falleció, lo mismo me va a ayudar. Si es que te hizo la promesa, la cumplirá.
-No puedo entender cómo Ricardo le pudo creer a Rosita. Ya hacían seis meses que salíamos. Ahora me doy cuenta por qué tenía ella tanto interés por hablarle por cualquier cosa y por entrar a su oficina y estar a solas con él.
-Qué ingenua fui y qué cruel Ricardo al dejarme sin una explicación, como si yo fuera una extraña.
-Ahora sí que Rosita se saldrá con la suya. Qué tonta fui al creerle que le gustaba otro muchacho y qué falsa fue ella al engañarme así, siendo yo como una hermana para ella.
Pero el amor no respeta fronteras. Jamás pensó que Rosita fuera capaz de tal traición y que Ricardo no confiara en ella como para averiguar por qué le haría tal cosa a él.
Se mudaron a Córdoba y ahí pudo tranquilizarse un poco. La herida sangraba aún y el dolor era inaguantable, pero su trabajo de maestra y los chicos le hacían olvidar su pena, poco a poco.
Ya habían pasado varios meses de su traslado a Córdoba y, aunque extrañaba a Buenos Aires y a Ricardo, iba sobrellevando su pena.
Un día recibió una carta y, extrañada, la abrió rápidamente.
Cual no sería su sorpresa al ver que quien se la escribía era nada menos que su ex amiga Rosita.
Su primer impulso fue romperla sin leerla, pero luego se dijo: -¡No…! ¿Qué querrá esta mal amiga? ¿Todavía tiene el coraje de escribirme, después de lo que me hizo?
La leyó para ver hasta dónde llegaba la maldad de ella, pero cuando terminó de leerla, su angustia fue increíble.
Rosita le contaba que por intermedio de una vecina de ella, había conseguido la dirección y que, a raíz de un grave accidente de tránsito, en el que había sido atropellada por un coche, su vida corría peligro.
Además, en su carta, le decía:
-Estoy arrepentida de lo que te hice, Beatriz…Cómo pude dañarte de tal forma, me he preguntado durante estos meses… parece que Dios me castigó por mi maldad.
Ricardo vino a verme al hospital, como jefe, se entiende, y yo al verlo tan triste desde que vos te fuiste y comprobar que no tiene intenciones de relacionarse conmigo, le confesé la verdad.
Vos no te imaginás lo que es estar postrada en una cama tanto tiempo. Uno piensa y piensa…y se arrepiente
Yo he tratado de enmendar mi error, aunque Ricardo se enojó mucho conmigo. Quiere ir a verte para pedirte perdón.
¿Sabés qué es lo que lo volvió loco? Leer esas cartas tan lindas que me escribiste, para ese novio imaginario.
Ahora que está todo aclarado y que él vuelve hacia vos para pedirte perdón, espero que comprendas. Yo soy la única culpable y, por este error, he perdido una hermana y un amigo.
Tengo para mucho tiempo en el hospital. Si algo queda de nuestro cariño de hermanas dentro de tu corazón, vení a verme y a darme tu perdón… pero no tardes mucho, yo estoy muy enferma y no sé qué será de mi vida, si quedaré estropeada… ¡qué sé yo!
Durante mi convalecencia, en el silencio de mi soledad, en las noches, vos te me aparecías dulcemente, y entonces no podía dormir.
Ahora que todo está en orden con mi conciencia, me siento mejor. Sólo quiero que me perdones… el amor hace cometer locuras que uno ni piensa que pueda ser capaz de hacerlas.
Un beso de quien siempre te quiso.
Rosita

Beatriz dobló la carta y salió al jardín. Se sentó sobre el pilar del frente y aspiró el perfume del pasto humedecido por el rocío. Su tía se acercó, entonces ella le dio la carta de Rosita y le dijo: -Leela tía, quiero saber si piensas lo mismo que yo.
Mientras su tía leía, ella se fue a caminar junto a su perra. Se sentó a los pies de un grueso árbol y mirando al cielo, le dijo a Dios, que la miraba a través de las estrellas: -yo la perdono…porque la quise y la quiero como a la hermana que nunca tuve, sólo te pido que le devuelvas la salud perdida.
Pasaron los días, y una hermosa tarde, un coche paró frente a su casa.
Ella vio, desde la ventana, que Ricardo bajaba con un hermoso ramo de flores. Bajó las escaleras corriendo, salió de la casa y cuando se miraron, se unieron en un apretado abrazo.
El silencio se hizo poderoso y, sólo sus labios, en un beso profundo, hablaron de su amor maravilloso.

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