21/4/10

UN IMPONDERABLE

Esa tarde lluviosa y triste, con su gris atardecer, le oprimía el alma a Magdalena, quien no cesaba de llorar y llorar ¿Cómo había pasado…? ¿Y por qué a ella…?
Resuelta, se levantó y se cambió la ropa para salir, no le importaba la lluvia. Tomó sus radiografías y salió rumbo al hospital, donde trabajaba su novio Esteban, que era médico.
Caía una garúa finita. Tomó un taxi que la llevó hasta el hospital. Bajó y, luego de pagar al taxista, entró resuelta y se dirigió a la sala, en donde atendía su novio.
Esteban, al verla, le hizo seña para que entrara por la otra puerta interna y ahí fue Magdalena.
-¿Qué te pasa? –le preguntó Esteban.
-Quiero que veas estas radiografías y me des tu opinión.
-¿De quién son…? ¿Conozco al paciente…?
-¡No…! No es paciente tuya, es una amiga mía.
Esteban tomó las radiografías y trató de mirarlas a trasluz. Se quedó un largo rato observándolas. Magdalena vio la cara de su novio y le preguntó: -¿Qué pasa…?
-Tu amiga tiene cáncer de pulmón y no creo que viva más de un año y meses.
-¿Estás seguro…?
-¡Cómo no voy a estarlo! Estoy seguro. Tiene que empezar pronto con quimioterapia, para no sufrir tanto y combatir, hasta donde pueda, su enfermedad.
Magdalena se desmayó y Esteban, acostándola en la camilla, trató de reanimarla.
-Pobrecita…cómo quiere a su amiga -pensó.
Al rato, Magdalena abrió lentamente los ojos y se puso a llorar desconsoladamente, abrazándose fuertemente a Esteban.
-Lo lamento por tu amiga, te lo juro, pero no puedo verte así… tenés que ser fuerte para poder darle ánimo a ella.
-Vamos a casa, por favor, Esteban. Me siento mal, llevame enseguida.
-Bueno…tranquilizate -le dijo. Tomándola del brazo, salieron del Hospital. La llevó en su coche.
Durante el viaje, Esteban le hablaba, pero ella lloraba amargamente.
Por fin llegaron y, una vez adentro, Esteban quiso saber el por qué de tanta amargura. Abrazándola con ternura le preguntó… y le preguntó.
Entonces, Magdalena, mirándolo a los ojos, le dijo: -¡Esa enferma soy yo…!
Esteban se quedó paralizado. No sabía si era verdad o no lo que oía.
-¿Desde cuándo te sentís mal? ¿Por qué no me dijiste?
-Vos sabés que soy enfermera y que trato con muchos enfermos. Me venía sintiendo mal, tenía los mismos trastornos que un paciente que yo conozco. Entonces, empezó a correr un frío intenso por mi alma y fui a consultar a un especialista.
Esteban la abrazó fuertemente. Ella, llorando, le dijo que su pena más grande, era morir sin haber sido madre… que su ilusión de tener un hijo con él, era lo que la hacía feliz y, ahora, todos sus sueños quedarían en la nada.
-¡No…! ¡Eso no…! Nos casaremos y tendremos un hijo -dijo, desesperado, Esteban. -Mañana mismo iremos al Registro Civil y a la Iglesia, para reservar la fecha.
-Y te casarás de blanco. Quiero que nuestra boda sea hermosa y, si Dios quiere que te cures, tendremos un lindo recuerdo de la misma.
-Llamá a tus padres para darles la noticia y deciles que, apenas tengas la fecha, les avisarás. Pero no les digas nada de tu enfermedad, por ahora. Mientras podamos mantenerlo oculto, será sólo nuestro secreto.
-Está bien, mi amor -dijo Magdalena, sollozando y agregó: -¿Por qué una noticia tan linda, tiene que ir con una pena tan grande?
-No llores mi niña, ¡todo saldrá bien…!

Se casaron y se fueron de viaje de luna de miel. Del tema no se hablaba, habían hecho un pacto de silencio. Cuando volvieran tratarían a fondo la enfermedad…siempre hay una esperanza.
Habían pasado dos meses de la boda, cuando Magdalena sorprendió a Esteban con la feliz noticia de su embarazo. Dios no había desoído sus plegarias, pero el médico, que la atendió, le había dicho que no podía seguir con su tratamiento porque podía perjudicar al bebé.
Entonces, Magdalena le dijo a Esteban resueltamente, que dejaba el tratamiento y que seguiría adelante con su embarazo.
Esteban, como médico, sabía del sufrimiento que iba a padecer su pobre esposa, privándose de sus remedios. Pero no podía decir nada, ella quería ser madre… y ambos querían ese hijo con amor.
Los meses fueron pasando velozmente. Magdalena sufría los altibajos de su desgraciada enfermedad, soportando todo por ese bebé ansiado. Su panza era voluminosa, había entrado en el noveno mes cuando, el médico que la atendía, al verla sufrir tanto, le propuso adelantar el parto con una cesárea. Le aseguró que todo saldría bien, para ambos.
-Esa noche, Magdalena le contó a Esteban lo de la cesárea. ¿Qué te parece? –le preguntó.
-No me parece mala idea -contestó Esteban y agregó: -debemos pensar el nombre de nuestro hijo, ¿Vos lo pensaste…? –le preguntó a ella, sonriendo.
Magdalena lo miró con ternura y le dijo: -yo pienso que nuestro hijo se tiene que llamar igual que su padre.
-¿En serio te gusta que lleve mi nombre?
-Te amo tanto, que quiero repetir tu nombre hasta cuando llame a mi bebé.
Esa misma noche tomaron la decisión de aceptar la propuesta del médico. Y, al día siguiente, Magdalena fue al sanatorio, acompañada por Esteban, a tener a su hijo.
Quiso Dios que, otra vez, todo saliera bien y, en menos de una hora, estuvo Magdalena en su cama, recuperándose de la cesárea. Mientras, Esteban esperaba que ella saliera de la anestesia sin problemas.
El bebé era hermoso. Había nacido con tres kilos y medio, nada menos. Dormía en su cunita plácidamente, ignorante, pobre ángel, del sacrificio de su madre para traerlo al mundo.
Cuando Magdalena despertó de la anestesia, quiso ver a su hijo. Entonces, Esteban llamó a la enfermera y le pidió que lo trajera, mientras acariciaba a su débil esposa.
Al ver a su hijo, Magdalena se puso a llorar de emoción y de alegría. Su sueño se había hecho realidad. Dios le había otorgado la bendición de ser mamá, y eso no tenía precio.
El médico le aconsejó que no le diera el pecho a su hijo, pues debía recomenzar su tratamiento oncológico. Les costó mucho, a él y a Esteban, convencerla, pero por fin aceptó y les prometió que haría lo que le indicaban.
Después de una semana de reposo, salió del sanatorio, en buen estado. Ella y Esteban se sentían como si estuvieran en el aire, contemplando al bebé.
Esteban contrató a una señora, con bastante experiencia en cuidado de bebés, recomendada por la esposa de un médico amigo, quien la había tenido trabajando en su casa.
A los pocos días, Magdalena fue a ver al médico, quien luego de revisarla, le indicó que se hiciera unas placas y una ecografía y, también, un análisis completo de sangre.
A la semana siguiente, Esteban fue a retirar los resultados de los estudios de Magdalena y, cual no sería su sorpresa , al comprobar que su esposa estaba curada y sus pulmones completamente sanos.
Mirando al radiólogo, quien también se mostró sorprendido, le preguntó si estaba seguro de que todo eso era de su esposa o que tal vez, la empleada se hubiera confundido.
-¡No…! Mi empleada, en los seis años que trabaja en esta clínica, jamás confundió nada.
-Pero si mi esposa tenía cáncer terminal… ¡No lo puedo entender!
Esteban fue a ver al médico que atendía a Magdalena y le mostró las placas y la ecografía. Cuando éste las miró, no podía creer lo que veía.
-Esto es un imponderable -dijo, tomándose la cabeza entre las manos, apoyado en su escritorio. –¡Más bien, es un milagro de la ciencia, de la naturaleza… de Dios!
Esteban no sabía si reír o llorar. Él, como médico, jamás había visto un caso igual.
Se miraron en silencio. Entonces, Esteban propuso al médico hacerle, a su esposa, de nuevo todos los estudios, pero en otro lugar. El doctor asintió y le extendió la orden correspondiente.
Esteban se retiró emocionado, no sabía qué explicación darle a Magdalena, pero ella era enfermera y no podía mentirle. Tenía miedo de ilusionarla y luego…¿qué pasaría si los resultados no fueran estos? Pensó que era mejor decirle que no salieron bien y entró a su casa, resuelto a eso.
-¿Trajiste mis estudios? -preguntó Magdalena.
-Se los llevé al doctor para que los viera, pero no quedó conforme. Quiere que te hagas los estudios de nuevo, en otro lugar, de mayor precisión. Mañana te llevaré. Ahora, no te preocupes.
Cómo Magdalena tenía al bebé en sus brazos, dándole la mamadera, Esteban se hincó al lado del sofá y los abrazó a los dos.
-¡Qué cuadro tan tierno! –se dijo.
Al día siguiente, Esteban y Magdalena fueron al lugar en donde le harían los estudios. Mientras le hacían la ecografía, Esteban pudo comprobar que realmente su esposa no tenía nada en sus pulmones.
Y ya no pudo ocultarle a Magdalena la verdad. Le contó que tanto la primera como esta ecografía, decían que sus pulmones estaban sanos.
Magdalena lo abrazó intensamente y le pidió que la llevara al consultorio del oncólogo, en ese mismo instante. Quería contárselo ya. Si tanta felicidad era cierta, Dios había hecho un milagro y se había apiadado de ella, por segunda vez.
Cuando el doctor vio que las dos ecografías mostraban dos pulmones sanos, no pudo dudar. Durante toda esa semana realizó consultas con otros médicos de distintos países y no hubo nadie que le revelara un caso parecido. El de Magdalena era el primero, en el mundo, que tuviera tan extraña resolución.
¿Era un milagro…? ¿El cáncer se había resumido por obra y gracia del Espíritu Santo…?
Poco tiempo después, se realizó una Convención en Alemania, en la que el oncólogo presentó el caso, mostrando los primeros estudios, que revelaban la presencia de la enfermedad y los últimos que demostraban la curación. Magdalena y Esteban lo acompañaron. Con mucho asombro, los médicos asistentes, pudieron comprobar que Magdalena estaba curada.
Tanta era la alegría de Esteban y de Magdalena, que resolvieron hacer otro viaje de Luna de miel, pero esta vez con el bebé y con la niñera.
Ya en el avión, presa de tan inmensa felicidad, Magdalena miró el cielo con esas nubes blancas, y se sintió cerca de Dios, tan cerca que, en el pensamiento, le agradeció esa nueva vida que le daba, como si la compensara por el sufrimiento que tuvo que soportar esos nueve meses, por no poder tomar sus remedios, por el bien de su bebé.
Y cerró los ojos. Quería estar a solas con Dios y hablarle como nunca lo había hecho.
Esteban la tocó para saber si dormía y ella, abriendo los ojos, le dijo dulcemente: -le estaba agradeciendo a Dios la nueva vida que me da, aprovechando que estoy cerca del cielo.
Esteban la abrazó y, juntos, lloraron quedamente por tanta dicha. El llanto del bebé los volvió a la realidad.
-Esto es un imponderable de la vida, mi amor –le dijo Esteban y con sus manos unidas, fundieron sus labios en un beso de felicidad. Mientras el cielo, negro como boca de lobo, se salpicaba de jadeantes estrellitas brillantes, en toda su inmensidad.

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