18/4/10

EL ENGAÑO

Cristina vivía en Buenos Aires desde hacía ya seis años. Había terminado su carrera de abogada y había conseguido trabajo en un importante estudio jurídico, sólo faltaba que la llamaran.
Jorgelina era su vecina de departamento y, por suerte, se llevaban muy bien y, como buenas amigas, decidieron salir a festejar su diploma.
Cenaron tranquilas y, después de dejar todo ordenado, cada cual se vistió en su respectivo departamento.
Cristina eligió un largo vestido negro, escotado, de encaje con piedritas strass, salpicando todo el cuerpo, que le daba un aspecto señorial.
Jorgelina apareció también radiante, con un solero largo verde agua, con detalles de drapeado.
Estaban muy lindas y elegantes. Contentas se dirigieron al Hotel Sheraton, en donde se realizaba el baile de egresados de la Facultad.
La recepción fue maravillosa, el servicio de lunch paradisíaco y el baile inolvidable.
Bailaron incansablemente al ritmo de las más variadas músicas hasta las siete de la mañana, en que las parejas se llamaron a reposo y empezaron a retirarse.
Cristina y Jorgelina tenían compañía, dos guapos muchachos que no las habían abandonado en toda la noche.
Se acercaron las chicas, sonrientes, e hicieron las presentaciones del caso. Cristina presentó a Héctor y Jorgelina a Rolando. Los cuatro se sentaron alrededor de una coqueta mesita y desayunaron alegremente.
Cuando el reloj dio las ocho, las dos, al mismo tiempo, se levantaron, agradecieron la gentileza y, alegando estar cansadas, salieron del restaurante del hotel, seguidas por los jóvenes.
Ya en la calle, Héctor se ofreció a llevarlas hasta su casa. Como Rolando no tenía coche aceptó la invitación que le hizo Héctor y los cuatro partieron rumbo al hogar de las jovencitas.
Al despedirse, Héctor y Rolando les pidieron si podían verse ese mismo día, a la tarde y acordaron que pasarían a buscarlas alrededor de las veinte.
Ya en su departamento, Cristina se despidió de su amiga con un beso. Le dijo que después charlarían, que estaba cansada y quería dormir.
El teléfono despertó a Cristina. Miró asustada el reloj. Vio que eran las dos de la tarde y se tranquilizó porque, por suerte, había dormido seis horas. Entonces, atendió.
-Hola…¿Quién es? -preguntó, medio dormida.
-Soy yo…Jorgelina. ¿Estás levantada?
-No estoy levantada. ¿Vos te levantaste? ¿No tenés sueño?... Yo no puedo abrir los ojos -agregó Cristina.
-Vamos a comer, dormilona y después dormimos una hora de siesta. ¿Qué te parece?
-Bueno… me visto y vamos.
Dicho y hecho, al rato salieron las amigas, entraron a un restaurante y se ubicaron en una mesa, al lado de la ventana para despejarse con el ir y venir de tanta gente… de coches y de colectivos.
Comieron ravioles y, de postre, charlote con crema. Pidieron un café y charlaron.
-¿Qué te pareció Rolando? –preguntó Jorgelina a su amiga.
-¡Muy agradable…! –dijo Cristina y luego le preguntó: -¡Qué hace…? ¿Estudia? ¿Trabaja?
-Trabaja en una empresa en las oficinas de Personal. No gana mucho, pero se defiende. Y… Héctor ¿Qué hace?
-¡Ah! …yo tuve suerte porque encontré lo que quería… un doctor…encontré un doctor cirujano. Tiene veintinueve años y trabaja en un hospital –dijo Cristina.
-Sí, tuviste suerte, dos profesionales, síntoma de muy buen porvenir.
-¿No te parece, Jorgelina, que te estás apresurando un poco…? Todavía no nos conocemos. Hay que tratarse, ver qué clase de personas son ambos.
-Tenés razón. Bueno…Dios dirá si tengo suerte esta vez. –acotó Jorgelina.
-¿Y por qué no vas a tener suerte?
- Está bien. No voy a echarle las culpas al que llega por el que se fue.
-Así me gusta –sonrió Cristina –vamos a descansar un poco más… son las quince y treinta y a las veinte pasan a buscarnos. –se levantaron y contentas salieron del restaurante, hacia sus casas.
Cristina le deseó buen descanso a Jorgelina y se fue a dormir. Se despertó a las dieciocho y treinta, se dio un buen baño de inmersión, con sales aromáticas y sintió su cuerpo relajado, sin cansancio. Salió de la bañadera y, envuelta en un grueso toallón, fue hasta el placard para elegir lo que se pondría.
Como la noche estaba linda, pero fresca, eligió un conjunto de pantalón y chaqueta de cuero y una remera de chifón atigrada, en tonos beige y blanco. Un collar de perlas de tres vueltas y unos aros de perla, largos, completaban su arreglo, con la pulsera que hacía juego.
Se miró al espejo y sonrió complacida. Le gustó lo que vio reflejado en el mismo y pensó: -a él también le voy a gustar.
Iba a abrir la puerta, cuando sonó el timbre. –Soy yo -dijo Jorgelina
Cristina abrió y, diciendo “ya salía para tu departamento”, miró a Jorgelina y elogió su arreglo.
-Las dos impactamos esta noche –comentó Jorgelina y, cerrando la puerta, miró el rejoj. Faltaban diez minutos para las veinte.
-¿Serán puntuales? –se preguntaron, casi al unísono y la respuesta no se hizo desear. El timbre sonó ansioso, antes de la hora prefijada… se ve que estaban interesados los muchachos.
Cristina atendió el portero eléctrico y, con sorna, preguntó: -¿Quién es?
-Soy Héctor. ¿Pueden bajar?
-Sí…sí, estamos listas -y colgó.
Cerraron bien todo y bajaron en el ascensor, un poco nerviosas.
-¡Hola…! ¡Qué lindas están! –dijeron a dos voces los jóvenes.
-Gracias -contestaron ambas y subieron al coche.
-¿Qué les parece si vamos al cine? –preguntó Héctor.
-Buena idea -dijeron ambas.
-Pues… allá vamos -y, en dirección a la calle Corrientes, se perdieron en el tránsito, en esa vorágine de coches.
Y, como lo lindo pasa rápido, después del cine y de la cena, siendo las veinticuatro, regresaron al departamento de las jovencitas. Allí se despidieron, luego de arreglar los encuentros para el día siguiente, saludándose cordialmente.
Amaneció el lunes cansado por ser el primer día de la semana, bostezando de haragán. Pero el día se presentaba hermoso y eso alentó a Jorgelina que salía rumbo a su oficina y a Cristina que iba a conocer su nuevo lugar de trabajo.
Cristina se sentía importante con su título de abogada, había hecho realidad sus sueños, luego de tantos años de estudio y, con sus veinticuatro años, se sentía poderosa.
Llegó al Estudio. Su lugar de trabajo era agradable, la oficina y el hall de recibo, con lindos sillones, eran muy confortables.
-Me gusta -se dijo sonriendo.
Los tres abogados del estudio tenían entre treinta y treinta y cinco años, más o menos. Jóvenes y de buen carácter.
Arreglaron las condiciones y Cristina quedó en empezar al día siguiente. Cuando se iba, uno de los abogados le preguntó si quería quedarse a ordenar su lugar de trabajo.
Sorprendida, como si le hubiera descubierto el pensamiento, aceptó. Ella había pensado lo mismo.
El tiempo es hereje, pasa y pasa tan velozmente, que a uno le parece que el día no terminara nunca y, de pronto, se encuentra que hace un año que está trabajando en ese lugar.
¿Cómo pasa…? Pasa… pasa simplemente por culpa de un reloj que no descansa nunca.
Y Cristina y Héctor estaban de novios, formalmente comprometidos.
Pero Jorgelina y Rolando, aunque se querían mucho, tenían problemas.
Una noche, Jorgelina fue al departamento de Cristina y, llorando, se echó en sus brazos.
-¿Qué te pasa querida…? ¿Por qué llorás así?
-Me pasa lo peor de lo peor… le contestó Jorgelina.
-¿Pero… qué? No me angusties más –agregó Cristina.
-Descubrí que Rolando es drogadicto, lo tenía bien oculto, pero ahora me lo confesó.
-¿Y… qué vas a hacer, Jorgelina?
-Estoy desesperada. No te lo conté antes porque me daba vergüenza, pero me pide plata continuamente…ya no puedo seguirle más el ritmo. Me mintió durante este año porque quería curarse, me dijo, pero es inútil… siempre sigue comprando y nunca tiene plata.
-¿Pero cómo pudo cambiar así, en tan poco tiempo? –preguntó Cristina.
-Me dijo, que hace dos años, conoció a una chica que él no sabía que era drogadicta. Ella, de a poco, lo llevó a eso. Ella misma lo inyectaba y él no se resistía, por inconsciente.
-No puedo darle todo lo que gano –continuó Jorgelina -ya no tengo ni para comer porque el otro día me pidió mil pesos para pagarle a un hombre… que si no lo hacía, lo mataba. Tuve que dárselos ¿Qué iba a lograr con negárselos? ¿Que lo mataran? ¿Y…luego el remordimiento…? ¡No…!
-¡Pero no podés seguir así…! Tenés que darle una lección. Dejalo. Decile que se interne, si es que te quiere. Es la única forma en que podés ayudarlo.
En eso sonó el timbre. Cristina atendió y escuchó la voz excitada de Rolando que preguntaba si Jorgelina estaba con ella y si podía subir.
Cristina lo hizo pasar ¿Qué otra cosa podía hacer por su amiga?
-Hola Rolando… ¿cómo estás?
-Bien, Cristina.
-Pasá… pasá –lo alentó al verlo así -Jorgelina te espera.
Cristina dejó sola a la pareja para que conversaran. Ella, mientras, preparó café. Tardó un rato en llevarlo porque quería pensar qué podría hacer por Jorgelina, estaba tan triste.
-Ya sé, los invito a cenar –dijo, tomó la bandeja con el café, fue al living y al servirlo, los invitó a cenar.
-¡Oh!... no te molestes Cristina, vamos a comer algo en mi departamento.
-La invitación está hecha ¿Aceptan o no?
-Bueno… está bien… si no es mucha molestia para vos –dijo Jorgelina.
-Ninguna… de modo que, mientras uds. charlan, yo preparo todo en la cocina.
-Yo pongo el postre -dijo, imprevistamente, Rolando -y ahora mismo voy a comprarlo.
Tomando las llaves para abrir la puerta de calle cuando volviera, se fue enseguida.
Cristina y Jorgelina se miraron extrañadas, “pero una atención no se puede despreciar”, dijeron sonriendo y se fueron a la cocina.
Rolando salió apresurado a la calle. Se dirigió a una cerrajería, que había a dos cuadras, y se hizo hacer un juego completo de las llaves del departamento de Cristina. Mientras se las hacían, fue a comprar la torta prometida.
Cuando regresó, la cena estaba lista y la mesa arreglada. Sólo faltaba que se sentaran a comer y así lo hicieron los tres, mientras escuchaban música romántica.
-¡Te pasás como cocinera! –le dijo Rolando a Cristina. Ella le contestó: -y vos te pasaste con la torta.
-Es riquísima -agregó Jorgelina.
Luego del postre, Cristina volvió a la cocina, preparó café otra vez. Ya era tarde y los tres tenían que ir a trabajar temprano al día siguiente.
Se despidieron y Cristina se fue a dormir, luego de ordenar la cocina y el comedor.
La mañana llegó presurosa, filtrando los rayitos del sol por la persiana. Cristina se levantó apurada y recordó que, antes de ir a la oficina, tenía que pasar por el Hospital pues Héctor le iba a dar dos direcciones de duplex para comprar. Él ya los había visto, pero la última palabra era la de ella.
Cristina pasó por el hospital y se llevó las direcciones. Estaba muy contenta porque iba a ver cuál sería su nuevo hogar. Ella y Héctor pensaban vender sus respectivos departamentos para comprar el duplex.
A la tarde, Cristina pidió permiso, por dos horas, para ir a verlos. Estaba ansiosa y temblaba de emoción, con sólo pensarlo. Fue y eligió el duplex. ¿Cuál habría elegido Héctor? No quiso decírselo.
Pero cuando la noche extendió sus negros brazos y la luz de las estrellas dominaron el cielo, llegó Héctor al departamento de Cristina. Se besaron, profundamente emocionados por el paso que iban a dar.
-¡Vamos, decí pronto cual duplex elegiste! –la apuró Héctor -Yo tengo aquí escrito en un papel cual es el que me gustó.
-Este – dijo Cristina.
-Este –dijo Héctor y se abrazaron como nunca. Parecían dos chicos, corriendo por el departamento de la alegría por haber coincidido en el duplex. -Mañana iremos a festejar con Jorgelina y Rolando.

Pasó la semana y llegó el ansiado día en el que se concretó la venta del departamento de Cristina. Ese sábado realizaron la operación. Los nuevos propietarios entregaron el treinta por ciento del valor, como seña. Por suerte, Héctor ya había vendido el suyo, hacía una semana.
Cuando Cristina se quedó sola, lo primero que hizo fue llamar a Héctor y darle la noticia. Luego, cuando cortó, fue al departamento de Jorgelina para contarle. Rolando estaba con ella.
Jorgelina se puso contenta, pero se lamentó que la operación se hubiera hecho el día sábado y su amiga tuviera que tener tanto dinero en su casa hasta el lunes.
-No te hagas problema, Jorgelina. En el edificio nadie sabe que lo vendí, de modo que lo escondo bien y me quedo tranquila.
Llegó Héctor y salieron a festejar tanta felicidad, los dos solitos. Pero antes de irse, Cristina le pidió a Jorgelina que estuviera atenta con su departamento porque ella iba a ayudar a Héctor a embalar unas cosas en su casa y volvería tarde.
-No te preocupes, yo oigo cualquier ruido desde aquí.
Cuando Cristina y Héctor se fueron, Jorgelina empezó a preparar la cena. Rolando, dándole un beso, le dijo: -voy a comprar una torta así festejamos la suerte de Cristina.
Pero, cuando salió, lo primero que hizo fue ir a la farmacia a comprar sellos para dormir y luego fue a la panadería a comprar la torta.
Volvió muy alegre y, haciéndose el meloso, le dijo a Cristina que había comenzado un tratamiento con un médico y que iba a pedir un mes de vacaciones adelantadas, para poder hacerlo.
Jorgelina sonrió complacida. Luego de la cena, Rolando quiso ayudarla a preparar el café. Con disimulo, disolvió en agua hirviendo dos comprimidos y luego, le sirvió el café.
Inocentemente, Jorgelina lo bebió todo, mientras comía la torta.
Se pusieron a mirar una película y, al rato, Rolando le dijo que se tenía que levantar temprano al día siguiente porque tenía que pasar por el Hospital, antes de ir a trabajar.
Se despidió con un beso y se fue. Al irse, saludó al portero y charló con él sobre cualquier cosa. Lo importante era que lo viera salir. Luego se fue a un café, distante cinco cuadras y allí, esperó pacientemente una hora.
Se levantó y fue hasta el teléfono público del local, llamó a Jorgelina, pero ella no atendió. Colgó y decidió esperar un poco más.
Las veinticuatro horas se habían cumplido en el reloj. Entonces, volvió a llamar, pero nadie atendió. Salió del café y, poniendo su mano en el bolsillo, sacó unos bigotes y se los pegó cuidadosamente, frente a un espejo de una vidriera y, como nadie pasaba, se adhirió una barbita al mentón, quedando su rostro completamente cambiado.
Se dirigió al departamento de Cristina y, al observar que no había nadie en la entrada, se apresuró a pasar. Subió en el ascensor. Cuando llegó al séptimo piso, abrió despacito la puerta. Además, como eran dos departamentos por piso, el de Jorgelina y el de Cristina, y al dormir una y no estar la otra, todo se le hacía fácil.
Abrió, con mucho cuidado, la puerta del departamento de Cristina, luego de haberse puesto los guantes para no dejar huellas, y fue derecho al dormitorio. Sin hacer ruido, empezó a revisar la cama, el colchón, las fundas, la mesa de luz, debajo de la alfombra, la araña de luz, el placard, el baño y… nada. Dejó un desorden total.
-¿Dónde lo habrá puesto…? -siguió con el comedor, la cocina, el lavadero y… nada.
Miró el reloj, nervioso. Ya era la una de la madrugada y no había encontrado nada.
Se sentó en el living y empezó a observarlo detenidamente. Miró mueble por mueble, cuadro por cuadro, sillones, mesita, alfombra y ahí notó algo distinto.
Corrió el sofá grande, que estaba sobre la alfombra, contra la pared y, levantando la misma, descubrió el dinero, bien desparramado, para no hacer bulto.
Temblando, lo juntó todo y lo contó. Eran treinta mil pesos, una fortuna para él. Enseguida se levantó, dejó todo corrido y desordenado y se retiró en forma cautelosa, del lugar.
Cerró todo y bajó a la planta baja. Por suerte no había nadie y salió, dejando la puerta bien cerrada. Ya en la calle, aspiró profundamente el aire, tomó un taxi que pasaba y se fue a su casa. Al llegar ocultó el dinero y luego se acostó. Estaba cansado. Se durmió profundamente. Lo despertó el teléfono que sonaba insistentemente.
Atendió y la voz desesperada de Jorgelina lo volvió a la realidad.
-¿Qué te pasa, mi amor? –preguntó falsamente.
-Robaron en el departamento de Cristina
-¿Cómo? -fingió Rolando
-Sí, robaron el dinero que había cobrado, de la seña y aquí está la policía, con Cristina y con Héctor.
-¿Y… vos no escuchaste nada…?
-Después de que te fuiste, no sé cómo, me quedé profundamente dormida en el sofá y no escuché nada. A Cristina le costó despertarme, tuvo que golpear la puerta fuertemente varias veces. Yo parecía una sonámbula cuando le abrí.
-¿Y ahora… qué están haciendo?
-En este momento llegaron dos policías más. Mejor te corto. Vení a casa -le pidió Jorgelina.
Había llegado Héctor quien, al ver a Jorgelina tan dormida, le hizo extraer sangre para hacerle un análisis. La encontraba rara.
-¿Tomaste algo para dormir? -le preguntó, extrañado.
-No, jamás tomé ningún sello. No sé lo que me pasó.
-Bueno, ya lo sabremos. ¿Y Rolando por qué no vino todavía…? ¿Le avisaste…? -preguntó Héctor.
-Sí, acabo de hablar con él, en este momento, y le pedí que viniera.
Cristina, hecha un mar de lágrimas, se acercó a Jorgelina que no podía reaccionar bien.
-¿Qué tomaste anoche, que estás así? -le preguntó, llorando.
-Cenamos, comimos postre que compró Rolando y luego café, nada más.
Héctor al oír lo del café, fue hacia la mesa y recogió las tazas para analizarlas.
Cuando Cristina le comentó que era drogadicto y que le pedía plata a Jorgelina, lo tomó como una desgracia, pero ahora comenzaba a pensar distinto.
Pero… si había sido Rolando… ¿cómo había entrado…? La puerta no había sido forzada y él no tenía llaves del departamento de Cristina y Jorgelina, tampoco.
Se arrepintió de golpe por pensar mal de su amigo. Ayudó a Cristina a vaciar la mesa del comedor de Jorgelina. Llevaron los platos a la cocina y, al llegar a la pileta, Héctor pisó algo. Se agachó y levantó del piso una caja de ansiolíticos.
-Pero…si Jorgelina ha dicho que no tomó nada… ¿y esto? –se dijo Héctor.
Fue al living con Cristina y le preguntó de dónde había sacado ese remedio.
Jorgelina, extrañada, le contestó que, a lo mejor, era de Rolando… que a veces se quejaba de insomnio.
A Héctor le recorrió el cuerpo una transpiración fría. Dudaba y no dudaba de Rolando. Pero, ahí estaba la prueba del sueño de Jorgelina.
De común acuerdo, Cristina y Jorgelina, decidieron no comentarle nada a Rolando sobre su pesado sueño.
La policía ya se había retirado y Cristina tenía que ir a hacer la denuncia, a la comisaría.
Cuando llegó Rolando, Cristina se fue a la comisaría con Héctor. Después de una hora volvieron al departamento. Cristina empezó a pensar en muchas cosas a las cuales antes no le había dado importancia.
-Héctor… si la puerta no fue violentada, quiere decir que fue abierta con una llave igual a la mía, que sólo vos tenés… ¿Vos la perdiste alguna vez…? -preguntó Cristina.
-No, nunca perdí mi llavero, ni lo dejé suelto en ningún lado.
De pronto, Cristina se levantó y, mirando a Héctor, le dijo: -Tengo una sospecha maldita, pienso que fue Rolando porque…el día de la seña, yo se lo conté a Jorgelina delante de él y recuerdo que ella se lamentó de que yo guardara tanta plata durante el fin de semana. Así que lo sabíamos solamente nosotros cuatro, nadie más y, como él está necesitado de plata por esa maldita droga, bien pudo haberlo hecho.
-¿Pero cómo? Si no tiene llave…¿por dónde entró? -dijo Héctor.
-¿Sabés de que me acuerdo Héctor? El día que los invité a cenar porque Jorgelina estaba tan deprimida, porque Rolando le pedía plata, él salió a comprar una torta y se llevó mi llavero, para volver a entrar. Bien pudo ir a la cerrajería, que está cerca de aquí y hacer una copia de mis llaves –dijo Cristina.
-Tenés razón. Vamos a la cerrajería y llevemos esa foto en la que él está con nosotros. Se la mostramos al empleado, tal vez, él pueda reconocerlo.
Así lo hicieron y así comprobaron, con desagrado, su sospecha. El hombre que los atendió recordó que hacía dos semanas, había hecho copias de seis llaves, por encargo del muchacho, que reconoció en la foto.
Salieron completamente angustiados de la cerrajería y se dirigieron a la comisaría. Hablaron con el comisario y le relataron todo lo que habían descubierto. De común acuerdo, pidieron que los acompañara un policía y regresaron al departamento.
Cuando llegaron, entraron Héctor y Cristina. El policía quedó afuera del departamento. Rolando todavía estaba ahí, charlando con Jorgelina en el comedor.
Al entrar, Héctor se adelantó a Cristina para distraer a Rolando, mientras su novia revisaba los bolsillos del saco que éste había dejado sobre el sofá. Cristina reprimió un grito de angustia al encontrar dos llaveros y comprobar que uno era copia del de ella. Salió al pasillo y le informó al policía lo que había ocurrido. Entonces, entró el policía y, ante la desesperación de Jorgelina y el susto de Rolando, lo detuvo.
Fueron todos a la comisaría y, frente al comisario y a las evidencias, no pudo negar que él había robado ese dinero. Explicó, además, que tenía deudas por compra de drogas y que lo habían amenazado de muerte si no pagaba. Lloró como un chico.
El Comisario dispuso su detención y que dos policías lo acompañaran hasta su casa para recuperar el dinero que había robado. Por suerte, como era domingo, todavía lo conservaba en su domicilio.
Quedó detenido en la Comisaría. Por suerte, para él, no tenía antecedentes y, en un gesto de nobleza, Cristina, al haber recuperado su dinero, pidió al Comisario retirar la denuncia para que Rolando no perdiera su trabajo y pudiera salir a flote.
-Este susto lo curaría de espanto –pensó Cristina. Ella, Héctor y Jorgelina, que estaba descompuesta de tanto llorar, se retiraron de la Comisaría rumbo al departamento. Cuando llegaron, Cristina y Héctor se sentaron en el sofá frente a Jorgelina para hacerle compañía. Ésta no se podía recuperar de su desilusión y de su angustia. Sus amigos no sabían de qué hablar ni cómo consolarla.
De improviso, Cristina dijo a Jorgelina: -¿Sabés qué se me acaba de ocurrir?
-¿Qué…? –preguntó la pobre Jorgelina.
-Que vendas este departamento, que parece que te trae mala suerte y compres uno muy lindo que hay al lado de nuestro duplex, así seguimos juntas como hasta ahora.
-¡Buena idea! –agregó Héctor. ¿No te alegra Jorgelina?
-¡Sí…! ¡Sí…! No se me había ocurrido. Al menos no estaré tan sola y lejos de ustedes.
-Dicho y hecho, hoy es domingo… arreglate y vamos a ver tu nuevo departamento. –sabiendo el dolor de Jorgelina, Cristina trató de darle ánimo y la ayudó a salir de sus casa.
Se fueron los tres juntos, con una profunda pena en el corazón, pero con un ansia inmensa de olvidar ese trance amargo porque Dios es la vida y pensar en Dios cuando sufrimos, es volver a tener esperanzas y fé, y todo renace y se torna infinitamente hermoso.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario