15/4/10

POR AMOR A BRENDA

Karina era una niña muy especial. Desde chiquita había demostrado una ternura, hacia los demás, que conquistaba, apenas la conocían.
No era egoísta y compartía todos sus juguetes, sin excepción, con todos sus amiguitos, así fuera su preferido.
Y así fue creciendo, siendo siempre la mejor compañera del grado y la más estudiosa. Todos los años era la abanderada del colegio.
Una de esas tardes, en que los chicos disfrutaban del recreo, Karina fue al aula a buscar un libro de cuentos, que había traído para leerlo con sus amiguitas. Cuando ingresó al lugar, sorprendió a Brenda, una de sus compañeras, revisándole el bolso y guardando algo, apresuradamente, en el bolsillo de su pantalón.
La miró seria, con sus encantadores catorce años y, sin hacer gestos raros, sin gritarle, le dijo suavemente: -¿Qué necesitas de mi bolso, Brenda?
Brenda se puso roja, de vergüenza y quiso escapar, pero Karina volvió a preguntarle, sin dejarle salir: -¿Qué buscabas en mi bolso?
Brenda sacó de su bolsillo el estuche de los lápices, donde Karina guardaba sus útiles y se lo devolvió.
-¿Por qué lo hiciste? – le preguntó Karina.
Entonces, Brenda, llorando, le dijo que ella no tenía útiles ni lápiz ni goma ni lapicera. No tenía nada…nada…. Hasta escribía en hojas sueltas porque no podía comprarse cuaderno.
Karina la tomó de la mano y salieron al patio.
-¡No me denuncies…por favor…! –gemía Brenda.
-Dejá de llorar. Sólo quiero charlar un rato con vos.
Se sentaron en un banco y Karina le dijo a su compañera, que la miraba asustada: -Te voy a regalar mi cartuchera, con todos los útiles y un cuaderno nuevo, que traje. Pero, eso sí, tenés que prometerme que nunca más vas a robar, aunque necesites. Si algo te falta, pedíselo a la maestra o a una amiga.
-¡Es que no tengo amigas…! ¡Soy tan pobre…!
-¿No tenés amigas por ser pobre? Bueno, de hoy en adelante, yo seré tu amiga. Podés confiarme tus penas, que yo sabré entenderlas. Tenés que aprender a vivir con lo que Dios te dio, hasta que tengas edad para ganarte la vida y progresar. Pero hasta ese momento, nada de malas acciones. ¿Entendiste?
El timbre interrumpió la conversación y volvieron a la clase.
Karina sacó de su bolso un cuaderno nuevo, que llevaba por si se le terminaba el que tenía en uso y se lo dio a Brenda, diciéndole, bajito: -Mañana pasá todos tus papeles en limpio en este cuaderno y hacelo prolijamente.
-¿Si necesito preguntarte algo, puedo ir a tu casa? –dijo Brenda.
-Claro que sí. Yo te ayudaré en lo que necesites.
La maestra pidió silencio y se dedicó a dar los deberes para el día siguiente.
Faltaban tres meses de clase para terminar el año y los chicos estaban asustados por tal motivo.
El timbre dio por terminada la clase y todos salieron, ordenadamente, del aula hacia la calle.
Afuera, a Karina, la esperaba su mamá, en el coche. Al salir, Karina tomó a Brenda de la mano y le dijo: -Vení, que te presento a mi mamá.
-No… que por ahí le decís que yo te robé.
-Pero… ¡Cómo voy a hacer eso! No tengas miedo. Vení. –y, acercándose al coche, le presentó a su mamá.
-¿Cómo te llamas? –preguntó la mamá.
Y Brenda, nerviosa, le dijo su nombre.
-Vamos, subí que te llevo a tu casa. –dijo, amablemente, la mamá de Karina.
-No, gracias. No se moleste. Voy caminando.
-Pero… Si no es molestia. –y la hizo subir. –Indicame dónde vivís, querida.
Entonces, Brenda, llorando, le dijo que ella era muy pobre, que vivía en una casa vieja y fea y que le daba vergüenza que la viera.
-¡Vamos…! A mí no me importa cómo es tu casa, a mí me importa cómo sos vos y, si mi hija quiso presentarte, por algo será.
Brenda, nerviosa, le dijo que vivía a diez cuadras de la escuela y le indicó la dirección.
Al llegar, Rosa, la madre de Karina le dijo, sorprendida: -Pero si vivís a cinco cuadras de nuestra casa. Todos los días pasamos por aquí para ir a la escuela. ¿Cómo es que Karina nunca te vio…?
-Bueno…cuando veía el coche yo me escondía. –contestó Brenda.
-¡Qué tontería, Brenda! Desde de mañana te pasamos a buscar. –y, dándole un beso, la despidieron, ante la sorpresa de la niña.
El coche arrancó. Brenda retribuyó el saludo de Karina y entró a su casa.
Su madre lidiaba con sus hermanos y apenas si la saludó. Estaba muy atareada con los chicos.
Se fue al dormitorio, una pobre pieza despintada y llena de cosas, con dos camas marineras apoyadas contra la pared y una mesa desvencijada contra la otra pared, donde ella hacía sus deberes.
Se sacó el delantal viejo, de tanto uso, y cosido por todos lados y lo colgó en una percha. Lo comparó, mentalmente, con el de Karina -¡Nada que ver…! –se dijo.
-¡Brenda…! –llamó la madre. –Vení, ayudame con tus hermanos, por favor, que me vuelven loca.
-Mamá, perdoname, pero no puedo. Tengo que hacer muchos deberes y pasar en limpio al cuaderno todas las hojas sueltas.
-¡Pero… si no tenés cuaderno!
-Sí…ahora tengo. Una compañera me regaló uno nuevo y, también, esta cartuchera completa
--agregó angustiada.
-¿Y por qué te lo regaló?
-Porque es buena persona y vio que yo no tenía.
-¡Huy…! Algo te va a pedir. –dijo, desconfiada, la madre.
-¡No digas disparates! -contestó, enojada, Brenda. –Ella es pudiente y no necesita nada de mí ni me pidió nada a cambio.
-¡Bueno…si vos lo decís… sabrás por qué lo decís…!
-Mamá, te pido un favor, dejame tranquila que tengo que estudiar y pasar en limpio todas estas hojas.
-¿Y quién cuida a tus hermanos?
-¡Vos, mamá…! ¡Vos…! ¡Basta de tener hijos tan seguidos! ¡Somos seis hermanos! ¿No te parece bastante?
-¡Atrevida…! ¿Quién te crees que sos para decirme tal cosa…?
-Es que alguien te lo tiene que decir. Mirate en un espejo. Tenés treinta años. Papá trabaja haciendo changas y nosotros nos morimos de hambre. ¿No tenés ambiciones? ¿Pensás estar toda la vida así, criando chicos desnutridos? Miranos, estamos mal alimentados. No tenemos ropa ni zapatos, nada…nada. ¿Qué pensás que estás criando?
Un sonoro cachetazo golpeó el rostro de Brenda y, ésta, llorando, se fue a su pobre habitación.
Los gritos de su madre, indignada, aún resonaban en la vetusta vivienda.
Como pudo, aprovechó la tarde para pasar en limpio las hojas, al cuaderno y estudiar lo que la maestra le había solicitado, a pesar de que las mellizas de cuatro años entraban y salían, interrumpiendo su estudio.
Llegó la noche y con ella, su padre. Siempre de mal humor porque había ganado lo suficiente.
La magra cena se terminó como por arte de magia. Los niños se devoraron la comida y el pan duro ¡Pobrecitos…!
Brenda apenas comió. Pero, en silencio, lavó los platos y ordenó, como pudo, el tremendo desorden que había. Barrió el piso de cemento y se fue a dormir, luego de planchar su viejo delantal.
-Al menos, planchado, luce menos viejo –pensó.
A la mañana siguiente, no le dijo a su madre que Karina pasaría a buscarla. Salió como todos los días y empezó a caminar, como si se hubiera olvidado que pasarían por ella.
En eso, la voz de Karina, la volvió a la realidad: -¡Te vimos por casualidad! ¿Por qué no nos esperaste en la puerta?
-Porque anoche tuve una discusión con mamá y no quise decírselo. –respondió.
Llegaron a la escuela enseguida y Brenda mostró a Karina su cuaderno.
-¡Te felicito! Ahora podés dárselo a la maestra para que lo revise. –Brenda agradeció ese estímulo, le hacía falta.
Con el correr de los días, Karina y Brenda se hicieron muy amigas. Fueron conociéndose lentamente, a tal punto, que cuando estaban separadas, se extrañaban tremendamente.
El año lectivo terminó satisfactoriamente para ambas y las vacaciones eran el premio a tanto esfuerzo.
Brenda guardó sus libros, su viejo delantal y su vida tomó otro cariz. Ahora, en casa, debía cuidar a sus hermanos y ayudar a su madre, que no la trataba muy bien.
Decepcionada, empezó a tener malas ideas. Lloraba todo el día y sólo pensaba en matarse. Y… en el peor día de su vida, llegó Karina a visitarla. La encontró tan mal, que se asustó.
-¿Qué te pasa… por Dios… qué te pasa?
-Nada…nada –decía Brenda.
-Pero… ¿Somos amigas, verdad? Preguntó Karina, preocupada.
-¡Sí…! ¡Sí…!, pero nada podés hacer por mí. –dijo llorando. -¡No quiero vivir más así!
-¿Qué locura estás diciendo?
-¡Que me voy a matar! –gimió lastimosamente, Brenda. En ese mismo instante, entró su madre, quien se puso furiosa al escuchar lo que su hija acababa de decir y comenzó a golpearla sin piedad.
Karina, espantada, gritaba: -¡Déjela! ¡Déjela! ¡No le pegue más!
De pronto la madre de Brenda se dio vuelta y, mirándola con rostro descompuesto por la ira, le dijo: ¡Andate de esta casa! ¡Andate y no vuelvas más!
Karina salió corriendo hacia su casa, distante cinco cuadras. Cuando llegó, le contó todo a su madre.
-Pero…¿Qué podemos hacer, hija mía?
-Ir a la comisaría y denunciarla. -respondió Karina.
-Y…¿Qué vamos a denunciar? ¿Qué se enojó la madre con su hija y le pegó? Mejor, esperemos hasta mañana. Yo te acompañaré a ver a Brenda.
A la mañana siguiente Karina y su madre se dirigieron a la casa de Brenda. Cuando llegaron, vieron un gentío en la puerta, que las desorientó.
-¿Qué pasa? –preguntó Karina.
-¡Se suicidó Brenda! –sollozaba una vecina.
Dentro de la humilde casa, se escuchaban los gritos desgarradores de una madre neurótica y egoísta que, recién ahora, se daba cuenta de lo que había perdido.
Karina se abrazó a su madre. Tanto lloraba que no podía hablar. Se retiraron inmediatamente del lugar.
Rosa , al ver en ese estado a su hija, no sabía qué hacer. Cuando llegaron a su casa, Karina subió a su dormitorio, diciéndole a su madre: -¡Dejame sola, mamá! ¡Por favor! Quiero desahogarme a solas.
Rosa se sentó en el comedor. En ese momento, se acercó la empleada para entregarle la correspondencia del día. Al mirar los sobres, encontró uno que decía: “Para Karina – Personal” y, en el remitente, leyó: “Tu amiga Brenda”.
Angustiada, llamó a su hija. Karina Bajó. Abrió el sobre que su mamá le había entregado y empezó a leer, lentamente, como para entender en qué momento de la noche, Brenda le había echado la carta en el buzón, en lugar de tocar el timbre.
-Si lo hubiera tocado, ahora estaría viva -sollozaba, mientras estrujaba la carta entre sus dedos.
En esa carta, Brenda le contaba que su madre era golpeadora y su padre también. Esa noche, tanto le habían pegado, que ella pensó que su vida no tenía salvación. Pensó, también, que a lo mejor, un Juez de menores la pondría en un Reformatorio. Estos pensamientos la atormentaron, por eso, tomó la resolución de irse con Dios.
Furiosa, Karina, decía. –Voy a llevar esta carta a la comisaría y al Juez de Menores, para que se haga justicia con Brenda.
Rosa abrazó, fuertemente, a su desesperada hija. En ese momento, llegó su esposo., quien escuchó el relato de lo ocurrido.
Los tres se prometieron hacer algo, en nombre de Brenda. Creían que esos padres, desnaturalizados deberían sufrir un castigo ejemplar. Aún quedaban cinco hermanitos indefensos en las manos de esos seres malvados. ¡Había que salvarlos, de algún modo!
¡Brenda no debía haber muerto en vano!

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