21/4/10

LA CONFESION

Anabella era una hermosa criatura de 18 años. Vivía con sus padres y con su hermano de 20 años, en un lindo chalet, en un barrio coqueto, de gente de buen pasar.
Pero eso a ella no la mareaba en absoluto. Al contrario, era sencilla y comprensiva con sus amigas y jamás hacía diferencias de trato.
En cambio, su prima Eleonora, de 21 años, tenía mal carácter, siempre tenía motivo para estar disgustada, parecía que se complacía en reñir con todos.
Una tarde, cuando llegó a su casa a visitarla, como hacía siempre, la notó más agresiva que otras veces.
-¿Se puede saber qué te pasa hoy Eleonora…? -preguntó Anabella.
-¿Qué me pasa…? Pues a mí, nada… -contestó enojada.
-Y entonces… -agregó Anabella. -¿A quién le pasa lo que te pasa en este momento?
-¿A quién…? ¡Pues a vos!
-¿A mí…? –preguntó sorprendida Anabella. –¡A mí no me pasa nada, por suerte!
-¡Pues te pasa! ¡Sí que te pasa! –le gritó Eleonora.
-Mirá, vamos a hacer algo. Sentate y charlemos tranquilas. No entiendo nada de lo que estás diciendo.
-Bueno… lo que tengo que decirte es muy grave. No sé cómo vas a tomarlo. –le adelantó Eleonora.
-¿Pero, de qué estás hablando? Tanto misterio me molesta… me desagrada… ¿Qué pasa…? No te hagas la misteriosa, por favor.
-Entonces, te lo voy a decir aunque te duela. –respondió Eleonora.
Anabella se levantó de golpe y mirando a su prima, le dijo: -O hablás o me voy. No resisto más este juego de palabras.
Eleonora la miró y le dijo: -hoy me enteré que vos sos adoptada.
Anabella la miró espantada y, perdiendo la calma, se abalanzó sobre su prima, preguntándole, casi a gritos, de dónde había sacado eso.
-Lo descubrí hoy, al escuchar hablar a mamá con tía Celia.
-¿Pero, qué escuchaste? ¿Qué cosa escuchaste, para venir a destrozarme la vida de esta forma…?
-Esto es una infame mentira tuya. –exclamó, entre sollozos, Anabella. –mamá es mi mamá…¡mentirosa… malvada!
Eleonora, mirándola con rabia, le gritó sin piedad: -¡Sí…! Sos adoptada.
Y lo dijo en el preciso instante en que Sofía, la madre de Anabella, llegaba a la casa y escuchaba a conversación.
Un horrible dolor de pecho, como si le estallara el corazón, hizo que Sofía tuviera que apoyarse en la pared. Lentamente se irguió y, como pudo, entró al living, en donde Anabella lloraba desesperadamente. Presa de la ira, se abalanzó contra su sobrina Eleonora y la golpeó sin piedad.
Anabella, con toda su amargura, intervino a favor de su prima, separándola de su madre.
Sofía se desplomó sobre el sofá. La respiración se le cortaba por momentos, como si se ahogara.
Asustada, Eleonora llamó a su madre, que vivía en la otra cuadra, quien llegó enseguida. Pero Anabella ya había llamado al médico, cuando su tía Ebe ingresaba en la casa, sin entender nada.
Sofía permanecía inconsciente en el sofá por el efecto de un fuerte calmante que le había suministrado el doctor, quien se asustó al verla en ese fuerte estado depresivo.
Anabella lloraba y lloraba. No podía entender por qué le había dicho eso su prima.
Ebe reaccionó mal al enterarse de lo que había hecho su hija y la golpeó como nunca lo había hecho antes. Luego abrazó a Anabella con gran ternura y lloró junto a su sobrina, hasta que ambas se calmaron.
Anabella miraba a su tía como preguntándole: -¿Es verdad?
Ebe le tomó las manos y se las besó, en un gesto de amor profundo.
Luego la miró con dulzura y, como pudo, le dijo: -Vos sos más hija de mi hermana que Eleonora, mía.
-Ella te ama como si hubieras nacido de su panza, igual que como nació tu hermano. Ambos son sus hijos. Te quiere con el mismo amor y sufrimiento que siente una madre al traer un hijo al mundo.
-¿Y yo, de quién soy hija? –sollozó Anabella.
-Sos hija de una hermana nuestra que falleció al darte a luz. Como ella era soltera, no quiso que vos sufrieras la vergüenza de ser una hija sin padre. Ese fue su deseo antes de morir y le pidió a Sofía, que en ese momento tenía a Ricardo de 2 años, que te adoptara como hija suya. Todos aceptamos cumplir con el deseo de nuestra hermana.
-Tus padres te aman profundamente y todos nosotros también.
-Eleonora es un castigo en mi vida. –agregó Ebe, acariciando a Anabella. –Siempre tuvo mal carácter, desde chica. Tratamos de ayudarla, pero su mal genio puede más que ella.
Mirando a su hija, Ebe le preguntó: -¿Me podés decir si sentís satisfacción después de haber hecho tanto daño…?
-Ella es tu prima de verdad y es mi sobrina. Nada ha cambiado en cuanto a eso. ¿Por qué tuviste que lastimarla así?
Sofía abrió los ojos en ese instante. Se recuperó lentamente, sintió como si despertara de un sueño. Habían pasado tres horas.
Anabella corrió hacia el sofá y la abrazó fuertemente, mientras, repetía: -¡Vos sos mi mamá…! ¡Vos sos mi mamá!
Ambas lloraron, unidas en un abrazo de amor y se besaron mucho… mucho…
Luego se alejó de su madre y, acercándose a su prima, le dijo: -Me das lástima, Eleonora. Hoy hiciste lo peor que puede hacer un ser humano por envidia.
-Yo siempre te brindé amor de hermana, pero vos no lo supiste valorar nunca. ¡Pobre de aquella mujer que no es capaz de dar amor a un bebé aunque no sea suyo y que no tenga sentimientos para adoptar!
-El tener un hijo, es un instante, pero criarlo, es toda la vida. Y pienso que toda la vida es más que ese momento maravilloso de ser madre.
-Yo jamás dejé de tener amor a mi padre y a mi madre. Me siento parte de ellos, me siento como si hubiera nacido de ellos. Y si algún día la vida me da la oportunidad de adoptar, lo haré sin dudar un instante.
-Eleonora, quisiste hacerme daño, pero no lo conseguiste. Me das pena…mucha pena. No sé cómo vas a sobrellevar este acto tuyo… que Dios te ayude.
Sofía se levantó del sofá y se acercó a su esposo, que entraba en ese momento. Le contó lo ocurrido. Él se puso muy mal. Ninguno quería que este secreto saliera a la luz, pero Dios sabe por qué hace que las cosas, a veces, duelan tanto.
Eleonora estaba en un rincón del living, su cara demostraba amargura. De repente, se levantó y dijo: -¡Me voy a casa!
-Es lo mejor que podés hacer. –dijo su madre, enojada.
Anabella estaba quieta, mirando sin ver a través de la ventana. Su rostro reflejaba una profunda tristeza.
Su madre se acercó a ella lentamente y acarició su cabeza. Anabella la miró y le dijo: -Mamá nada ha cambiado en mi corazón. Yo te siento mi madre y te amo como tal. Hubiera preferido no saberlo en la forma en que lo supe. Pero yo me siento tu hija, como si hubiera nacido de tu panza. Vos me hiciste sentir siempre algo tan tuyo que, aunque sé que no soy tu hija, me siento tu hija y bendigo a Dios por haberte hecho mi madre y por toda la felicidad que me diste.
Y, dándole la mano a su madre, se acercó a su padre y los tres se confundieron en el abrazo más tierno y más profundo que puede inspirar la vida y el amor verdadero.

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